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Clásica

Crítica de 'La Traviata': La muerte os sienta tan bien

La traviata, de Giuseppe Verdi. Nadine Sierra, Xabier Anduaga, Luca Salsi, Karina Demurova, Gemma Coma-Alabert, Albert Casals, Tomeu Bibiloni, David Lagares, Giacomo Prestia, Joan Laínez e Ihor Voievodin. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección del coro: José Luis Basso. Dirección musical: Henrik Nánási. Dirección de escena: Willy Decker. 24 de junio

Crítica de 'La Traviata': La muerte os sienta tan bien
Crítica de 'La Traviata': La muerte os sienta tan bienTeatro Real

Llegó por fin al Teatro Real la producción de Willy Decker, y durante los primeros instantes era inevitable recordar aquel estreno valiente y extraño en pandemia, cuando no pudo aparecer la escenografía prevista que sí vimos ayer y se levantó el telón con el escenario repleto de líneas rojas como habitáculos imaginarios. Aquel fue el brindis más doloroso imaginable. Dicho esto, resulta curioso cómo una de las escenografías más famosas de las últimas décadas, revisitada y vista en tantos lugares, mantiene intactas las expectativas y todo su poder sugestivo. El espacio que plantea Decker sirve como estancia para la muerte, como antesala del París carnavalero o como apartada casa de campo con idéntica idoneidad gracias a una sencillez proverbial donde el uso de las alturas es la clave para entender si estamos en la esfera pública o privada. El simbolismo de los colores es básico y por ello demoledor, no solo por ese vestido rojo que sintetiza la mirada objeto de aquellos que desean a Violetta -o al rol social que desempeña-, sino por el telón trasero de flores palideciendo, la blancura de la inocencia o la negrura de la muerte. En este caso no se trata de originalidad en los códigos sino de efectividad en el mensaje. No hay un universo onírico con su propio dialecto inventado sino una acumulación de lugares comunes que cobran valor por la inteligencia en su uso.

Para que una propuesta así funcione se necesita de una presencia física y capacidad actoral sobresalientes, porque toda la lucidez del montaje se basa, por ejemplo, en cómo Violetta mira de reojo a la percha con el vestido rojo cuando Germont la visita. Todos los miedos y hasta la condena a muerte de la protagonista están cifrados en esa mirada que Nadine Sierra supo mirar. Su actuación fue superlativa, una vez superadas las tentaciones casi atléticas del primer acto. Donde su Violetta triunfa no es tanto en el espectáculo pirotécnico de Follie!, que lo fue, sino en el derrumbe posterior, en mantenerse sola en mitad de un escenario desnudo sin que nadie repare en que solo hay aire a su alrededor. Su segundo acto fue sobrecogedor, y su despedida de Germont, ese “Amami, Alfredo” resume mejor que todo el acto primero a Sierra: la voz como definición exacta del abismo de su personaje. El parlato con la lectura de la carta del tercer acto también es una lección: se puede hacer música sin cantar una sola nota.

Por su parte Xabier Anduaga construyó un Alfredo luminoso en su primera parte y torturado en el resto, como corresponde al fondo aristocrático de su personaje. Perfecto en su emisión sencilla, colocada y brillante, algo más lastrado en el componente actoral, tal vez no tanto por él sino por la demostración superlativa de su compañera. Con menos sutilezas en el ataque, más grueso en su dibujo, estuvo el Giorgio Germont de Luca Salsi, en un papel que requiere muchos matices porque no solo es el dinamitador de la tragedia sino la herida eterna de Verdi, algo que va mucho más allá de la Traviata. El precipicio de la relación paterno-filial recorre toda la carrera del compositor como un golpe en el estómago, desde Rigoletto hasta Don Carlo, y la escena con Violetta es la apoteosis de ese conflicto. Salsi optó por mayor violencia que matiz; más empujar que frasear. Así su personaje gana en crueldad y pierde algo de trasfondo. La dirección musical de Henrik Nánási fue vigorosa y entusiasta, con un subrayado continuo en lo dramático y menos vuelo lírico. En su retrato de Marie Duplessis había pocas dinámicas intermedias, se representaban los extremos: el paraíso del abrazo con Alfredo o la desolación de su ausencia. Gran trabajo del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real asumiendo y llevando a su máxima expresión esta lectura. El público enloqueció al acabar con Nadine Sierra, poniéndose en pie y regalando una ovación enorme que parecía equilibrar no solo lo visto ayer sino las ausencias de aquella otra Traviata de hace cinco años. Ahora sí, viendo como la bellezza infiora...