Por qué la falta de ideal democrático de la izquierda anuncia la «ola reaccionaria»
El presidente del Gobierno definía así el resultado de las últimas elecciones para deslegitimar las opciones de la alternancia y la pluralidad, la base de la democracia
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Adelantaba Pedro Sánchez las elecciones generales tras el batacazo del PSOE en las autonómicas. Lo insólito no es que lo hiciera, sino que optara por arengar a los suyos contra una supuesta ola reaccionaria, contra una extrema derecha y una derecha extrema a la que es necesario detener en las urnas. Olvidaba el presidente que esa «ola reaccionaria» la componen ciudadanos y ciudadanas ejerciendo su derecho al voto, decidiendo libremente a sus representantes. La agresividad del tono de un presidente del gobierno señalando a una buena parte de nuestra sociedad como enemigo a derrotar implica, no solo una irresponsabilidad, sino un manifiesto desprecio por el verdadero espíritu democrático, ese que aspira a una convivencia pacífica entre todos aun pensando diferente. No es el único. Diferentes representantes públicos no han dudado en expresar públicamente ese menosprecio por el que piensa diferente, como si solo una ideología fuese moralmente aceptable. Olvidan que el pluralismo político es valor superior en nuestra Constitución, junto con el principio de libertad, de justicia y la igualdad ante la ley. ¿Por qué ocurre esto? ¿Nos estamos dejando en el camino el respeto por los verdaderos fundamentos democráticos? ¿Qué democracia es esta que ni siquiera se respeta a sí misma?
El historiador Emilio Gentile, especialista en fascismos, establece una distinción entre la democracia como método y la democracia como ideal que explicaría algunas cosas: «Desde la antigua Grecia», dice, «el método democrático ha consistido en la elección de los gobernantes por los gobernados: gobierna quien ha obtenido la mayoría de los votos, mediante concursos electorales periódicos, libres y pacíficos. Desde las revoluciones republicanas del siglo XVIII, el ideal democrático se ha asociado al método democrático, es decir, al reconocimiento de los derechos inalienables de libertad e igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, sin distinción de raza, sexo, idioma, religión, condiciones social. De acuerdo con estos principios, sancionados por la Declaración Universal de los Derechos Humanos y por la Carta de las Naciones Unidas. un gobierno elegido con el método democrático tiene la tarea principal de trabajar constantemente para realizar el ideal democrático, que es aumentar la emancipación de los ciudadanos eliminando los obstáculos que impiden el libre desarrollo de su personalidad y su participación activa en la política, en el desarrollo social y económico del país. Pero la unión entre método e ideal democrático no es congénita a la democracia. Una división siempre es posible. Con el método democrático desvinculado del ideal democrático, la mayoría del pueblo electoral puede dar vida a un gobierno racista, chovinista, clasista, autoritario, teocrático. Tal gobierno no deja de ser democrático, porque conserva el método de concurso electoral para la elección de los gobernadores, pero no se compromete a la realización del ideal democrático. En este caso, tenemos lo que he definido como ‘democracia actuante’. Los demócratas sin un ideal democrático pueden ser de derecha, de centro y de izquierda. Y no son identificables con el fascismo, porque afirman la primacía de la soberanía popular (mientras que el fascismo la niega en principio y en la práctica). Sin embargo, los demócratas sin ideal democrático, cuando están en el gobierno, tratan de evitar que sus oponentes se conviertan en la mayoría gobernante».
Para el jurista Virgilio Zapatero, que fue ministro entre 1986 y 1993 con Felipe González, hablar de olas reaccionarias es «una majadería» cuando no es más que «sencillamente, un conjunto de ciudadanos que coinciden en un determinado criterio. Lo bueno de nuestro país es, precisamente, que es un país plural. Uno en el que no todos pensamos exactamente lo mismo ni compartimos las mismas ideas ni los mismos proyectos. Ni siquiera los mismos conceptos sobre lo bueno y lo malo. Hay un principio supremo que es el pluralismo y que implica reconocer las diferencias de criterio, de opinión, de todos y, a partir de ahí, determinar en qué cosas tenemos que ponernos de acuerdo. Ese pluralismo es nuestra riqueza».
