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¿Por qué un anillo significa el compromiso?

Tiene su origen en la época romana, cuando se firmaba el pacto de matrimonio entre las familias con los esponsales, y fue convertido en liturgia por el Concilio Vaticano II

Rafel Sanzio, "Los esponsales de la Virgen"
Rafel Sanzio, "Los esponsales de la Virgen"La Razón

Isidoro de Sevilla, un intelectual de la Hispania visigoda, afirmaba en sus «Etimologías» y en «Los Oficios de la Iglesia» que las mujeres no utilizaban otro anillo que el que le habían dado sus novios y que colocaban, como en Roma, en el dedo cuarto de la mano izquierda. Chindasvinto en el año 650 prohíbe los cambios que no sean de común acuerdo en lo establecido en los esponsales una vez entregado el anillo. En las colecciones litúrgicas más antiguas de época visigoda se establece la diferencia entre dos ceremonias, la entrega de las arras o anillos y la bendición eclesiástica. En estos casos se seguía la práctica esponsalicia romana por la cual se podía establecer el compromiso mucho tiempo antes de que se produjese el matrimonio. La alianza entre las dos familias patricias en la época romana se establecía mediante la ceremonia de esponsales, donde se entrega a la mujer un anillo de hierro, oro o piedras preciosas según la capacidad económica del novio. Estos esponsales podían preceder varios años a la boda, siendo un pacto entre familias cuando los novios son niños, o, lo más frecuente, la mujer niña, y se consumaba el matrimonio a la edad núbil. La entrega del anillo era una prenda como garantía de cumplimiento de futuro, ya que se podía provocar el arrepentimientos de los cónyuges, sobre todo, de las mujeres.

En la Alta Edad Media hispánica los esponsales son regulados de forma breve e incompleta por el Fuero Juzgo, que dicta qué sucede si la novia se casa con otro hombre diferente del prometido elegido por el padre, siendo en ese caso nulo el matrimonio, lo que trasluce ausencia de consentimiento. No se menciona la entrega del anillo ni en la promesa de matrimonio, pero menciona la ley del beso, por la que se entiende consumado el matrimonio si el novio besa a la novia delante de ocho testigos.

En 866 el papa Nicolás I escribe al rey búlgaro Boris I comentado la práctica de los esponsales donde se entrega el anillo, al que denomina como «de la fidelidad», junto con la dote y posteriormente la celebración del matrimonio, cuando los novios comulgan y son bendecidos por el sacerdote. Aunque existen casos aislados en los que se puede probar la doble dualidad del matrimonio, promesa y bendición, la mayor parte de los enlaces en la Alta Edad Media no están reglados por la iglesia. En muchos casos la convivencia era espontánea, celebrándose posteriormente la bendición de los esposos. Uno de los primeros gobernantes en establecer una normativa fue Carlomagno, quien, en sus «Capitulaciones Carolingias» insiste en la necesidad del matrimonio en presencia de un sacerdote. Fue en este periodo cuando el uso del anillo nupcial llegó a tener un reconocimiento eclesiástico.

Trece monedas y otras costumbres

Fuera de estas excepciones, los ordenes litúrgicos relativos a la ceremonia matrimonial son posteriores y existen diferentes prácticas locales después de que se reconozca la validez sacramental del matrimonio tanto en los tratados teológicos de Anselmo de Laón (m.1177) como en el Decreto de Graciano, la colección de derecho canónico más importante del mundo medieval. El Pontifical francés de Lyre y en el inglés de Sarum establecen que el matrimonio se realice en la puerta de la iglesia, donde los novios intercambian trece monedas en el momento del matrimonio; en el ritual de Avignon se encuentra una fórmula de consentimiento expresada antes de la entrega del anillo y de las arras. La costumbre inglesa pide que se coloque en el dedo pulgar de la novia y luego en el anular; esta tradición aparece también en pontificales hispanos sin que esa costumbre sea general en Occidente. El concilio de Trento no establece ningún tipo de ritual matrimonial unificado, sólo indica que el matrimonio debe realizarse en la iglesia en presencia de un sacerdote, siguiéndose en cada caso las costumbres locales. De modo paulatino se observa una tendencia a abandonar los rituales propios adoptando el ritual romano de Paulo V de 1614, donde desaparecen las arras y el anillo de esponsales, existiendo únicamente un anillo nupcial para la novia que suele ser de oro. No fue hasta las guerras mundiales cuando algunos hombres empezaron a llevar alianzas de matrimonio como recuerdo de la vida que dejaban para ir a la batalla, y ya en el Concilio Vaticano II (1965) se establece la bendición de los dos anillos, del hombre y de la mujer.

Una de las cosas que llama la atención en la actualidad es la costumbre de la pedida de mano de la novia, un eco de los esponsales romanos puesto de moda entre las aristocracias europeas desde 1477, cuando Maximiliano de Austria manda fabricar un anillo de compromiso de diamantes para su prometida María de Borgoña, estableciendo quinientos años antes del slogan de France Gerety para De Beers que los diamantes son para siempre.