Historia

Adolfo Suárez, el "traidor" que aguantó por el futuro de España

Los nostálgicos del franquismo le consideraban un traidor al Movimiento Nacional y la izquierda lo veía como un mentiroso, pero Suárez nunca traicionó la idea de una España democrática

Fotografía de archivo (Palma de Mallorca, 23/02/1979) del entonces presidente del Gobierno y de la UCD, Adolfo Suárez, que saluda a los asistentes a una cena organizada por su partido en Palma.
Fotografía de archivo (Palma de Mallorca, 23/02/1979) del entonces presidente del Gobierno y de la UCD, Adolfo Suárez, que saluda a los asistentes a una cena organizada por su partido en Palma.Agencia EFE

«No te preocupes, a mí me llamaron traidor», dijo Adolfo Suárez consolando a uno de los suyos en el pasillo del Congreso. Los nostálgicos del franquismo consideraron que el presidente de la Transición traicionaba la «gran obra del Caudillo». Le llamaron traidor por renunciar a los principios del Movimiento Nacional y legalizar al PCE para fundar una democracia liberal.

Afortunadamente, Suárez no se arrugó. Nació en Cebreros (Ávila) en 1932. Hizo su carrera política como falangista. Pasó por cargos menores hasta que en 1975 fue nombrado ministro secretario general del Movimiento Nacional en el gobierno de Arias Navarro. Fue el encargado de presentar en las Cortes el proyecto de Ley de Asociaciones Políticas, en 1976, que abría la situación al pluripartidismo. Así lo dijo Suárez en aquella sesión: el Gobierno tenía la legitimidad y la responsabilidad de «consolidar una democracia moderna».

Unos días después dimitió Arias Navarro, considerado por Juan Carlos I como «un desastre sin paliativos», según confesó a la revista «Newsweek». El nombramiento de Suárez el 3 de julio de 1976 para pilotar la Transición no gustó a muchos. Ricardo de la Cierva escribió en «Abc»: «¡Qué error, qué inmenso error!». Luego Súarez le nombró ministro y tan contento. «Cuadernos para el diálogo», la revista icónica de los demócratas, publicó una portada en negro con una foto de Suárez. El titular rezaba: «El apagón». Después fue la luz para todos estos. La Prensa internacional tampoco acertó. «Le Figaro» dijo que Juan Carlos I cambió un «caballo tuerto» por otro «ciego»; y «Le Monde» veía en su ascenso un «error histórico». Ay, esos corresponsales y su superioridad moral.

Alimento para los golpistas

La política de Suárez consistió en poner los pilares de la Transición a la democracia. Promovió una amnistía para delitos políticos, la legalización de los partidos, la vuelta a España de los exiliados y la celebración de elecciones a Cortes. Con la Ley de Reforma Política desmontó el régimen franquista, que se certificó con las elecciones del 15 de junio de 1977. Ganó entonces en las urnas con UCD, como en 1979. Sin embargo, para entonces Suárez era el centro de las iras de muchos. El Consejo Superior del Ejército se reunió el 12 de abril de 1977, tres días después de ser legalizado el PCE. Asistieron los jefes del Estado Mayor de los tres ejércitos, los once capitanes generales, el director de la Guardia Civil y Alfonso Armada, que informó de la reunión al Rey. La repulsa a la legalización del PCE fue unánime. Dijeron que Suárez les había mentido cuando, en vísperas de la aprobación de la Ley de Reforma Política, les prometió que los comunistas quedarían fuera. Era un «traidor». Su Prensa, en especial «El Alcázar», presentó a Suárez como un chaquetero y un oportunista. Ahí empezó a fraguarse la idea de un golpe de Estado contra él cuyo primer episodio fue en noviembre de 1978 con la «Operación Galaxia».

No solo tenía estos enemigos. La izquierda veía a Suárez como un obstáculo para la «verdadera democracia». Gregorio Morán publicó un libro en 1979 describiendo al presidente como un tipo servil y abyecto, ambicioso y traidor. Alfonso Guerra le llamó «el tahúr del Misisipi»; esto es, tramposo y mentiroso, y Felipe González presentó una moción de censura en mayo de 1980. Lo más corriente era considerarlo una marioneta, un hombre sin formación ni capacidad de liderazgo. Tampoco era el héroe en la UCD. En poco tiempo Suárez se convirtió en el gran villano. La crisis económica, la tensión política y el terrorismo azotaban al país. ETA estaba en su momento más sangriento, y los nostálgicos culpaban a Suárez de los asesinatos. Fue así que, en junio de 1980, el Rey dio un ultimátum al presidente. «Adolfo tiene que cambiar», se oyó. Seis meses después, el 4 de enero de 1981, Juan Carlos I quiso su dimisión.

El 23-F tuvo lugar el segundo intento de golpe de Estado. El odio a Suárez era muy fuerte, tanto como su valor. Junto a Gutiérrez Mellado aguantó de pie los disparos de los asaltantes. Tejero intentó humillar a Suárez. Cuando el teniente coronel le puso la pistola en el pecho, el ex presidente le soltó un «¡Cuádrese!». Las imágenes se vieron en todo el mundo. El golpista solo consiguió que Suárez recuperase su prestigio. Poco después, y delante del Rey, ordenó arrestar a Armada. La democracia continuó y el insulto de «traidor» no volvió a oírse. Suárez había traicionado su pasado, como escribió Javier Cercas, pero para no traicionar el futuro.