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Literatura

Muere Francisco Rico, el gran editor de «El Quijote»

El filólogo y miembro de la Real Academia Española, reconocido por sus estudios sobre el Siglo de Oro, de manera especial la obra de Cervantes, fallece a los 81 años

Francisco Rico en la biblioteca de la RAE
Francisco Rico Manrique, filólogo y académico de la lengua españolaGonzalo Pérez MataLa Razón

El nombre Francisco Rico trascendió el estrecho círculo de los ámbitos académicos y su figura se hizo popular como el hombre que más sabía sobre «El Quijote». Una afirmación que él solía rebatir con su particular sentido del humor, argumentando que él, en realidad, solo se lo había leído una vez. En las demás ocasiones solo lo había estudiado... Lo cierto es que, con Francisco Rico, que falleció ayer a los 81 años en Barcelona, después de permanecer varios días ingresado en un hospital y pasar varios meses con la salud mermada, se va una de las personalidades más relevantes de nuestra cultura reciente. Un maestro que, aunque la mayoría lo circunscribía a los estudios de los Siglos de Oro, iba mucho más allá, desplegando su conocimiento hacia otras épocas y otras sensibilidades de diferente catadura.

Sentía predilección por la poesía, y de hecho publicó «Mil años de poesía española», pero, en especial, su mayor debilidad caía del lado de la poesía del Renacimiento, sobre todo la italiana. Él, además, era un gran admirador de Petrarca y el último ensayo que publicó, en la editorial Arpa, era justo un lúcido ensayo sobre este escritor al que estaba muy ligado. Pero las circunscripciones de su interés eran muy variadas, amplias y hasta imprevistas. Los lectores lo pudieron corroborar al ver que su firma también estaba detrás de obras dedicadas a temas que en un principio nadie hubiera vinculado con él, como es el caso de la poesía goliardesca, una literatura en la que entró con su habitual acierto y una mirada calada por una enorme erudición.

Hace un par de años, en febrero de 2002, sacó un libro inesperado, «Una larga lealtad» (Acantilado), que reunía sus semblanzas, retratos, perfiles o introducciones de los grandes maestros de las humanidades. Una adecuada y muy bien ceñida recopilación que en el fondo actuaba como espejo de lo que representaba su presencia en nuestra cultura, porque Francisco Rico -que era una persona de conversación imaginativa y fértil, muy animada, que solía articular con ironía, mucha gracia y un saludable sentido del humor- pertenecía a una estirpe de maestros que ya van desapareciendo a las alturas de este siglo. En este libro asomaban estampas, recuerdos, vivencias, reflexiones, introducciones y acercamientos a personajes de la talla y el fuste de Ramón Menéndez Pidal, Dámaso Alonso, Martín de Riquer, José Manuel y Alberto Blecua, Roberto Calasso, Fernando Lázaro Carreter, Claudio Guillén, José María Valverde y María Rosa Lida, además de otros renombrados intelectuales internacionales.

Él, en el fondo, provenía y entroncaba con este extenso linaje de talentos que contribuyeron a engrandecer la filología y la historia de nuestro país con sus estudios, y que entroncaba con el humanismo más europeo. Miembro de la Real Academia Española desde 198 y catedrático emérito de Literaturas Hispánicas Medievales en la Universidad Autónoma de Barcelona, Francisco Rico sobresalió por sus ediciones de la obra de Cervantes, sobre todo «El Quijote», pero resulta inevitable resaltar sus imprescindibles aportaciones a obras como «El lazarillo de Tormes», al que dedicó varios libros y también el discurso de ingreso en la RAE, un personaje por el que sentía una singularidad atracción, igual que por Guzmán de Alfarache, aunque se distanciaba más de «El Buscón», de Quevedo, un escritor con el que no tenía tanta sintonía como con otros, aunque admirara parcelas de su obra poética, que, sin duda, elogiaba.

Una de sus últimas publicaciones fue «El primer siglo de la literatura española» (Taurus), en el que se adentraba en las raíces de nuestras letras. Una historia que no abandonaba ni una sola de sus parcelas, desde la canción trovadoresca, los cantares de gesta o la poesía didáctica que surgió del contacto directo con otras tradiciones y culturas. Un libro en el que, como solía suceder siempre en su caso, rubricaba con un enorme acierto, aportando visiones, matices y singularidades propias de los hombres que han acaparado y abarcado enormes sabidurías. Probaba así que un estudioso no es solo alguien que sabe mucho, sino alguien que ejerce una apropiada reflexión y que gusta salirse de los caminos trillados y ya horadados por otros. En definitiva, en eso consiste ser un intelectual. Individualidad y suma de conocimientos.