Virginia Hall: la espía que volvió loca a la Gestapo
En la obra “Una mujer sin importancia”, Sonia Purnell profundiza en la sorprendente historia de la fascinante Virginia Hall, una estadounidense que se transformó en el azote de los nazis
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En medio de la caótica desbandada francesa huyendo del avance de la Wehrmacht en junio de 1940, surge una mujer extraordinaria y hasta ahora poco conocida, la estadounidense Virginia Hall Goilott. Mientras millones de civiles franceses corrían hacia el sur, dejando las cunetas repletas de enseres, vehículos y cadáveres de animales y personas, buscando la salvación junto a su gobierno refugiado en Burdeos, mientras muchas tropas francesas tiraban las armas y escapaban hacia el sur con sus vehículos, Virginia se abría paso con su ambulancia en dirección contraria buscando el frente para rescatar heridos y convirtiéndose en medio de aquella tragedia en una heroína de 34 años, con una pierna ortopédica, capaz de luchar por encima del deber y la nacionalidad. De su muerte se cumplen hoy 42 años.
Pionera de la CIA
Pero el arrojo y las terribles vivencias de aquella estadounidense apenas acababan de comenzar: en los años siguientes, tal como revela la obra de Sonia Purnerll “Una mujer sin importancia" (Planeta) se convertiría en una pieza fundamental del espionaje Aliado en Francia y, en consecuencia, en la agente más buscada por la Gestapo durante 15 meses hasta que huyó de Francia por los Pirineos. Pero como pareciera fundamental su concurso para organizar a “la resistencia” antes del desembarco de Normandía, Virginia regresó a Francia y operó en la clandestinidad otros seis meses, hasta la liberación.
Bajo una decena de apariencias –aunque siempre coja- y de nombres, para la Abwher Artemisa (su nombre en las claves alemanas) fue una obsesión porque la consideraba “La espía aliada más peligrosa”. Una peripecia extraordinaria, superando su problema físico y, peor aún, las envidias y suspicacias de sus competidores masculinos que no soportaban ni los éxitos ni la jefatura de “la Coja”. Lo ocurrido en Francia –pese a las numerosas apropiaciones de sus éxitos, a las calumnias y a que se le regatearan los reconocimientos- no podía ser espejismo o leyenda y lo demostró en la posguerra convirtiéndose en uno de las pioneras en las operaciones de la CIA.
Virginia Hall (1906/1982) era hija de una familia pudiente pero venida a menos, guapa, “gruñona y caprichosa” –según ella misma se veía- indómita, contraria a las convenciones sociales, aventurera, amante de los deportes de riesgo y absolutamente contraria a la porfía de su madre por verla casada con un rico heredero, por lo que tardó bien poco en romper con el novio que le había buscado y lograr que se la enviara a París donde frecuentó la Sorbona sin ningún aprovechamiento académico, pero mejorando el idioma, el conocimiento de la gente, estableciendo relaciones y enamorándose de Francia…
Pasó, después a Viena, donde estudió políticas, periodismo e idiomas (llegó a hablar bien, aunque siempre con acento, francés, alemán, español, italiano y ruso); conoció en directo el fascismo italiano; el auge del nazismo en Alemania y Austria y su brutal pensamiento antisemita; se familiarizó con paisajes y deportes que serían claves en su vida, la caza y el tiro de pistola… De regreso a Estados Unidos intentó entrar en la carrea diplomática y fue rechazada por el antifeminismo reinante en la Secretaría de Estado, pero accedió por la puerta de atrás como secretaria internacional, aliviando la penuria familiar a causa de la Gran Depresión y la muerte de su padre.
Su primer empleo fue Varsovia, magnífico mirador para observar el avance nazi y la evolución del comunismo soviético y excelente experiencia sobre el funcionamiento de la burocracia diplomática: concesión de pasaportes, visados, licencias importación y exportación, trámites y triquiñuelas aduaneras e, incluso, lenguajes cifrados… Con ese bagaje intentó el salto al staff diplomático y fue nuevamente rechazada y, peor, represaliada con un destino consular en Esmirna, donde aprendió poco y el único aliciente era la caza. En una de sus salidas cinegéticas se disparó accidentalmente en un pie y, gangrenada la herida, sufrió la amputación de su pierna izquierda por bajo de la rodilla. Tenía 27 años.
