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Música

Raptor House: la electrónica que combatió el clasismo

Un documental cuenta la historia de una escena electrónica surgida en Caracas que se enfrentó al estigma social y que conquistó la escena internacional cuando ya nadie se acordaba de ella

DJ Babatr pinchando en un club
DJ Babatr pinchando en un clubLa Razón

Hispanoamérica, comienzos de milenio. El reguetón asciende, la música en español conquista los cielos, es el momento del orgullo latino. ¿En toda América Latina? No, un grupúsculo de auténticos locos empieza a cultivar en Caracas (Venezuela) un ritmo febril, machacón y mudo. Una música electrónica de bajos retumbantes facturada por críos que suben los beats por minuto: de 124 a 128, de ahí a 138 y hasta los taquicárdicos 140. «Era como escuchar el anticristo», ríe Pedro Elías Corro, DJ Babatr, uno de los grandes creadores de un sonido que se inscribió en el córtex de una generación y que luchó por derribar barreras en la capital de un país herido. Hablamos del Raptor House, un tipo de electrónica de club con alma caribeña pero esencia «makinera» con una historia fascinante como se cuenta en un documental, «Esto es Raptor House».

En el oeste de Caracas coincidieron Danny Deep, Raymond Solórzano, Melvin Pereira, Edwin González, Sergio Lucas Zambrano (DJ Yoiser), una serie de jóvenes que, desde la sana competición, dan origen a un sonido nuevo inspirado en la electrónica europea, pero con las formas caribeñas. Se hace sonar en «soundsystems» o minitecas, sistemas portátiles de sonido que permiten las fiestas en azoteas y rincones del barrio. Hacen «matinées» o fiestas de tarde, distribuyen CD con sesiones artesanales y cuelgan carteles para anunciarse. Está naciendo una movida, una changa, como se le conoce a la fiesta en esas latitudes. El movimiento no deja de crecer: los bailarines compiten entra sí por los pasos más rápidos, por las convulsiones más arriesgadas. Está naciendo una cultura callejera que se denominará «guaperós», pero, a medida que la escena crece surgen los problemas: reyertas, muertes. El Gobierno de la ciudad prohíbe las fiestas y a sus participantes –gafas Oakley, polo de tenis, gorra de deportes– comienzan a llamarles «tukis» despectivamente. La palabra se convierte en sinónimo de malandro, delincuente, y la música pasan a llamarla «changa tuki». La escena se desmorona rápidamente y muchos miles, DJ, bailarines y aficionados, se quedan huérfanos. La criminalidad, por supuesto, no se redujo ni un ápice. Detrás de la prohibición latía un inmenso clasismo: las fiestas habían nacido en un rincón deprimido del oeste de la ciudad.

Todos los músicos abandonan. DJ Babatr, protagonista del documental, encuentra trabajo como colorista y pintor de autos. En 2014, Venezuela se rompe. Casi 8 millones de personas, la mayor migración de la historia de América Latina, abandonan un país que tiene los supermercados vacíos. La diáspora solo se frena por la imposibilidad administrativa para millones de personas para obtener un pasaporte en un país corrupto y fallido. DJ Babatr se queda atrapado en Caracas cuando llega la pandemia. Empieza a subir a su Bandcamp las toneladas de temas de efectividad comprobada en fiestas que tenía almacenados en CD. Llegan los correos de felicitación y Nick León le ofrece hacer una remezcla. Publica «Xtasis» y se convierte en el mejor tema electrónico del mundo en 2022 según la prensa especializada. DJ Babatr lleva el Raptor House por Europa y no puede creérselo. Es el ritmo de moda. La cantante y productora venezolana Arca lo abraza: es la rebeldía de los marginados. «Pudimos mostrarle al mundo que no estábamos locos», dice DJ Babatr. Millones de venezolanos arrancados de su tierra vuelven a sentirse en casa, durante un rato.