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cultura
Sí, España también estuvo en Alaska y fijó allí la posición más al norte de su gran imperio
Aunque ahora solo queden algunos nombres que evocan nuestra presencia allí, la realidad es que las expediciones españolas también fueron las primeras que llegaron al actual territorio de Alaska y que nuestro país tuvo allí plazas desde las que salían a comerciar y explorar

La vuelta de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y sus polémicas declaraciones sobre Groenlandia y el Canal de Panamá, con el trasfondo del enfrentamiento con China, ha provocado –entre otras cosas– que la geopolítica y la geoestrategia ocupen durante un tiempo un espacio preeminente en los medios de comunicación de todo el mundo, con artículos y debates ocupándose y opinando del tema. Desde España, aunque en este mundo globalizado nadie puede dejar de sentirse concernido, la competencia entre EEUU y China en el «gran tablero mundial» del que hablaba Brzezinski nos queda muy lejana, y nos limitamos a contemplar los toros desde la barrera.
Hubo no obstante un tiempo en que España era uno de los jugadores principales en ese tablero, y la geoestrategia determinaba las decisiones y los movimientos de la Monarquía Hispánica. Es –más o menos– conocida por todos la acción de nuestra nación en Europa, el Mediterráneo, América del Sur, el Caribe o incluso Filipinas, pero hay un escenario que probablemente la mayoría de los españoles actuales no relacionaría nunca con España: Alaska.
Sin embargo, España estuvo en el Noroeste de América –el «Noroeste»– desde muy temprano, inicialmente buscando el famoso Paso del Noroeste (también conocido como Estrecho de Anián), que vendría a ser el equivalente en el Norte al Estrecho de Magallanes en el Sur, comunicando los océanos Atlántico y Pacífico. Existen relatos sobre marinos españoles como Lorenzo Ferrer Maldonado, en 1588, o Juan de Fuca, cretense al servicio de España, en 1592, que habrían recorrido el estrecho pasando del Pacífico al Atlántico. Muchos marinos europeos de otros países, ingleses sobre todo, habían buscado durante mucho tiempo este legendario paso, ya que las rutas hacia Asia estaban controladas por españoles y portugueses.
España reclamó desde el principio de su obra colonizadora en América la soberanía sobre su costa oeste, basándose en las bulas alejandrinas (del papa Alejandro VI, que también medió en el Tratado de Tordesillas de 1494). Es verdad que para los dos principales rivales de España en el Noroeste –Inglaterra y Rusia– tal bula carecía de valor, pero eso no tuvo demasiada importancia hasta bien entrado el siglo XVIII, porque nadie mostró mucho interés en la zona. Hasta entonces el Noroeste permaneció inexplorado, mientras que a principios del siglo XVIII los españoles dominaban todo el litoral americano del Pacífico desde su extremo sur hasta la frontera norte del actual México.
La amenaza rusa
El panorama empezó a cambiar en el primer tercio del siglo, cuando el marino danés al servicio de Rusia Vitus Bering llevó a cabo dos viajes (1728-29 y 1741-42), en los que descubrió el estrecho que ahora lleva su nombre, las Aleutianas y algunos lugares de la costa americana entre los 56 y los 60 grados de latitud. Descubrió también que en aquellas tierras abundaban animales de piel valiosa (nutrias, lobos marinos y otros), por lo que a partir ya de 1743 aventureros rusos comenzaron a navegar por la zona en busca de pieles (el «oro suave»). En 1772 el afán ruso de expansión en América ya era evidente, expansión que vendría a ser la continuación del proceso que a lo largo de los siglos XVI y XVII había llevado a Rusia al Pacífico anexionándose Siberia.
España tuvo la primera noticia de la actividad rusa en el Noroeste en el año 1750 gracias a una conferencia en la Academia de Ciencias de París a la que asistió Antonio de Ulloa. Posteriormente, sendas obras sobre la zona de un jesuita español, Andrés Burriel, en 1757 y un franciscano, José Torrubia en 1758 confirmaron la presencia rusa en unas tierras a las que España consideraba que tenía derecho. Así pues, el nuevo embajador de Carlos III –que había asumido el trono en 1759– ante la corte del Zar recibió el encargo de enterarse «con la mayor maña y disimulo» de los avances de los rusos en su navegación a la California. A través de los informes de este y los siguientes embajadores, las autoridades de Madrid pudieron conocer los repetidos intentos rusos de alcanzar las costas del Noroeste.
En 1768, el que era visitador general del virreinato de Nueva España desde 1764, José de Gálvez (tío del famoso Bernardo de Gálvez, que tan destacado papel jugó en la independencia de los Estados Unidos), remitió al Rey un informe en el que informaba de la necesidad de ocupar la Alta California por, entre otras razones, «los esfuerzos de Rusia promoviendo expediciones desde Kamchatka a las Islas Aleutianas para penetrar nuestras Nuevas Indias». Gálvez, que había fundado, también en 1768, el departamento de San Blas (21º 30’ N) para apoyar la expansión hacia el norte, recibió la orden de Madrid de tomar medidas efectivas contra la presencia rusa en el Pacífico Norte, para lo que organizó una expedición marítima y otra terrestre, conocidas como «la Santa Expedición», para ocupar el puerto de Monterrey (36º30’ N) moviendo así la frontera efectiva del virreinato varios cientos de leguas hacia el norte.
