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La furia española en Amberes

En un contexto de caos político y bancarrota, los soldados del rey se entregaron al pillaje de la ciudad más rica de Europa
La furia española en Amberes (ca. 1576-1585), óleo sobre tabla anónimo, Museum aan de Stroom, Amberes
La furia española en Amberes (ca. 1576-1585), óleo sobre tabla anónimo, Museum aan de Stroom, AmberesLa Razón
La Razón
  • Àlex Claramunt Soto

    Alex Claramunt. Desperta Ferro Ediciones

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Del 4 al 7 de noviembre de 1576, Amberes fue escenario del pillaje más célebre de la Guerra de Flandes. La historiografía tradicional ha presentado este hito, que marcó el inicio de una nueva fase de la contienda, como el ataque de una tropa de amotinados rebeldes contra una ciudad indefensa. La realidad fue muy distinta. En un contexto de desorden político derivado del fallecimiento del gobernador general Luis de Requesens, los flamencos leales hasta entonces a la Corona se aliaron con los rebeldes de Guillermo de Orange para hacer frente al que consideraban el verdadero y principal enemigo de los Países Bajos: amotinados españoles que, cansados de combatir en trincheras inundadas y diques estrechos sin cobrar desde hacía meses debido a la bancarrota general de 1575, se habían hecho fuertes en la ciudad de Aalst y vagaban saqueando por la campiña. Los Estados Generales, reunidos en Bruselas sin la autorización de Felipe II, acabaron declarando la guerra poco después a todas las tropas españolas, incluidas las que seguían en sus puestos. Don Juan de Austria, designado nuevo gobernador, llegó tarde para impedir el desastre.
El 4 de noviembre, mientras las tropas de los Estados Generales, en buena medida veteranos valones católicos reclutados en tiempos del duque de Alba, y dirigidos entonces por el marqués de Havré y el joven conde de Egmond, alzaban parapetos frente a la ciudadela para iniciar su asedio, entraron en la fortaleza, desde fuera de la ciudad, los amotinados de Aalst, sensibles por fin a la petición de ayuda de Sancho Dávila. De inmediato se resolvió el ataque sobre las improvisadas posiciones de los flamencos. El avance fue fulgurante: los flamencos fueron barridos y comenzó una lucha a través de las calles que culminó frente al ayuntamiento de la ciudad, a cuya plaza llegaron los soldados españoles, alemanes e italianos de Dávila entremezclados con civiles y soldados flamencos fugitivos. De estilo renacentista e influencias italianas, el edificio, construido entre 1561 y 1564 según un diseño del arquitecto Cornelis Floris de Vriendt, era un símbolo de orgullo municipal. El portentoso edificio se convirtió durante la lucha en uno de los últimos bastiones de las tropas de los Estados Generales y la guardia cívica local. Los burgueses trataron de organizar allí la defensa, pero los incendios que provocaron los atacantes se lo impidieron.
En su descripción del combate para Felipe II, el consejero de Estado Jerónimo de Roda, presente en la ciudad, elogió la valentía de los soldados y oficiales del rey: el mencionado Dávila, los maestres de campo Julián Romero y Francisco de Valdés, el coronel de infantería valona Francisco Verdugo, y el general de la caballería ligera Alonso de Vargas, entre otros. No ocultó, sin embargo, que la tropa, descontrolada, se entregó al pillaje y cometió toda clase de abusos contra la población. Hacía tiempo que muchos de aquellos soldados aguardaban el momento de saquear la que era entonces la ciudad más rica de Europa. Ya en abril de 1574, tras derrotar a los rebeldes en la batalla de Mook, la infantería española, exhausta tras años de guerra, se había amotinado y había entrado en Amberes resuelta a cobrar las muchas pagas atrasadas que se le debía. La celeridad del gobernador, Luis de Requesens, en obtener liquidez con que pagar lo adeudado, impidió entonces el saqueo.
Dos años y medio después de aquel motín general, sin embargo, los veteranos españoles, a los que de nuevo se debía el sueldo de varios meses, se veían proscritos por los Estados Generales y, acosados por doquier por paisanos y tropas enemigas, luchaban por resistir hasta la llegada de un nuevo gobernador que restaurase el orden. La frustración fruto de los impagos reiterados y la hostilidad del país desembocó en la llamada «furia española», en la que los soldados del rey pasaron a cuchillo a centenares de civiles y esquilmaron la ciudad sin remisión. El gobernador de la ciudad, Frédéric Perrenot de Granvelle, hermano del célebre cardenal Granvela, dio cuenta de todo a Felipe II en una extensa misiva, en tanto que Sancho Dávila, reprendido por Juan de Austria, no dudó en contestar al príncipe que había sido imposible evitar el enfrentamiento. No era la primera vez que sucedía algo parecido, pero el saco de Amberes, más que ningún otro, fue decisivo a la hora de asentar la imagen negativa de España y los españoles que tan asiduamente difundieron los propagandistas rebeldes durante la contienda.
Para saber más...
  • [[LINK:EXTERNO|||https://www.despertaferro-ediciones.com/revistas/numero/saco-de-amberes-guerra-flandes-tercios-duque-alba-historia-moderna-63/|||El saco de Amberes]] (Desperta Ferro Historia Moderna n.º 63), 68 páginas, 7,50 euros.
Desperta Ferro Historia Moderna n.º 63
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