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¿Es más intelectual escuchar a Mahler que a AC/DC?

Escuchar música a través de la razón no lleva a otra cosa que al prejuicio, al rechazo e, incluso, a la ignorancia. La clave está en la actitud pues, como decía Debussy: «Solo hay que escuchar, el placer es la ley»
EfeEfe

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La música es un estrecho diálogo entre músico y oyente. Cada individuo tiene su manera de utilizar la música, que responde a una función decorativa, o bien trata de «suscitar preguntas, desconcertarnos y llevarnos a territorios nuevos y misteriosos. En algunos contextos es parte de lo cotidiano, a veces no se concibe con algo separable a la danza, en algunas culturas no hay una palabra que signifique ‘’música’', y en otras es más bien un fenómeno estético y ‘’desinteresado’'», apunta Mariano Peyrou, músico y licenciado en Antropología Social, profesor de Historia del Jazz y Estética de la Música en el Centro Superior Música Creativa de Madrid, y autor de «Oídos que no ven» (Taurus). Se trata de un ensayo que pretende desmontar el mito de «música intelectual», así como explora cómo funciona esta disciplina artística en las personas, tanto en quienes son productores como receptores de ella. Para ello, trata de responder a una serie de curiosas cuestiones, que invitan a que el oyente desprejuicie ciertos géneros, así como plantea el lenguaje universal que pueden compartir artistas tan dispares como Mahler o los hermanos Young.
¿Qué tienen en común «Anarchy in the U.K.», el himno punk de la anarquía que en 1977 publicaba Sex Pistols, con la tradición occidental más académica? ¿En qué sentido el «With or without you» de U2 está relacionado con el «Bolero» de Ravel? ¿Podemos hablar de Ella Fitzgerald, los Beatles, AC/DC, Haydn y Ana Torroja en un mismo sentido? En «Oídos que no ven», Peyrou toma mano de estos y más artistas con el fin de plantear «una argumentación más convincente, pues se apoya en distintos géneros, épocas y culturas». Asimismo, «analizando estos diferentes ejemplos, doy claves sobre dónde dirigir la atención y propongo maneras de escuchar, mostrando que ni los creadores funcionan racionalmente al componer ni hace falta que los oyentes sepan nada en concreto». Así, llegamos a la temática principal de la obra: «La idea falsa y nociva de que ciertas músicas son demasiado intelectuales, un tipo de prejuicio que se aplica sobre todo a la música contemporánea y al jazz, aunque también a veces al flamenco. Existe una postura que tiende a despreciar ciertas músicas porque no se consideran lo bastante intelectuales, y que combina la ignorancia, la pereza y el rechazo a priori de cualquier cosa desconocida», apunta el autor.

