La extraordinaria vida de Alexandra David-Néel
Antropóloga, budista, cantante, periodista, anarquista..., fue la primera europea en adentrarse en la prohibida Lhasa, capital del Tíbet, dejando una huella imborrable en la exploración


Berna Creada:
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Las vidas de las grandes exploradoras están llenas de aventuras extraordinarias que bien merecerían convertirse en películas. Que se lo digan a Alexandra David-Néel, la antropóloga, budista, cantante de ópera, periodista, anarquista, espiritualista, tibetóloga y escritora franco-belga, quien tuvo una vida verdaderamente fascinante. Fue la primera europea en adentrarse en la ciudad prohibida de Lhasa, capital del Tíbet, dejando una huella imborrable en la historia de la exploración.
Louise Eugénie Alexandrine Marie David, más conocida como Alexandra David-Néel, nació el 24 de octubre de 1868 en Saint-Mandé (Francia). Provenía de un entorno familiar marcado por contradicciones ideológicas: su madre, Alexandria Borgans, era una católica devota que aspiraba a inculcarle valores tradicionales, mientras que su padre, republicano y librepensador, fomentó su espíritu crítico y libre, permitiéndole leer a Julio Verne. A ello se sumó la influencia del geógrafo anarquista Élisée Reclus, amigo cercano de la familia, quien introdujo a Alexandra en los ideales feministas y libertarios mientras vivían en Bélgica. Estas ideas moldearon su visión de la emancipación femenina, que identificaba como indispensable cuando se cumpliese la independencia económica de la mujer, aún por encima del derecho al voto. Fue una ferviente defensora de estas ideas y participó activamente en reuniones del Consejo Nacional de Mujeres Francesas. También fue miembro de la Sociedad Teosófica y se inició en la masonería.
Cumplida la mayoría de edad, con 21 años, se interesó por la filosofía oriental. Empezó a aprender sánscrito y tibetano en el Collège de France, y se inscribió en la École Pratique des Hautes Études para seguir sus estudios, pero su padre le instó a estudiar piano y canto en el Conservatorio Real de Bruselas. Trabajó para ayudar a sus padres como cantante de ópera en Hanoi (Indochina) entre 1895-1897. En 1900, viajó a Túnez para cantar en la ópera, donde conoció a su primo lejano, Philippe Néel, con quien se casó en 1905 tras un apasionado romance. Ella tiene 36 años. Aunque se separaron en 1911, su turbulento matrimonio evolucionó en una amistad que se mantuvo viva mediante correspondencia hasta el final de sus vidas, demostrando que, aunque el matrimonio no sobreviviera, la conexión personal podía persistir.
El punto de inflexión en la vida de Alexandra llegó en 1911, cuando viajó a la India a los 43 años. En Kalimpong tuvo una audiencia con el decimotercero Dalai Lama, quién hasta entonces nunca había conocido audiencia a una mujer occidental, pero entusiasmado, la animó a aprender tibetano. En Sikkim, un pequeño reino en el Himalaya, conoció al joven de 15 años Aphur Yongden, un maestro espiritual («lama») que la incita a retirarse a una cueva de anacoreta a 3.900 metros de altitud para practicar las técnicas de meditación de los yoguis tibetanos. Juntos cruzaron la frontera indo-tibetana hasta llegar Samzhubze (Tíbet) en julio de 1916 y ser recibidos en el templo de Tashilhunpo, donde consultó escritos budistas. En 1916, la descubren y son ambos expulsados de Sikkim por las autoridades británicas por haber entrado ilegalmente en territorio tibetano.
Estrictamente prohibido
En 1924, Alexandra logró llegar a Lhasa, la capital del Tíbet, cuando tenía 56 años, en una época en que la entrada de extranjeros estaba estrictamente prohibida. Para pasar desapercibida, se disfrazó como una mendiga tibetana y llevó solo una mochila ligera, sin cámara, pero con una brújula, una pistola para su protección y una bolsa con dinero para un posible rescate. Incluso llegó a entrar al Potala, templo prohibido para mujeres. Pero es desenmascarada porque comete un error: su impecable higiene la delata, porque se lava diariamente en el río. Descubierta, escapó junto a Yongden antes de ser detenida por las autoridades británicas.
A su regreso a Europa, Alexandra pasó de ser una desconocida a una celebridad. Publicó numerosos libros que narraban sus extraordinarias experiencias, como «Viaje de una parisina a Lhasa» y «Textos tibetanos inéditos», que ofrecieron una visión única de un mundo casi desconocido para Occidente. Además de describir con detalle las prácticas espirituales y los monasterios tibetanos, Alexandra se esforzó por traducir y contextualizar las enseñanzas budistas, construyendo un puente entre Oriente y Occidente.
Alexandra falleció el 8 de septiembre de 1969, a los 100 años, después de haber renovado su pasaporte con la firme intención de regresar al Tíbet. En 1973, su asistente, Marie-Madeleine Peyronnet, llevó sus cenizas a Benarés, la sagrada ciudad a orillas del Ganges, y las depositó en el río, un gesto simbólico que, según la tradición, otorga salvación al alma.