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Mari Trini, la mujer que fue… y la que no pudo ser

Una reciente biografía trata de reparar el olvido artístico que la célebre cantante y compositora murciana padeció en el último tramo de su vida, y que se mantiene hasta hoy
Mari Trini
La cantante Mari Trini escribió más de 300 cancionesLR
La Razón
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

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Los orígenes artísticos de María Trinidad Pérez de Miravete Mille, perteneciente a una familia murciana con posibles, de raíces aristocráticas, tuvieron un rasgo insólito: el actor y cineasta Nicholas Ray –director, entre otras, de «Johnny Guitar», «Rebelde sin causa» y «55 días en Pekín»–, tras verla cantar en un pub que tenía en Madrid, se la llevó a Londres, le financió estudios de interpretación y ejerció de mánager. Aquel idilio profesional no tuvo un feliz desenlace, pero eso es irrelevante. Lo que cuenta es que ese gringo de inobjetable genio detectó en aquel cuerpo menudo a una estrella en potencia, y no se equivocó. Siete años más tarde de ese descubrimiento, en 1970, tras una estancia de tres años en París que terminó de forjar su educación sentimental, aquella muchacha, ya de nombre Mari Trini, besó la gloria con su primer elepé, «Amores», que se vendió como el pan de la mañana: permaneció más de un año entre los diez discos más vendidos, tan sólo superado por Serrat y su «Mediterráneo». En la España de esa década, la de los setenta, esta cantante y compositora fue igual de popular que la gaseosa, y a lo largo de su carrera vendió la barbaridad de diez millones de discos, una cifra al alcance de sólo un puñado de sus colegas. Pero con el paso de los años su figura se desdoró, hasta diluirse y desaparecer de la primera división. Tres lustros después de su muerte ve la luz «Mari Trini. Retrato de una mujer libre» (Efe Eme), una biografía, escrita por la cantautora segoviana Esther Zecco, en cuyas páginas late un homenaje nítido y, también, el aliento de una reparación: arrancar de las garras del olvido a una de nuestras artistas musicales de mayor talento, y de la que muchas cantantes posteriores han bebido. Y defiende la biógrafa, además, la condición de cantautora químicamente pura de Mari Trini, a pesar de que evitara la canción política y no se relacionase con los cantautores porque era un mundo mayoritariamente de hombres: «Efectivamente –asiente Zecco–. Hay dos grandísimas cantautoras en aquellos años, ella y Cecilia, que, desgraciadamente, murió con apenas tres discos grabados. Pero Mari Trini grabó veintitantos discos, dejó escritas más de 300 canciones, miles de actuaciones, tuvo una carrera muy prolífica. Y a pesar de su muchísimo éxito, no se le ha reconocido como cantautora, y este libro es una reivindicación de ella como tal, y como dueña y líder de su propio proyecto, que era muy poco común en una mujer de aquella época. Porque Mari Trini –prosigue– se sale de todos los moldes. Pero el no posicionarse políticamente, en un momento en el que para la canción de autor era tan importante hacerlo, hizo que la excluyeran del mundo de los cantautores, que era, sí, tremendamente masculino. Su disco “Amores” está a la misma altura de calidad, y esto dicho por expertos musicales y listas, que el “Mediterráneo” de Serrat, y tú hablas con Serrat y está de acuerdo con esto. Pero Mari Trini no está entre esos cantautores».
Su segundo disco largo, «Escúchame» (1971), incluía una de sus canciones más populares, «Yo no soy esa», hoy considerada un himno feminista: «Yo no soy esa que tú imaginas. / Una señorita tranquila y sencilla / que un día abandonas y siempre perdona». La autora de esta biografía reivindica el carácter feminista de sus páginas desde la misma introducción: «No debemos dejar que los hombres sigan contando nuestra historia. Nosotras somos perfectamente capaces de hacerlo, porque somos las protagonistas». ¿Nos hallamos, pues, ante un libro escrito fundamentalmente para mujeres, del mismo modo que Zecco afirma que las canciones de Mari Trini eran, sobre todo, para ellas? «Lo que quise decir cuando escribí eso –explica la biógrafa– es que es un libro que habla de una mujer y está escrito por otra mujer. No digo que un hombre no pueda escribir acerca de una mujer, pero me parece interesante que las mujeres hablemos de lo nuestro, ¿no? Yo creo que entiendo bien a Mari Trini porque soy una mujer; igual que la entendían las mujeres de su época, que se sentían expresadas a través de ella, de sus canciones. Demasiadas veces ha ocurrido que la historia se nos ha contado por hombres, y también la historia de algunas mujeres».
