Nuevo Princesa de Asturias de las Artes

¿Pero quién demonios es Joan Manuel Serrat?

Tres biografías abordan la tarea imposible de definir al eterno cantautor apenas dos años después de retirarse

JOAN MANUEL SERRAT
JOAN MANUEL SERRATC.PASTRANOLA RAZÓN

Han intentado atraparle y nunca lo han conseguido. Por más que todos han querido hacer de Joan Manuel Serrat un retrato robot de sus filias (o sus fobias) nunca han logrado ponerle un cartel de adquirido al artista ni a su obra. Mucho menos sus actos o declaraciones. El cantautor catalán, retirado hace ahora un año y medio y nuevo Princesa de Asturias de las Artes, siempre ha escapado de cualquier intento de apropiación y su verso libre e innegociable ha hablado por él. Para resolver el enigma, son muchos los biógrafos que han tratado de explicarle desde distintos ángulos y el interés por su vida y obra no decae, a juzgar por la catarata editorial que ha hecho coincidir hasta tres nuevas biografías sobre el cantautor en el espacio de pocos meses. Tres libros que abordan la tarea imposible de explicar a Serrat, un músico que, en el afán por seguir su propio camino, se ha enfrentado a todo tipo de dificultades por su propia independencia creativa. Alguien que ha salido de todas esas encrucijadas vitales fortalecido y airoso.

Copla y tradición

Jaume Collel, que acaba de publicar «Serrat. La música de una vida» (Debate) arroja luz sobre la que es quizá la fase más crucial de la vida del cantautor, muy pocas veces tratada: la infancia. Colell nos lleva por las calles del Paralelo cuando todavía le llaman Juanito y «el Cani» y abre la puerta de la memoria musical de un tiempo en el que Serrat jugaba en la calle con Jaume Sisa y ambos adoraban los boleros. La música de la radio, que su madre, nacida en Belchite (Teruel) y llegada a Barcelona paseando por las vías del tren tras el fusilamiento de sus padres, tenía siempre prendida con Juanito Valderrama, Concha Piquer y Carlos Gardel. Con la otra oreja, escucha a su padre en La Nova Colla –una coral popular «que trataba de sacar a los obreros de las tabernas»– cantar el repertorio tradicional catalán, incluidas las Caramelles de Pascua. «Su padre era de la CNT y estuvo en un campo de concentración acabada la guerra. No cantaba muy bien. Pero esa tradición le llega a Serrat por las venas», dice Collel, cuyo libro arroja luz sobre una destilación estilística única. «Trato de dar una visión de ese alma de artista, de explicar los procedimientos. Pero escribir de música es temerario», dice Colell, que resume el gran misterio de los omnívoros apetitos serratianos con un «olfato increíble para succionar lo que le interesa y no lo abandona nunca, como un tesoro. Una vez estaba cantando en un concierto una canción de Yupanqui, del que es muy admirador, y le dicen: “Canta algo tuyo”. Y él contesta: ‘‘es que esto también es mío’’. Esta anécdota lo explica muy bien. La creación no existe. Solo Dios es creador, que lo hizo todo. El artista ve lo que hay en la naturaleza y lo relaciona».

El título de Colell se suma a «A propósito de Joan Manuel Serrat» (Juan Ramón Iborra, Cúpula), y al de otro de sus biógrafos más esforzados, Luis García Gil, que aborda en «Serrat. Se hace camino al andar» (Alianza) el que es, quizá, el aburrido «leit motiv» de la vida pública del catalán: el asunto identitario. Su enfrentamiento con los sectores del régimen más intolerantes a cuenta de su renuncia a cantar el «La, la, la» si no puede hacerlo en catalán le causa un veto absoluto en los medios públicos durante años, pero el péndulo gira en la dirección opuesta cuando Serrat canta a Machado y Miguel Hernández en castellano y prácticamente resulta expulsado del círculo de la «Nova Cançó». «Los hay que tienen problemas ideológicos con la lengua catalana, lo cual es tan absurdo como pensar que Serrat traicionó lo identitario cuando era bilingüe de cuna. Tampoco era parte del movimiento burgués de la ‘‘cançó’’, sino que venía de barrio obrero, y la copla, Gardel o Concha Piquer los lleva dentro. Era algo natural que se tornara bilingüe, no por razón comercial, sino vital», dice García Gil en conversación telefónica.

Debates que, aunque parezcan superados, en su día no fueron menores. Incluso Vázquez Montalbán renegó del Serrat en castellano: «No le reconoce el mismo mérito y despacha ‘‘Mediterráneo’’ diciendo que son canciones fáciles. Llama la atención que sea Montalbán, que no pertenece al catalanismo ortodoxo, quien diga estas cosas», dice el biógrafo. «La intelectualidad burguesa catalana le acusa de traicionar el proyecto identitario, pero no solo eso: alguien que debería ser un referente de la izquierda también recibió palos, calificándole de burgués y de no ser trigo limpio por su dimensión pop, que le alejaban del cantautor político. Moncho Alpuente dijo que cantaba a Miguel Hernández con traje de terciopelo y desde ese sector le llegaron críticas de ‘‘vedettismo’’, dudando de su ética o compromiso. Pero la realidad es que ni Lluís Llach, ni Raimon, ni Paco Ibáñez sufrieron, como sí padeció Serrat, un exilio de 11 meses por sus declaraciones contra la pena de muerte». Serrat pagó un peaje por su libertad ideológica cuando los riesgos eran muy serios y los volvió a padecer en el suflé del «procés». No le hizo gracia, pero se mantuvo firme entonces también.