Se repuso en casa: logró una buena pierna ortopédica (a la que denominaría cariñosamente "Cuthbert), luchó fieramente para manejarla hasta que su cojera fue casi imperceptible pese a que los dolores la afligirían el resto de su vida e, incluso, volvió a ser rechazada por el Departamento de Estado y enviada al consulado de Venecia y luego al de Tallín (Estonia)… Entre tantos reveses siguió acumulando experiencias en el mundo de la diplomacia y conocimientos sobre fascismo y nazismo, cuyo ataque contra Polonia la sorprendió en Tallin, de donde tuvo que salir meses después ante la invasión soviética.
Refugiada en Londres, fue rechazada por el Servicio Territorial Auxiliar, por lo que, deseando contribuir en la lucha contra el nazismo, ofreció sus servicios a un regimiento de artillería francés, que la empleó como conductora de ambulancia y la procuró cierta formación como sanitaria; ese trabajo la proporcionó un gran conocimiento geográfico y viario sobre Francia y contactos con médicos, servicios sanitarios, policías, transportistas... Todo un bagaje para el futuro, pero poco más podía hacer en el territorio galo tras su rendición y abandonó el país por la frontera de Irún… Allí, aquella mujer guapa, alta, rubia, cosmopolita, políglota y valiente deslumbró a un agente británico que, meses después la introduciría en la SOE (Operaciones Especiales del MI6 británico) que tras un período de instrucción la convirtió en el Agente 3844 y, con la cobertura de una corresponsalía, la envió a Vichy vía Lisboa.
Aunque tenía la formación adecuada, sus éxitos periodísticos hubieran sido escasos, pero su gran experiencia en el mundo de la diplomacia le dio acceso a las legaciones estadounidenses y a su información, de modo que sus crónicas estaban repletas de datos anodinos que burlaban la censura y constituían un tesoro para el espionaje británico. También hizo excelentes relaciones con policías y profesionales de todo tipo, pues, según escribía el periodista Peter Grose “Paree haber embrujado a todo el que la conoció” (“A Good Place To Hide”).
Mil nombres
La capital de la Francia no ocupada se le quedó pequeña y trasladó su campo de actuación a la populosa Lyon, donde, bajo la cobertura de corresponsal, fue la agente más eficaz del MI-6 y, gracias a la valija consular, su única fuente fiable de información de la zona. Pero, tras la entrada de EE.UU en la Segunda Guerra Mundial, en diciembre de 1942, perdió su condición de neutral y pasó a la clandestinidad, cambiando de casa, apariencia y nombre (Marie, Marie de Lyon, Marie Monin, Virginia, Brigitte, Germanine…) cada pocas semanas para escapar de la Abwehr y de la Gestapo.
Con todo y con no contar con un transmisor de radio hasta casi el final, aguantó en Lyon hasta agosto. Había proporcionado a Londres información precisa de la zona, contribuido a la salvación de centenares de judíos, pilotos y agentes aliados a los que dio refugio, comida, dinero, contactos e itinerarios para escapar de Francia, canalizado toneladas de armas, munición y pertrechos hacia el maquis e, incluso, sacado de la prisión de Mauzac a 12 agentes que esperaban condenas capitales en una extraordinaria operación de la que, incluso, llegó a enterarse Hitler.
Todo aquello terminó por “quemar” a Virginia: los nazis intensificaron su búsqueda, detuvieron y torturaron a decenas de reales o presuntos “resistentes” y derramaron millones de francos en los ambientes frecuentados por agentes franceses. En octubre de 1942 la tenían localizada pero, con la extraordinaria astucia y cautela que caracterizaron su actuación, se les escurrió entre los dedos. El momento decisivo llegó en noviembre, con la Operación Torch, el desembarco aliado en el Norte de África, que suscitó la invasión alemana de la Francia no ocupada.
Virginia se salvó por los pelos: salió de Lyon el día 8 en un tren nocturno, llegó a Perpiñán, pero no encontró un guía de montaña hasta el día 10 y esa noche comenzó su travesía pirenaica, en compañía de otros dos fugitivos. Al alba del día 11, mientras escalaban penosamente, los alemanes se hicieron con el control de la zona de Vichy y, junto con miles de carteles nazis, las calles se llenaron con una imagen de Virginia y una leyenda: “La espía más peligrosa del enemigo. ¡Debemos encontrarla y destruirla!”. Pero ella estaba cruzando el Canigó nevado, sufriendo lo indecible a causa de “Cuthbert”, que literalmente se estaba desmoronando, y alcanzó España el 14 de noviembre donde fueron detenidos por la Guardia Civil. Ellos fueron enviados al campo de concentración de Miranda de Ebro, ella a Figueras, de donde la rescataron las gestiones diplomáticas estadounidenses. Pasó las navidades en España, recuperándose, haciendo informes, enterándose de la desarticulación de gran parte de su trabajo y haciéndose el propósito de regresar.