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La historia tras el “Himno a la alegría”, el proyecto de vida de Beethoven

El compositor, para crear el cuarto movimiento de su novena sinfonía, se inspiró en un poema de Friedrich Schiller que le cautivó desde su juventud: “Oda a la alegría”
Karl Joseph StielerDominio Público

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Cuando Miguel Ríos creó la letra de una de las versiones más icónicas de nuestro país, se basó en las luces y sombras de Ludwig van Beethoven (1770-1827). “Himno a la alegría” está basada en el cuarto movimiento de la Sinfonía nº 9 del famoso compositor, quien creó esta melodía como parte de una obsesión que le acompañaba desde su juventud. Todo comenzó en 1789, cuando Friedrich Schiller publicó “Oda a la alegría”. El poeta y dramaturgo buscó, según especificó, darle “un beso a todo el mundo”, representando las inquietudes de la Europa de entonces, agitada por valores como la libertad, la felicidad y el espíritu ilustrado. Y estos aspectos a Beethoven, que descubrió este escrito con poco más de 15 años, le apasionaban. Tal fue su entusiasmo al conocer la “Oda a la alegría” que desde el primer momento supo que sería él quien le pusiera la música para, de esta manera, transmitir a través de su propio arte los mismos valores de bienestar, paz y armonía.
No fue hasta 1817, cuando Beethoven tenía 47 años y su sordera ya estaba consolidada, cuando su obsesión por el poema de Schiller comenzó a tomar la forma que hoy conocemos. Bajo encargo de la Sociedad Filarmónica de Londres, debía componer su novena sinfonía, y supo que era el momento de concretar aquella idea que le perseguía desde joven: musicalizar la obra de Schiller, para eternizar los valores ilustrados que sirvieron de aliento al compositor a lo largo de su vida. Y lo hizo en una época en la que el romanticismo estaba en auge, lo que se traduce en un momento auge para la música y la palabra.
Para distinguir la partitura del poema, se denomina al cuarto movimiento de la Sinfonía nª9 “Himno a la alegría”. “Cuando empezó a componer el cuarto movimiento, la lucha comenzó como nunca antes. El objetivo era encontrar un modo correcto de introducir la oda de Schiller. Un día Beethoven entró en un cuarto y gritó: ‘¡Lo tengo, ya lo tengo!’. Entonces me mostró el cuadernillo con las palabras ‘Déjenos cantar la oda del inmortal Schiller’”, escribió el amigo y biógrafo del compositor, Anton Schindler. No obstante, esta no fue la versión definitiva, pues el genio estuvo componiendo y retocando la obra hasta 1824, tres años antes de su fallecimiento.

Las luces contra las sombras

Más allá de su convencimiento a la hora de querer aportar algo eterno al mundo de la música -lo cual consiguió con creces-, Beethoven pudo también crear esta obra como forma de escapar de sus propios tormentos. El compositor, en la época de la creación de la novena sinfonía, ya no solo sufría de sordera, lo que le llenaba de frustración, sino que también sufría depresión o aislamiento. Por tanto, la creación de una música a partir de la alentadora poesía de Schiller le sirvió como punto de apoyo para hacer resurgir sus luces de lo que habían conquistado sus propias sombras.
A día de hoy, esta música sigue resonando en los más importantes teatros del mundo, así como se continúa versionando por parte de todo artista que busca transmitir armonía y felicidad. Como decíamos, el caso moderno más representativo podría ser el de Miguel Ríos, cuya interpretación acompaña en cada acto de celebración de la vida, así como sirve de himno para todo aquel que busque desesperadamente la esperanza, como fue el caso reciente de la pandemia, época en la que esta melodía volvió a arrojar un poco de claridad en plena tormenta.

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