La malaria en la antigua Roma
Un reciente estudio de paleopatología analiza esta enfermedad en el ámbito concreto de las villas romanas de la Italia central en época imperial, así como las tendencias de su transmisión
Madrid Creada:
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Con paleopatología se entiende el estudio de las enfermedades que afectan al ser humano en el pasado. Es una disciplina muy importante para valorar las formas de vida de nuestros antepasados, los efectos y consecuencias de tales dolencias y los tratamientos desarrollados sirviendo, asimismo, para el avance del conocimiento médico actual.
Un ejemplo reciente es el descubrimiento en Núremberg (Alemania) de fosas comunes de fallecidos por la peste entre los años 1622-1634 abarrotadas con un millar de fallecidos de todos los sexos, edades y condiciones sociales sepultados apresuradamente a las afueras de la ciudad y cuidadosamente encajados en el terreno, desde cadáveres sentados y apilados concienzudamente para apurar todo el sitio posible, siendo ocupados los escasos huecos por los restos de niños e infantes. Según Florian Melzer, investigador de la empresa arqueológica «In Terra Veritas» encargada de la excavación, su estudio paleopatológico proporcionará valiosos resultados para conocer las circunstancias generales de la salud de los habitantes de Núremberg así como la incidencia de otras enfermedades, incluidos diversos tipos de cáncer y, por supuesto, las condiciones de vida del siglo XVII.
Otro estudio recentísimo de paleopatología es «Villa Estates and Malaria Risk in Roman Central Italy», escrito por David Pickel, investigador de la Universidad de Georgetown, y publicado en el «American Journal of Archaeology». Se centra en el estudio de otra enfermedad temible que, según la OMS, contagió en 2022 a 249 millones de personas de 85 países con un balance de 608.000 víctimas mortales. Se trata de la malaria o paludismo que, ocasionada por la picadura del mosquito anopheles portador del parásito plasmodium que, aunque autóctono de zonas tropicales, también se puede extender a zonas más templadas. Es el caso de Italia, donde se constata su presencia desde comienzos del s. II a.C. hasta su erradicación a mediados del siglo pasado. No olvidemos que malaria deriva del italiano «mal’aria», literalmente mal aire.
Este artículo analiza esta enfermedad desde la multidisciplinareidad de la arqueología, la paleopatología y, en particular, la epidemiología de paisajes, en el ámbito concreto de las villas romanas de la Italia central en época imperial tanto por la relevancia en la antigüedad de este modelo de explotación económica rural como por la tradicional vinculación histórica de este espacio geográfico con esa enfermedad. Como señala, para establecer una trazabilidad de la amenaza del mosquito resulta clave analizar las tendencias de transmisión, basadas en la densidad de mosquitos y humanos, en la concurrencia de contactos entre ambos y también entre insectos y animales de granja, el grado de humedad y, en especial, la temperatura. De este modo, ha creado con ArcGIS Pro mapas de prevalencia de la enfermedad en Italia central a partir de los registros históricos y los modelos paleoclimáticos aplicados a esta área. Como indica Pickel, «el riesgo de la transmisión de malaria […] no era omnipresente ni igual. La variación en las temperaturas a lo largo del año contribuían a un paisaje variado de riesgo de malaria». Y esto cuadra con el registro epigráfico, que acredita que la mayor parte de las muertes sucedían entre agosto y noviembre, unos meses tras la infección. Por su parte, este mapeo certifica que, de las 864 villas analizadas, la mayoría se encontraban en zonas de elevado riesgo de contagio.
Lo cierto es que en Roma se tenía plena constancia de la enfermedad, referida por ejemplo por Celso en su «De medicina» como fiebres cuotidiana, terciana y cuartana, e incluso algún autor se acercó bastante a sus modos de transmisión. Así Varrón alertó sobre las zonas pantanosas puesto que allí «crecen ciertos animales minúsculos que no pueden ser vistos por los ojos y que penetran por el aire a través de boca y narices en el cuerpo y causan graves enfermedades». Algo similar a lo manifestado por Columela en su «De re rustica», que alertó de la presencia de «bichos armados de aguijones dañinos» que «suelen hacemos contraer extrañas dolencias cuyas causas ni siquiera los médicos alcanzan a discernir», si bien se acerca más al concepto de miasma, utilizado para explicar todo tipo de dolencias hasta la aparición de la microbiología. Como indica Pickel, estas intuiciones y la experiencia fundamentan diversas estrategias recogidas por los agrónomos antiguos que avalan la practicidad, capacidad e ingenio de los agricultores romanos. Desde construir en espacios abiertos y elevados, con vientos favorables y, si no fuera posible, drenar el terreno o, para alejar al agua de los insectos, emplear acueductos y cisternas de agua. Asimismo, también se manipulaban los campos de labranza, desde su limpieza hasta la rotación de cultivos o la cuidadosa elección de las plantas a sembrar, como la vid, que requería un mayor trabajo en el otoño, cuando la malaria era menos peligrosa, o soluciones ingeniosas como la fumigación del campo o la zooprofilaxis, el uso de animales para distraer a los insectos de sus presas humanas.