Con aquella insolencia marcada en un lado de su boca, secuela de una operación (le extirparon parte del maxilar izquierdo y le pusieron un puente de plástico), Mari Trini parecía exhibir siempre, con la obstinación de un tatuaje, una mueca, un gesto desabrido, altivo, de desagrado permanente. Algo que desmentía, para quien quiera fijarse (en internet están sus vídeos), la luz de su mirada. No era una de esas artistas que en las entrevistas coquetea con la cámara y muestra su parte sexy, sino el antónimo exacto de la «rubia». Mantenía una actitud sobria, vertical, la misma que habría adoptado un hombre, y sacaba a bailar con frecuencia el látigo de la ironía. Fue de las primeras mujeres en lucir unos pantalones vaqueros en Televisión Española, algo que le hizo cargar con el baldón de «marimacho». Una imagen que se dinamitó cuando, en 1984, fue portada de «Interviú» con un titular carente de equívocos: «Mari Trini, desnuda». ¿Se vio en la necesidad de cruzar ese umbral tras un varapalo económico, como se dijo entonces, o se trató de un rasgo de justificada coquetería? El deseo de mostrar que bajo sus vestidos largos y negros habitaba una mujer como cualquier otra: «Hubo gente que opinó que fue por apuros económicos –admite Zecco–, pero ella lo negó y dijo que se quería mostrar tal y como era, y yo me remito a sus palabras. Dijeron de ella que tenía una pata de palo, que era una cosa bastante surrealista, porque siempre se ponía vestidos largos, y entonces ella quiso salir desnuda en esa portada».
Zecco apunta en su libro que la discreción fue uno de sus grandes valores, pues es una forma de rebeldía. Mari Trini era lesbiana, y estuvo unida sentimentalmente a Claudette Lanza, una francesa, fallecida el año pasado, que abandonó por ella a su marido y a su hijo y fue su secretaria hasta el día de su muerte. Aunque la biógrafa sí señala la existencia de esa relación –«Claudette acabaría siendo su compañera y secretaria personal durante toda su vida», escribe–, se aleja de esos rincones «por respeto –dice– a personas que podrían sentirse heridas» y porque cree que a la protagonista «no le hubiera gustado que indagase en según qué cosas». Pero en un libro que ondea casi en cada página la bandera de la reivindicación de su espíritu libre, ¿no habría tenido sentido mostrar cómo fue en realidad, a quién amó, por quién fue amada? Y más en un momento como el actual, en el que tanto se está luchando, desde colectivos y medios de comunicación, para que la orientación sexual de las personas no sea una rémora, por «visibilizar» y «normalizar» en vez de ocultar y guardar en un cajón como si fuese algo oscuro, sucio: «Ese habría sido un enfoque totalmente lícito y respetable –responde la autora–. Y ese enfoque y el mío no son excluyentes, por supuesto. Pero no he indagado más en ese tema porque fue un planteamiento que tuve desde el minuto uno, el de la discreción. ¿Por qué? Porque, tras investigar su vida durante cuatro años, me di cuenta de que ella nunca quiso hacer esa salida del armario públicamente. Muchas veces, los artistas homosexuales deciden no hacer público ningún aspecto de su orientación sexual o de su vida privada, y eso es muy respetable. Otra cosa –añade– es cómo vivía ella su orientación sexual de cara a su entorno más cercano, que ahí nunca se escondió. Por lo que he hablado con las personas que la conocieron, era algo obvio y conocido por todo el mundo y que ella nunca ocultó. No quise hablar en exceso de aspectos privados de su vida, porque ella lo que reivindicó siempre fue que se la reconociera por su trabajo. Evidentemente, es una biografía, un retrato, y sí que hay apuntes biográficos, porque si no el libro sería un tostón. Y, como bien dices, eso está apuntado».
La de Zecco es una biografía volcada esencialmente en la trayectoria musical, en los discos y las canciones, en la estricta obra. En ese sentido, ha retratado de manera certera a la mujer que Mari Trini fue, a la artista de fuste, pero ¿y a la que no pudo ser, la que tuvo que callar, ocultarse, apartarse? «Creo que sí están en el libro esas partes de la Mari Trini que no pudo ser. Fue una mujer que sufrió mucho, también por los periodistas, que la trataron de una manera absolutamente condescendiente y machista. Y está también la parte de incomprensión y de desacuerdo con su familia, que era tremendamente conservadora y no entendió ni que quisiera ser artista ni que llevase pantalones en la televisión. Ni, por supuesto, su modo de vida». Mari Trini, una grande de España. Justo es reivindicar su legado.
Cecilia también ha caído injustamente en el olvido, pero ha gozado siempre de mejor cartel que Mari Trini. A juicio de Esther Zecco, eso guarda relación con su prematura muerte: «Cecilia era una artista maravillosa, yo soy una grandísima admiradora, pero su muerte, prematura y tan trágica, creo que es lo que hizo que se mitificara su figura, y eso significa un mayor reconocimiento. Y con eso no estoy diciendo que Cecilia no lo tuviera, porque era muy buena». ¿Su muerte obró a su favor artísticamente? «Fue parte del mito de Cecilia». ¿Y también en el caso de Nino Bravo? «Creo que sí».

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