Aniversario

Cela y “La familia de Pascual Duarte”: Una muerte tremendista que cumple 80 años

La obra se publicó un día como hoy de hace ocho décadas; Camilo José Cela introdujo en la novela el desencanto con el campo

José Luis Gómez se llevó el reconocimiento de Cannes por su papel en la adaptación de la novela al cine
José Luis Gómez se llevó el reconocimiento de Cannes por su papel en la adaptación de la novela al cineArchivo

Este 17 de enero se cumplieron veinte años desde la muerte de Camilo José Cela, y el 2022 acaba con otra onomástica, pues hoy se cumplen 80 años desde que vio la luz su primera novela, «La familia de Pascual Duarte», que marcó un hito en la literatura española de la posguerra. Además, el día 10, pero de 1989, recogió el premio Nobel en un momento en que su inmensa celebridad aún se hacía más internacional. Aún le esperaban, entre una gran cantidad de escritos de diversos géneros, sus novelas «Cristo versus Arizona», «El asesinato del perdedor», «La cruz de San Andrés» y «Madera de boj», además de más premios de máxima trascendencia pública: el Planeta y el Cervantes, en los años 1994 y 1995 (antes había obtenido el Príncipe de Asturias de las Letras, en 1987).

En cualquier caso, podríamos decir que todo empezó para Cela con una novela corta, llamada «La familia de Pascual Duarte», que vio la luz en 1942 y que contaba la peripecia trágica de un campesino extremeño, hijo de un alcohólico, que rememoraba él mismo a la espera de su propia ejecución en la celda de los condenados a muerte. Un personaje este de gran fuerza narrativa, de carácter tosco, primitivo y violento, que sin embargo, ocultaba otra cara más humana y sensible. De la obra se haría un largometraje de gran calidad, titulado «Pascual Duarte», a las órdenes de Ricardo Franco, que compitió en el Festival de Cannes de 1976; tanto gustó la cinta y, en especial, el trabajo de su protagonista, José Luis Gómez, que este se haría merecedor del Premio a la interpretación masculina.

Con esta historia sobre un pobre desgraciado y miserable, que solamente conoce la parte más turbia de las personas, Cela ponía un espejo delante de la realidad española de aquella época, marcada por la pobreza, las abismales diferencias sociales y una cotidianidad de pura supervivencia y lucha frente a los demás. En este sentido, la reacción de la crítica especializada y muchos de sus colegas escritores, fue tan positiva como desconcertante. Por ejemplo, Pío Baroja, que había rechazado prologar el texto por la dureza de su contenido, la acabó alabando en el diario «El Español». Y fue tal su éxito, que tras ser impresa en Burgos, se agotó su primera edición antes de que la censura arremetiera con ella y confiscara la segunda.

La muerte poética

El alcance de «La familia de Pascual Duarte» irá ascendiendo de forma paulatina, y al cabo de poco tiempo será traducida al italiano y reimpresa con prólogo de Gregorio Marañón, en 1945. Se presume que, posiblemente, es la novela española más editada y traducida a otras lenguas después del «Quijote», sumando a día de hoy más de 330 ediciones en 41 idiomas. Todo un clásico moderno, por tanto, que estaba escrito con prosa enérgica e impactante pero que venía de una mente, sobre todo, de tinte poético. Un escritor que bebía de los grandes poetas del Siglo de Oro y de la oscura pintura de José Gutiérrez-Solana, todo lo cual hacía elevar a tema principal de su escritura todo lo concerniente a lo mortuorio.

Así, desde su poema de fecha más temprana, «Alba para mí», escrito en 1934, hasta un texto que, sin riesgo a equivocarnos, se podría calificar de verdadero poema en prosa titulado «Madera de boj» (1999) –donde se convocan mares y horizontes borrachos de náufragos y cadáveres, leyendas de las costas gallegas amparadas por una mitología descrita con la minuciosidad de un científico–, la muerte es un continuo leitmotiv a lo largo de la obra celiana. Cualquier lector que se prodigue en los escritos del autor oriundo de la aldea de Iria Flavia verá que tal cosa incuestionable.

