Los combates de la Madre Esperanza contra el demonio
Pese a sus logros, la mística murciana no ha sido conocida hasta hace poco
Madrid Creada:
Última actualización:
La fecha: 1958. La Madre Esperanza libró combates contra el demonio, que le propinaba palizas brutales sin compasión alguna entre las mismas paredes de su celda.
Lugar: Collevalenza. En lugar de víctima, ella se convertía a veces en «verdugo» del demonio, como en el exorcismo practicado a un joven en la Casa de los Padres.
La anécdota. La Madre Esperanza llamaba al demonio «tiñoso», «lleno de polillas», «agusanado», que coloquialmente, según la RAE, significa «escaso, miserable y ruin».
La beata Madre Esperanza, una mística murciana que vivió en pleno siglo veinte hasta su fallecimiento en 1983, estuvo siempre curada de espantos. Pese a ser declarada «hija predilecta» de su pueblo natal de Santomera en 1982, y de la Región de Murcia en junio de 1990, además de recibir la distinción del «Laurel de Murcia» otorgado por la Asociación de la Prensa local, casi nadie la conocía hasta la publicación de mi libro «Madre Esperanza. Los milagros desconocidos del alma gemela del Padre Pío», reeditado ahora por Custodian Books.
Durante su atribulada vida, la Madre Esperanza libró grandes combates contra el demonio, que de vez en cuando le propinaba palizas brutales sin compasión alguna entre las mismas paredes de su celda, convertidas en testigos mudos del horror. Como el 7 de octubre de 1958, cuando ella convocó antes del desayuno al padre Mario Gialletti y a otros escogidos sacerdotes para comentarles que la noche anterior había sido golpeada sin piedad por el perverso diablo.
El propio Gialletti refería luego, consternado, aquella pesadilla real en su «Diario» inédito, uno de cuyos fragmentos sale a relucir en mi libro: «La Madre –anotaba– presenta un enrojecimiento en el cuello, como de una quemadura o de un apretón muy fuerte. Nos ha explicado que el demonio ha amenazado con estrangularla. En la mejilla derecha se percibe un hematoma y una pequeña herida producida por la violencia de un puñetazo sacudido por el demonio, que le ha partido también varios dientes. Ella ha añadido que el maligno le ha arrancado casi todo el cabello [lo cual nadie pudo ver, porque la religiosa llevaba la cabeza cubierta con el velo]...».
Claro que, en lugar de víctima, ella se convertía a veces en «verdugo» del mismo demonio, como me confirmaba Pietro Iacopini, quien había conocido a la Madre Esperanza en 1950, acompañándola hasta su misma muerte. A su audacia como reportero gráfico se deben hoy casi todas las fotografías tomadas en vida a la religiosa, nada partidaria de que la retratasen.
Él mismo me contaba cómo asistió a una sesión de exorcismo en la capilla de la Casa de los Padres: «Aquel día fui incapaz de impartir clase a los chicos, pues hasta la misma aula llegaba el estruendo de los gritos procedentes de la capilla. Los alumnos estaban atemorizados y yo decidí ir allí para comprobar qué pasaba. Poco después, al abrir la puerta del oratorio vi cómo la Madre imponía la mano en el hombro de un joven, que gritaba lleno de rabia: “¡Quítame esa mano de encima! ¡Me quema!”. Era su mano vendada. Uno de los sacerdotes que estaban allí me explicó que aquel joven poseído había llegado esa misma mañana de Florencia, acompañado por su familia. Todos rezábamos por su liberación. Pero el endemoniado volvió a revolverse delante de la Madre, increpándola: “¡Para ya de una vez! ¡Me quitas demasiadas almas!” […] Cuando por fin se hizo la calma, la Madre indicó que había que seguir rezando mucho para que ese joven quedase finalmente liberado».
La propia religiosa daba cuenta de otro episodio acaecido a una pobre señora, poseída desde hacía muchos años y dotada de una fuerza descomunal. La desgraciada se arrastraba y retorcía por el suelo, como una serpiente, sin parar de gritar también: «¡No me toques con esa mano estigmatizada, que me quemas!».
Frente a la violencia de la posesa, que bramaba como una energúmena soltando espumarajos por la boca y la nariz, ella empleó no sólo la fuerza de la oración sino también la física, agarrándola del cuello para estampar al demonio contra la pared. Sólo así la mujer quedó al fin liberada.
La Madre Esperanza llamaba al demonio, con desprecio, «el tiñoso», del latín «tineosus», «lleno de polillas», «agusanado»; y que coloquialmente, según el Diccionario de la Lengua Española, significa «escaso, miserable y ruin».
Curiosamente, la misma denominación empleada por san Josemaría Escrivá de Balaguer, a quien, hallándose de retiro espiritual en el convento de los Carmelitas Descalzos de Segovia, en octubre de 1932, el maligno hizo pasar un mal rato de noche con sus trastadas, tal y como consignaba él mismo en sus «Apuntes íntimos»: «Anoche el demonio –escribía, azorado, el fundador del Opus Dei–, que anda suelto por mi celda, volvió a remover cosas pasadas... Apenado, he tenido un coloquio con mi Padre Juan de la Cruz [cuyos restos mortales reposan hoy en parte en el interior de una urna]: ¿así me tratas en tu casa? ¿Cómo consientes que “el tiñoso” mortifique a tus huéspedes?...».
Escrivá de Balaguer y la Madre Esperanza tuvieron oportunidad de conocerse y de profesarse el afecto mutuo tan característico de las almas de Dios. El primer encuentro entre la Madre Esperanza y san Josemaría se produjo el 26 de septiembre de 1931. Federico M. Requena constató, al explorar los «Apuntes íntimos» del fundador del Opus Dei, que aquella era la primera fecha anotada por el sacerdote en alusión a su entrevista con la religiosa. Requena localizó referencias de Escrivá a una docena de ocasiones al menos en las que estuvo en la Casa del Amor Misericordioso, entre septiembre de 1931 y marzo de 1932. Solía acudir allí acompañado del grupo inicial del que se rodeó, integrado por Pepe Romeo, Norberto Rodríguez e Isidoro Zorzano. El primero pertenecía a la familia a cuya casa llevó Escrivá el Santísimo desde el Patronato de Enfermos, del que fue capellán entre 1927 y 1931.