Parece propia la majadería de un demócrata sin ideal democrático. «Es propio de estos», apunta Gentile, «pretender ser los únicos representantes genuinos del pueblo. Aunque en la mayoría de los casos, aun cuando sean la mayoría gobernante, representen solo una cuarta parte del electorado votante. Ven a todos los opositores como políticos profesionales al servicio de los intereses oligárquicos, nacionales o internacionales. Aun cuando profesan oficialmente el ideal democrático, los gobernantes de la ‘democracia actuante’ no se comprometen efectivamente a remover los obstáculos y discriminaciones que impiden el libre desarrollo de la personalidad de todos los ciudadanos, promoviendo condiciones sociales compatibles con la igualdad ante la ley. La población participa activamente en el momento de las elecciones, pero luego se siente desatendida y abandonada por los gobernantes, que dan ejemplos continuos de corrupción, incompetencia, atrincheramiento en una posición de casta privilegiada. Este fenómeno va acompañado de una agudización de la lucha política, fuertemente personalizada en la figura de un líder, que transforma la periódica y pacífica competencia electoral en un conflicto extremo, como un desafío en el que el futuro del pueblo y el destino de la nación están en juego».
Visto así, podría parecer que la democracia está en peligro y que este le acecha desde dentro, desde los populismos que han utilizado los propios mecanismos de la democracia para instalarse en ella y minarla en su propio nombre. Para Gentile, estos populismos, tanto de derecha como de izquierda, son más bien «una manifestación de la crisis de la democracia agravada por los posteriores traumas financieros, políticos, epidémicos y bélicos, que han quebrado la confianza en las instituciones democráticas de una parte cada vez más amplia de la población, que reacciona de dos formas: ya sea absteniéndose de las elecciones o apoyando nuevos movimientos políticos de contestación y protesta, que exaltan la democracia directa; la simbiosis entre las masas de decepcionados y un líder carismático, que promete protección, seguridad, trabajo, bienestar, y hasta promete una nueva grandeza nacional». Sería los populismos entonces la consecuencia, y no la causa, de la crisis de las democracias representativas en las últimas dos décadas.
«El origen», explica, «está en fenómenos de la época actual y los más relevantes serían: 1) la complejidad de los problemas nacionales y globales que afectan todos los aspectos de la vida colectiva, de la economía al trabajo, de la religión a la cultura, del individuo a la sociedad; 2) la dificultad de los ciudadanos para tomar decisiones informadas, debido a la distorsión de la información, y la disminución de la contribución de las escuelas públicas a la formación de ciudadanos dotados de conocimiento y espíritu crítico; 3) la competencia electoral, al volverse más onerosa para los candidatos, favorece la elección de grupos e individuos adinerados poco sensibles a la realización del ideal democrático; 4) que los gobernantes tienden a mantener el poder sin abolir el método democrático, sino contrastando la división, la independencia y el equilibrio de poderes, exacerbando la personalización de la política y del propio gobierno, a través de expedientes electorales y control sobre los medios de comunicación, que limitan efectivamente la libre elección de gobernantes por parte de los gobernados, provocando la abstención de masas que han perdido la fe en la democracia representativa.
«En este país», concluye Virgilio Zapatero, «hablamos muy poco de pluralismo. Hablamos mucho de justicia, de libertad, pero muy pocas veces del pluralismo como valor constituyente. Esto revela la falta de tolerancia, la falta de respeto al otro. Fernando de los Ríos, en las elecciones del Frente Popular a las que se presentaba como diputado, mientras unos defendían la revolución proletaria y otros la revolución reaccionaria, él insistía en que la única revolución pendiente era la del respeto. Y yo creo que eso es lo que todavía nos sigue faltando en España: la revolución del respeto».