Camilo José Cela
Camilo José CelaAlberto Schommer / VegapAlberto Schommer / Vegap

Ciertamente, si la primera sección del joven poema mencionado rezaba «Mi entierro», toda una vida después, a los ochenta años, proclamará, en el que tal vez sean sus mejores versos: «Con una voz clavada en la garganta / Con una voz confusa / he de morir». Es la muerte ampulosa que atraviesa el poemario «Pisando la dudosa luz del día» (escrito en los años treinta, publicado en 1945); es la muerte, igual de próxima pero verbalmente más contenida aunque más potente, en sus años finales, la que se halla en piezas en las que el escritor recupera sus inicios líricos, tal es el caso de «La traición» (1995). El caminante Cela diseña con su obra un círculo, lo recorre y lo cierra.

Como un verso de Goethe

«Recordar es saberse morir, es buscar una cómoda y ordenada postura para la muerte, esa muerte que ha de llegar precisa como un verso de Goethe, indefectible lo mismo que el cauteloso fin del amor», dijo en el prólogo al primer tomo de sus memorias, «La rosa» (1959). Muerte en sus prosas, en la concepción de lo narrado, en los recuerdos que se convierten en materia literaria; lo señaló José María Pozuelo Yvancos, en su introducción al «Viaje a la Alcarria» (1948), aludiendo a «una indisimulada tendencia a la literaturización de toda experiencia, incluida la biográfica».

Y en medio de su tarea literaria, tan tenaz, incansable, abrumadora, se trasluce el aliento poético que insufla hondura, belleza, marco a lo que va a convertirse en cuento; el poeta José Ángel Valente lo explicó así: «La prosa del narrador tiene una prolongada preparación poética o hunde profundamente en la poesía muy sólidas raíces».

Camilo José Cela, un escritor que fue más allá de los márgenes de la literatura
Camilo José Cela, un escritor que fue más allá de los márgenes de la literaturalarazon

De la perspectiva poética nace la conciencia lingüística que va a penetrar en una realidad concreta, limitada: la España rural y pobre del siglo XX. En su caso, la fidelidad a lo realista parte de lo imaginativo, de la libertad poética sin embargo, y esa combinación de sensualidad y contundencia, del espejo en el camino que decía que era la novela Stendhal e inventiva narrativa, alcanza una estatura literaria que amenaza con romper los moldes de los géneros, los estilos y las tendencias estéticas.

Cela rebuscó, de este modo, entre los límites de la tradición, y sus innovaciones creativas se mostraron ajenas al análisis propio: «La novela no sé si es realista, o idealista, o naturalista, o costumbrista, o lo que sea. Tampoco me preocupa demasiado. Que cada cual le ponga la etiqueta que quiera: uno ya está hecho a todo», apuntó en la nota a la primera edición bonaerense de «La colmena» (1951), obra que «no es otra cosa que un pálido reflejo, que una humilde sombra de la cotidiana, áspera, entrañable y dolorosa realidad», añadía.

Aquellos dos días y medio de 1943 en los que transcurrían los pequeños acontecimientos de un Madrid mísero de posguerra, sobre todo en el café de doña Rosa, constituyeron para Cela «un trozo de vida narrado paso a paso, sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida discurre, exactamente como la vida discurre». Semejante realismo de raíces poéticas, pues, se inclina por captar el entorno, pero el espejo en el camino que colocó Cela, por ejemplo durante sus caminatas por pueblos y montes e incluso ciudades, cobra diferentes formas en función de lo que se quiera retratar, como apunta Antonio Vilanova en su comentario a «El Gallego y su cuadrilla»(1955).

Por eso, este filólogo habla de realismo grotesco al definir el origen valleinclanesco de los apuntes carpetovetónicos, del tremendismo naciente de «La familia de Pascual Duarte», de la deformación de lo circundante que, a menudo, ha sido poco o mal tratado desde el mundo de las letras: «Frente a la visión de la realidad española que nos brinda el popularismo folklórico y castizo, desenmarcado del tiempo y de la circunstancia histórica del momento, Cela nos da una imagen totalmente verídica y real de la España típica, reflejada en su fauna humana y en su carácter racial, no en un fácil pintoresquismo de navaja y pandereta».

Exposición en Iria Flavia

La Fundación Camilo José Cela de Iria Flavia ha preparado la exposición «Se acabó el divagar: 80 años de “La familia de Pascual Duarte”», haciéndose eco de que al recibir los primeros ejemplares, Cela sentenciaba en un bloc de recortes: «Se acabó el divagar». En la muestra se puede ver el escritorio en el que fue redactada la obra, junto al manuscrito original. A esto se suma una selección cartas del proceso de edición, como con la editorial Aldecoa o las cartas de la censura. Completan la muestra otros manuscritos y obra pictórica de autores como Antonio Mingote o Rafael Zabaleta.