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Música
The Doors, los jinetes todavía cabalgan en la tormenta
El documental «When You’re Strange», de Tom DiCillo y narrado por Johnny Depp, llega a los cines el 4 de diciembre

Qué extraños y fascinantes eran The Doors. Incluso hoy, con esas música que pasadas las décadas continúa siendo fascinante y tras haber sobrevivido incluso a aquel diarreico revival que vivió en los 90. Justo ahora se cumplen 60 años desde la formación de aquel grupo que fue una paradoja en sí mismo. Surgidos en la dorada California de Laurel Canyon, ellos huyeron de la belleza, la confraternización y la denuncia para convertirse en cronistas del sexo, la violencia y el horror a través de una música que se propuso retorcer el blues y la psicodelia. Y con un líder, Jim Morrison, que definió las reglas del front-man del futuro. Abrieron las puertas de la percepción.
El próximo 4 de diciembre se estrena en los cines españoles "When You’re Strange", un retrato intenso y poético de la legendaria banda dirigido en 2009 por Tom DiCillo y narrado por Johnny Depp. Incluye grabaciones de conciertos, entrevistas, rodajes caseros y escenas de la película experimental "HWY: An American Pastoral", del mismo Jim Morrison. Una oportunidad de redescubrir la fascinante y singular historia de The Doors.
Porque sí, The Doors fueron una de las bandas más extrañas y originales, sin que ello les haya hecho perder vigencia. Todo comenzó en la playa angelina de Venice y un encuentro entre el teclista Ray Manzarek y el aspirante a cantante Jim Morrison. Una conversación sobre el blues, una canción original esbozada y una conexión inmediata. Después llegarían el batería John Densmore, amante del jazz, y Robbie Krieger, un estudioso del flamenco y la guitarra clásica. Y de toda esa suma de influencias, más el culto de Morrison al simbolismo francés, nacieron The Doors.
Estaban afincados en el área de Laurel Canyon, donde se estaba formando una comunidad en la que anidarían jóvenes talentos como David Crosby, Stephen Stills, Joni Mitchell, Don Henley, Jackson Browne, Bonnie Raitt y muchos más. Jóvenes hermosos que con sus guitarras acústicas y sus armonías pondrían voz a una generación atormentada por el reaccionarismo y la guerra del Vietnam. Pero The Doors no tenían –ni querían- tener nada con ellos. Los otros reivindicaban el sueño, The Doors narraban la pesadilla.
Conectaron desde el primer ensayo. Jim Morrison llevaba las letras, que nadie entendía pero cuyas sonoras palabras gustaban. También ponía su voz, extraordinaria y pocas veces suficientemente reivindicada. Y su presencia escénica era lo nunca visto. Mientras tanto, Manzarek aportaba el sonido diferencial de la banda, tocando su órgano con la mano derecha y las líneas de bajo de su Fender Rhodes con la mano izquierda. Krieger hacía riffs profundos y sus extraños solos volaban, mientras Densmore era impecable con las baquetas y las improvisaciones. Lo siguiente fue presentarse en el Whiskey a Gogo, el bar donde tocaron todos, para dejar boquiabierto al personal con un show diferente. Nadie sabía decir si lo que habían visto era bueno. Solo sabían que era diferente y hasta cierto punto intimidante. Como Jim Morrison. El 10 de agosto de 1966 se pasó por allí el presidente de Elektra Records, Jac Holzman, y poco después los contrató.
"The Doors", de 1967, fue el primer álbum del grupo y un inmediato clásico. Cómo sonaba aquello. El álbum comenzaba con "Break On Through", con ese tremendo ritmo sobre el riff de Manzarek y Krieger, mientras Morrison mostraba su poderío vocal. "Crystal Ship" era una pequeña obra maestra sobre la expansión de la conciencia y "Light my fire" era puro fuego, con ese desarrollo instrumental que situaba a los jóvenes músicos a la altura de los maestros. "The End", la épica del horror y el paroxismo, era el cierre y durante años fue la canción del mutilado en Vietnam.
