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“La gran Cenobia”: Honor calderoniano… y verdad histórica ★★★☆☆

Texto sobre la legendaria reina de Palmira que Calderón de la Barca escribió con apenas 25 años
Sergio Parra
La Razón

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Autor: Calderón de la Barca (versión de Luis Sorolla). Director: David Boceta. Intérpretes: Isabel Rodes, José Juan Rodríguez, Irene Serrano, Mikel Arostegui, Mariano Estudillo, Marta Guerras, Alejandro Pau, Víctor Sainz, Cristina Arias y José Luis Verguizas. Teatro de la Comedia (Sala Tirso de Molina), Madrid. Hasta el 6 de marzo.
Interesada como está en los últimos tiempos la Compañía Nacional de Teatro Clásico en las obras de asunto romano, parecía esta una ocasión propicia para que la institución pública le hincase el diente por primera vez en su historia a La gran Cenobia, un texto sobre la legendaria reina de Palmira que Calderón de la Barca escribió con apenas 25 años y que se ha llevado muy pocas veces a los escenarios en época reciente.
A mediados del siglo III, las luchas internas están debilitando Roma. Cenobia, que ha accedido al trono de la región de Palmira en Oriente Próximo tras la muerte de su esposo, aprovecha el desgobierno para sublevarse contra el yugo romano y crear su propio imperio. Encadenando victorias en el campo de batalla, el nuevo reino empieza pronto a extender sus dominios por el mapa, llegando incluso a Egipto. Ciego de ira, ambición y celos, el emperador Aureliano no cejará hasta derrotar a Cenobia y anexionar de nuevo los territorios perdidos.
Este es el argumento, basado en hechos reales, del cual se sirve Calderón para hablar, como pocos han sabido hacerlo, sobre el honor y la honra; sobre los designios y el azar; sobre la mudanza de la fortuna y el inescrutable destino. Y a estos temas se suman otros dos nuevos que Luis Sorolla ha incorporado en su versión: la fragilidad del concepto de “verdad” y la dificultad de algunas voces, aquellas que han sido vapuleadas por el poder, para hacerse oír bajo el peso de la historia. Los añadidos del dramaturgo son interesantes y, además –esto es muy importante en el controvertido panorama de las adaptaciones de clásicos–, no desvirtúan sustancialmente el sentido de la obra original; sin embargo, ocupan en la versión un excesivo protagonismo, y eso resta vigor a algunos de los conflictos que Calderón había expresado de forma maestra. Digamos que las nuevas líneas dramáticas tapan más de la cuenta esas otras líneas de base que Calderón ya había trazado con extraordinaria belleza poética y profundidad intelectual.
Para dar cabida a algunos de esos nuevos interrogantes que plantea la propuesta, y también para contextualizar toda la acción, Sorolla ha incorporado una eficaz voz narrativa –estupenda la actriz Irene Serrano en este cometido– que el director David Boceta ha sabido utilizar con mucha destreza ensamblándola con las escenas más “teatrales” y combinándola, además, en un contemporáneo y vistoso juego escénico, con la música. Para ello, Boceta ha contado con la inestimable ayuda de Antonio de Cos, que se ha ocupado de la composición y el diseño del espacio sonoro.
En cuanto al trabajo actoral, el montaje presenta la particularidad de que todos sus intérpretes, y también su director, han pasado en algún momento de su carrera por la Joven Compañía, es decir, por la cantera de la CNTC, aunque pertenecen a distintas promociones. En este sentido, y en lo que concierne a los papeles principales, porque hay algunos actores cuyos personajes tiene poco peso, se nota a quiénes les falta todavía un poco de recorrido profesional para decir el verso con la intención y la claridad debidas, y a quiénes su incipiente veteranía –amén de su talento– les capacita ya para lucirse en ese hermoso manejo poético de conceptos que propone el autor en no pocas escenas. Entre estos últimos, cabe destacar a Isabel Rodes, que da vida y verdadero fuste a su Cenobia, y a José Juan Rodríguez, que convierte con buen criterio a su Aureliano en una suerte de codicioso Macbeth a la española.

Lo mejor

La propuesta viene a demostrar que el teatro clásico goza de buena salud entre los jóvenes y que el relevo generacional está asegurado.

Lo peor

Aunque favorece la energía de las escenas más musicales, la escenografía limita mucho el movimiento en otros momentos más dramáticos.