La reacción española ante la posibilidad de que los rusos se establecieran definitivamente en el Noroeste tuvo dos líneas de acción para la expansión efectiva hacia el norte: por un lado, la colonización de la Alta California, y por otro, la exploración y ocupación de las costas situadas más al norte, con dos periodos de actividad, 1774-79 y 1788-96. En el primer periodo se realizaron tres viajes: en 1774 Juan Pérez llegó hasta los 51º N y encontró una bahía, que llamó de San Lorenzo (hoy Nutka) y la isla de Vancouver; en 1775 una expedición de dos barcos, el «Santiago» y la «Sonora», mandados por Bruno de Hezeta y Juan Francisco de la Bodega y Quadra exploró las costas de lo que hoy son California, Oregón, Washington, Vancouver y el sur de Alaska, reclamando para la Corona Española las tierras del Noroeste, a las que llamó «Nueva Galicia»; y por fin en 1779 las fragatas “Princesa” y «Favorita», mandadas por Ignacio Arteaga y de nuevo de la Bodega y Quadra navegaron hasta los 58º30’. Basándose en este viaje, España reclamó la posesión de toda la costa hasta los 61º N (prácticamente hasta donde se encuentra actualmente la ciudad de Anchorage en Alaska).
La crisis de Nutka
Tras este último viaje, y debido a la guerra con Inglaterra en apoyo a la independencia de las Trece Colonias inglesas de Norteamérica, que duró hasta 1783, hubo un parón de nueve años en las exploraciones españolas de las costas situadas al norte de California.
En 1787 una orden de Carlos III hizo que se reanudasen, y una expedición española que llegó hasta la isla de Kodiak mandada por José Esteban Martínez encontró en Nutka buques mercantes británicos, lo que hizo que Martínez recomendase el establecimiento de un asentamiento en la zona. En 1789, una expedición formada por el «San Carlos» y la «Princesa» al mando nuevamente de José Esteban Martínez partió de San Blas para establecer en Nutka un asentamiento permanente. Al llegar se encontraron dos mercantes estadounidenses, refugiados por el mal tiempo según dijeron, y un mercante inglés con bandera de conveniencia portuguesa. Martínez dio orden inmediatamente de comenzar a construir emplazamientos artilleros y edificios, pero estando allí apareció un nuevo barco inglés, el «Argonaut», con material de construcción y 28 trabajadores chinos. Su capitán, James Colnett, le dijo a Martínez que tenía órdenes reales para establecer una base británica en Nutka, y se negó a someterse a la autoridad española, ante lo cual el oficial español ordenó que lo arrestaran y apresaran su buque. Para empeorar la situación, unos días después apareció otro barco inglés procedente de China, el «Princess Royal», que Martínez ordenó también apresar, enviándolo junto con el «Argonaut» a San Blas.
Lo ocurrido convenció a las autoridades españolas de la necesidad de una presencia permanente en la zona, por lo que en 1790 se enviaron desde San Blas tres buques con ochenta soldados de los Voluntarios de Cataluña. En Nutka construyeron un fuerte, con emplazamientos para una batería de artillería, barracones y otras instalaciones. Esta fue la fortificación más septentrional de todo el Imperio español, y la primera construcción europea en la costa oeste canadiense.
El apresamiento de los dos barcos desató una tormenta política y una ola de indignación en Gran Bretaña, que estuvo a punto de provocar la guerra con España. El respaldo de Francia a España conjuró el peligro y en agosto de 1790 se firmó la primera Convención de Nutka entre ingleses y españoles. En cumplimiento de la convención se organizó una expedición conjunta para fijar los límites de las respectivas posesiones, encabezada por de la Bodega y Quadra por parte española y por Georges Vancouver por la inglesa. Ambos oficiales mantuvieron una relación amistosa, hasta el punto de que acordaron poner el nombre de ambos a la isla en la que se encontraban, que se llamó «Isla de Quadra y Vancouver», aunque con el tiempo se quedó sólo en Vancouver. La expedición no consiguió llegar a ningún acuerdo, y la Convención no tuvo efectos reales para España, más allá de introducir la idea de que la costa americana del Pacífico, de Chile a Alaska, había dejado de pertenecer únicamente a nuestra nación.
El fin de la presencia española
La Revolución Francesa hizo que en 1793 España y Gran Bretaña se aliasen contra Francia y resolviesen los asuntos pendientes de la primera convención, firmándose otra en 1794 por la que España abandonaba su establecimiento en Nutka y se acordaba que ambas naciones tendrían derecho a usar su ensenada, aunque sin establecer asentamientos permanentes. El Virrey de Nueva España decidió que cada seis meses se efectuase un viaje de San Blas a Nutka para mantener la presencia española, pero lo cierto es que sólo llegó a realizarse uno en 1796, y después ya no hubo actividad española en las costas al norte de California.
En 1819 España cedió a los Estados Unidos todos los derechos sobre la costa y tierra firme de aquella parte de América, desapareciendo definitivamente la presencia española en la zona. Queda el recuerdo de nuestra presencia allí en una abundante serie de topónimos hispanos en la costa entre California y las Aleutianas, así como en las importantes aportaciones a la cartografía, la etnografía y el estudio de la flora y la fauna de la zona hechas por los marinos españoles (de modo destacado por la expedición Malaspina, que estuvo buscando el paso del Noroeste en 1791) y que hoy pueden encontrarse en las colecciones del Museo de América y del Museo Naval de Madrid.
- Santiago J. Acosta Ortega es Coronel de Intendencia de la Armada y Director de Estudios e Investigación en el Instituto de Historia y Cultura Naval
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