Entre Schubert y los Beatles

Entonces, ¿no es acertado pensar que la obra de Mozart es más intelectual a nivel compositivo que la de, por ejemplo, Daddy Yankee? Decía John Coltrane que «puedes hacer música con el cordón de un zapato si eres sincero». Y al respecto Peyrou apunta que «con elementos muy sencillos se pueden crear canciones maravillosas. Pensemos en Schubert, en Billie Holiday, en Atahualpa Yupanqui o en Leonard Cohen, por poner casos muy distintos de autores de canciones con estructuras tan simples como las del reguetón. La diferencia que tú oyes va más allá de lo intelectual, y tiene que ver con no repetir clichés del propio género, no emplear fórmulas ajenas, buscar una manera de organizar el sonido que permita canalizar algo íntimo y verdadero». Por tanto, asegura que aquello que se sube a la cresta de la ola, «la música más ‘’mainstream’' y simplona, es muy intelectual en el sentido de que sigue unas reglas que no son espontáneas ni intuitivas, sino que están prefijadas». Así, lo que uniría a Mozart y a Yankee es que el oyente no debe entender racionalmente a las estrategias musicales, sino acostumbrarse a los distintos lenguajes: «La gente que escucha a Mozart no hace ningún esfuerzo intelectual, y lo mismo les pasa a los oyentes de Yankee», añade. Ya lo decía Debussy: «Solo hay que escuchar, el placer es la ley».
La música es expresión, sentimiento, improvisación, visceralidad. Y, por tanto, se aleja de toda jerarquía. Según la idea que refleja «Oídos que no ven», no se debe establecer un ránking en el que los Beatles se ponen por encima de todo ritmo urban, ni hay por qué respetar más o menos un estilo en concreto. «Incluso aunque consideremos que cierta música es mala, nos puede aportar algo si la escuchamos creativamente», defiende el autor, «hay que exponernos a lo que se oye, para que ese primer contacto con una melodía sea más puro». Así, invita a desprendernos de esa coraza mental que utilizamos «para defendernos, porque de lo contrario podemos perder grandes aventuras sonoras», pues el riesgo de negarse a escuchar deriva, «paradójicamente, de tratar de evitar cualquier riesgo, y consiste en quedarse quieto en el mismo sitio, pensando, sintiendo y viviendo siempre lo mismo».
En el bando del artista, escribe el autor en su obra que «en la historia de todas las artes el creador forma parte de una tradición y trabaja en un contexto, y sus obras aluden, de un modo a veces explícitos y a veces no, a esa tradición o a ese contexto. No es necesario, insisto, conocerlo para disfrutar de una obra de arte, pero si no lo conocemos, no demos por hecho que ‘’entendemos’' nada». Por tanto, la música ya no es que sea susceptible a cualquier influencia, sea sensorial o social, sino que de manera a veces inconsciente está entrelazada. Ejemplo de ello son los Beatles: «All you need is love» comienza con las primeras notas de «La Marsellesa», así como también «incluye otras melodías conocidas, como la de ‘’In the mood’' de Glenn Miller, la de una pieza de Bach y la de ‘’She loves you’'. Es ese el juego que propone un tema», apunta Peyrou.
En definitiva, a partir de la lectura de libros sobre esta disciplina, «escuchando más música que nunca, atendiendo a las dudas y objeciones de mis alumnos y a través de la labor de documentación principal que ya había realizado durante mi formación», Peyrou traza en esta obra una nueva forma de enfrentarnos al arte. Y qué mejor forma de responder a la libertad que con ella misma, pues resultaría pretencioso presumir de la autonomía creativa de un artista si al mismo tiempo se rechaza la de otros. «Lo intelectual es lo contrario de lo libre», apunta, precisamente, el autor en uno de los epígrafes del libro. Y reclama: «Ningún estilo de música exige una educación formal, aunque casi todos los géneros que valen la pena exigen que nos acostumbremos a su lenguaje». Por tanto, defiende que «la capacidad de oír las voces de una fuga o conocer a los Beach Boys no es algo ‘’demasiado intelectual’'», así como tampoco lo es «darnos cuenta de que un poema rima. ¿Hace falta haber leído ‘’El rey Lear’' para poder entender ‘’I am the walrus’', de los Beatles? Rotundamente no. Y tampoco hace falta saber en qué tonalidad estamos al escuchar ninguna música, ni si está en 3/4 o en 6/8». No siempre la razón nos rige pues, como decía el pianista Davi Brubeck, «el secreto de una gran melodía es un secreto».
Rechazo firme y enérgico del «qué dirán»
«Oídos que no ven» es una invitación al asombro, al descubrimiento, y es curiosa la cita de John Blacking que Peyrou incluye en su obra: «Los músicos más destacados suelen ser personas que se separan de la naturaleza innata de su sexo, de modo que las mejores músicos mujeres son agresivamente masculinas, y los hombres han de pedir disculpas por mostrarse tan femeninos». «Se trata de salirse del yo cotidiano para encontrar ese lugar, pues es el rechazo consciente y enérgico del ‘‘qué dirán’’ lo que permite encontrar la propia voz», apunta el autor.