Y luego estaban The Doors en directo. Y los escándalos. La condición de estrella del rock and roll recién adquirida por Jim Morrison solo haría adelantar el colapso de su dañada cabeza y pasar de bebedor a alcohólico. Nadie sabía qué podía pasar en un concierto, empezando por sus compañeros de banda y continuando por el público. Cada canción ponía en tensión a todos, especialmente aquellas de largo desarrollo. De repente, Jim Morrison se paraba y comenzaba a soplar un viento helador. Unas veces la canción volaba, pero otras se estrellaba. Jim Morrison podía ser encantador pero de pronto tomarla con alguien del público o también con la policía, uno de los objetos de su odio. El 10 de diciembre de 1967 fue arrestado en New Haven, el primero de una larga lista de escándalos.
En septiembre de 1967, apenas nueve meses después del álbum de debut, llegó el segundo disco de The Doors, titulado "Strange Days". Su sonido no era tan impactante –imposible, pues la sorpresa ya estaba dada-, pero el álbum fue igualmente espléndido y con maravillas como la vodevilesca "People Are Strange", la irresistible "Love Me Two Times" o la estimulante "When the Music's Over", otra pieza larga y llena de ingenio.
Para entonces, Jim Morrison era simplemente incontrolable y difícilmente soportable. En el fondo del complejo y fantástico mundo que proponía se ocultaba un cúmulo de traumas y complejos que nadie se atrevía a exorcizar. El alcohol y las drogas eran la mecha encendida que se aproximaba a la estación de gasolina. Entonces, todo comenzó a escaparse de todo control. Progresiva pero imparablemente. Parecía como si Jim Morrison tuviera prisa por tragar su propia visión del apocalipsis.
"Waiting for the sun" (1968) marcaría el primer punto bajo de la banda, una incursión en terrenos más psicodélicos aunque todavía con piezas del merecido prestigio de ‘Hello I love you’ o "The unknown soldier". Al tiempo, las actuaciones comenzaban a hacerse cada vez más complicadas y erráticas. Todo gran grupo ha dejado para el recuerdo unos cuantos conciertos memorables de los que habla todo fan del rock and roll, pero no es el caso de The Doors. Algo paradójico si se tiene en cuenta lo buenos músicos que eran y su propuesta musical, tan abierta. Otra cosa en la cuenta de Jim Morrison.
Su cuarto disco, "The soft parade" (1969), marcaría el suelo de la banda. ‘Morrison Hotel’, de 1970, fue bastante mejor. La banda decidió apostar por el blues-rock y quedó muy bien. Ayudó ese clásico inmediato que era la monumental ‘Roadhouse blues’. Pero Jim Morrison comenzó a morirse el 12 de diciembre de 1970. En un concierto en el Warehouse de Nueva Orleans, sufrió una aparente crisis nerviosa, tirando el micrófono al piso repetidas veces. Para entonces, ya no era el joven Jim, sino el viejo Morrison. Había tirado su belleza al mar. Parecía cansado de sí mismo. Aunque todavía le alcanzaría para grabar su portentoso canto del cisne, su epitafio final llamado ‘L.A. Woman’. Un álbum sensacional, un trallazo grabado casi en directo que se convertiría en uno de los favoritos de sus seguidores. Allí estaba la heroica ‘Riders on the storm’. Pero Jim Morrison no la escucharía nunca.
Nada más terminar la grabación, el cantante se marcó a París. Estaba harto de ser Jim Morrison. Quería ordenar sus desmadejados versos para convertirse en un mejor poeta. Volvió a comprar garrafas de alcohol y en mayo se cayó de un segundo piso. El 3 de julio fue encontrado en la bañera por su novia, Pamela Courson, en su piso del barrio de Le Marais. Hubo mucho misterio, pero lo único verdaderamente cierto es que estaba muerto. Tenía 27 años, pero nadie lo diría. Un final tan extraño como la música de The Doors, pero mucho menos fascinante.
Aquel revival de los 90
En 1991 se estrenó la película ‘The Doors’, de Oliver Stone. Él, un pretendido erudito de la América vietnamita, no entendió nada de la banda y entregó un producto tan infantil como estragante. Lo curioso es que aquello dio pie a toda una renacida fiebre por el grupo y particularmente por Jim Morrison. En una época como aquella, escasa de referentes musicales auténticos, muchos jóvenes quisieron ver en él, un icono de los 60, a un buen referente y guía vital. Igual que ocurrió con Jimi Hendrix o Janis Joplin. Escogieron como ídolos a gente que había muerto a los 27 años producto de un cúmulo de pésimas decisiones. La gran esquizofrenia del mundo del espectáculo.
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