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Cuando Cela se durmió en el Senado

Las sesiones constituyentes tuvieron grandes anécdotas protagonizadas por escritores e intelectuales como Julián Marías y el autor de «La colmena», que no resistía el sopor parlamentario
Camilo José Cela, entre libros y folios, posa en la mesa de trabajo de su estudiolarazon

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Qué muñido era el escaño de aquella sala de las Cortes donde se reunía el Senado. Ya había ido cogiendo el sueño en el Seat 1500 blanco, con franja roja, que le dejó en la Carrera de San Jerónimo. «¿Cuánto le debo?», había dicho Cela bostezando ante la atenta mirada de los leones. «Para Vd., don Camilo, dos perras», contestó el taxista. «Ah, si Vd. fuera una choferesa negra nos habríamos ido a recorrer la Alcarria, querido amigo», contestó el escritor designado por el Rey como senador de aquellas constituyentes de 1977. «Es Vd. incorregible», apostilló el chófer blanco, por más señas de Asturias. «Para corregirme debería estar terminado, señor taxista, y aún estoy a medio cocer».
El caso es que Camilo estaba tan a gusto en aquel sillón que todo empezaba a dar igual. Mientras Antonio Fontán, presidente del Senado, administraba turnos de palabra, Cela plegó su papada sobre el pecho y cerró un poco los ojos. La fiesta de anoche le dejó maltrecho. Había absorbido litro y medio de agua de una palangana vía anal a petición del público. No fue una escena para inmortalizar con una Polaroid, pero todos rieron y aplaudieron. La fiesta en su casa de la calle Ríos Rosas había sido apoteósica. Cómo no. Había que celebrar el éxito de su última obra, «La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona». Sí, ya saben, aquel caso que Cela conoció por Alfonso Canales, el poeta malagueño, en el que un mozo, bien manipulado por su novia en un espectáculo subido de tono, vomitó por el caño tal cantidad de hombría que la concurrencia se vio sorprendida por un chaparrón que pareciera no fuese a escampar nunca.
«Camilo, te duermes», dijo en voz baja Julián Marías acercándose al gallego. «Esto es más aburrido que una novela de Antonio Muñoz Molina o cualquiera de esos escritores de catequesis, muy disciplinaditos, muy obedientes, con la mano siempre extendida para ver si el Estado les da unas perras», apuñaló Cela. Marías calló un instante y pensó que conocía una anécdota sobre el dormir en las Cortes. Quizá así pasarían mejor el sopor que producían esos debates interminables. «Ya que vives en la calle Ríos Rosas, que casi todo el mundo cree que es un afluente del Manzanares, te voy a contar un sucedido de aquel político malagueño».
Reinaba Su Majestad la reina doña Isabel II, explicó Marías. Ríos Rosas era el león de las Cortes, el gran orador. De su boca salían las grandes imprecaciones que hacían caer gobiernos y conmovían a las gentes. Era recio, de cuerpo grande, ojos pequeños y voz de trueno. Cuando llevaba un libro en la mano sus compañeros no sabían si lo traía para leer o para tirarlo a alguien a la cabeza. Una vez se quedó dormido en su escaño. Nadie se atrevía a despertarlo, a interrumpir el sueño del hombre con peor carácter de Ronda. La respiración del malagueño se fue haciendo cada vez más fuerte, como corresponde a un animal mitológico que aguarda el fin de los tiempos. Finalmente, un diputado, arriesgando su reputación, hacienda y empleo se acercó a Ríos Rosas. Los demás miraban al atrevido parlamentario con pena y alivio. «Don Antonio
–dijo tocando su hombro–, es que estaba usted dormido». El andaluz abrió los ojos como se abren los portones de un castillo para que entre la luz. «No, estaba durmiendo», contestó Ríos Rosas. El osado diputado se arrepintió justo en ese momento, pero ya era tarde. Si había ido hasta allí a poner en juego todo su patrimonio no podía más que apuntar que estar dormido y durmiendo era la misma cosa. «No, querido amigo, no es lo mismo», corrigió don Antonio estirando la espalda. «Tampoco es igual estar bebido que estar bebiendo», explicó dejando perplejo a quien pronto sería ex diputado. «¿Te ha gustado la historia, Camilo?», preguntó Marías a su compañero, que había vuelto a cerrar los ojos. En esto, Antonio Fontán, el serio presidente del Senado, catedrático de Latín, interrumpió la sesión. «Sr. Cela, ¿está Vd entre nosotros?”, dijo con retintín. «No, Sr. Presidente, estoy offside», contestó Camilo. Y ahí se quedó. La sesión terminó. Todos los senadores salieron del salón. Los periodistas se acercaron al escritor. «Don Camilo, Don Camilo, nos han dicho que ha tenido un incidente con Don Antonio». «Sí –presumió el novelista–. Me preguntó si estaba dormido y dije que no, que estaba durmiendo». «Jajaja. Eso es lo mismo», apuntó un plumilla. «No, no es igual, como no lo es estar jodido que estar jodiendo».