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“El cuaderno de Pitágoras”: La redención a través del teatro ★★★☆☆

Basándose en sus propias experiencias como voluntaria en un centro penitenciario, Carolina África ha puesto en pie la que tal vez sea hasta la fecha su obra más compleja y ambiciosa
Luz Soria
La Razón

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Autora y directora: Carolina África. Intérpretes: Manolo Caro, Nuria Mencía, Emmanuel Cea, Gledys Ibarra... Teatro Valle-Inclán, Madrid. Hasta el 20 de febrero.
Basándose en sus propias experiencias como voluntaria en un centro penitenciario, Carolina África ha puesto en pie la que tal vez sea hasta la fecha su obra más compleja y ambiciosa.
Helena Lanza da vida a una dramaturga y directora –como la propia África– que pone en marcha un taller de teatro en una cárcel para ayudar a los internos a desarrollar su creatividad y para proporcionarles herramientas que les permitan expresar y canalizar sus emociones. A medida que el taller avanza, el espectador irá conociendo, por medio de otras escenas interpoladas en esa acción, el pasado de algunos reclusos y las vicisitudes que los arrastraron a la delincuencia. Entre esas historias, cobra especial protagonismo, hasta el punto de convertirse en el verdadero eje dramático de toda la función, la de un exyonqui apodado Furia (Manolo Caro), su pareja, llamada Paqui (Nuria Mencía), que también estuvo enganchada y también recaló en la cárcel; y el hijo de ambos (Pepe Sevilla), que solo conoce a su padre por las visitas que ha podido hacerle en prisión acompañando a su madre.
El cuaderno de Pitágoras es una suerte de comedia emocional –género en el que habitualmente se mueve su autora– sobre cómo las circunstancias externas, de índole social, educativo y familiar, determinan nuestra existencia y nuestro rol en el mundo; sobre el insoportable peso de algunos actos y decisiones terribles, y sobre la dificultad para recorrer el camino de la redención hasta llegar a una reinserción verdadera.
La obra está escrita con honestidad artística, no hay duda de eso; pero hay cierta idealización a la hora de construir los personajes y hay algunas escenas que podrían haberse recortado, o suprimido directamente, por su irrelevancia en el auténtico meollo argumental, como la del zoo o la del trayecto a Torremolinos, por ejemplo. Ahora bien, hay un gran trabajo de África como directora para hacer que esa historia de historias que ella misma ha construido pueda discurrir en el escenario, sin demasiados lujos de producción, con la agilidad y la claridad que precisaba. No puede ser más práctico e ingenioso el uso de los distintos elementos escenográficos, potenciados con su propia imaginación, para ponerlos al servicio del relato –algo que no siempre hace en su escritura– y favorecer así que este fluya brioso hasta el desenlace.
Además, hay un reparto –que no un elenco– como pocas veces se encuentra ya uno en un espectáculo. Esto quiere decir que, a todos los intérpretes, más allá de que tengan o no un nombre famoso, les van sus respectivos personajes como si hubieran sido escritos expresamente para ellos. Y todos lo aprovechan, si bien destacan, por tener más peso dramático, los mencionados Manolo Caro y Nuria Mencía.

Lo mejor

La historia es interesante, está bien contada, tiene humor y tiene ternura. No se puede pedir más.

Lo peor

Algunas escenas no se justifican por su importancia en la historia, sino por el efecto que buscan en el espectador.