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“Blast”: Mucha alharaca y poca sustancia ★★☆☆☆

Andrea Jiménez y Noemi Rodríguez, de Teatro en Vilo, han planteado esta obra como “un intento de cambiar el mundo desde un escenario”
Luz Soria
La Razón

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Última actualización:

Autoras y directoras: Andrea Jiménez y Noemi Rodríguez. Intérpretes: Julia Adun, Nadal Bin, Conchi Espejo, Iván López-Ortega, Saúl Olarte, Álex Silleras y Alejandra Valles. Teatro María Guerrero, Madrid. Hasta el 19 de junio.
Cuando Andrea Jiménez y Noemi Rodríguez, fundadoras de la compañía Teatro en Vilo, explicaron en la rueda de prensa de presentación de Blast que esta obra nacía como “un intento de cambiar el mundo desde un escenario”, ellas mismas reconocían, con el sentido del humor y la humildad que las caracteriza, que el propósito era “una misión imposible”, pero una misión que merecía la pena llevar a cabo. No sé si la misión habrá valido finalmente la pena o no para ellas –cabe suponer que sí-; pero, desgraciadamente, esta vez no han logrado contagiar su entusiasmo creativo al patio de butacas. Con un elenco formado por siete jóvenes menores de 26 años, las dos autoras y directoras escribieron a partir de las inquietudes y preocupaciones reales de sus intérpretes una función de pretensiones plausibles, pero de escasos resultados artísticos.
En primer lugar, llama la atención la debilidad dramatúrgica de la propuesta. Se diría que Jiménez y Rodríguez han prescindido de un armazón sólido y de un desarrollo argumental bien planificado a fin de encontrar así una cierta autenticidad de los actores enfrentados, en el hecho escénico como tal, al mundo real del que vienen y al que regresarán después de cada función. Pero, claro, ni esa autenticidad puede existir –toda representación teatral es ya de por sí un artificio– ni sería suficiente –en caso de ser hallada– para justificar intelectualmente una función que se nutre, a fin de cuentas, de ocurrencias bienintencionadas y de conjeturas poco elaboradas, todas ellas hilvanadas en la acción sin demasiado orden ni concierto. El entusiasmo juvenil de los actores-personajes se propaga por el escenario de manera tan anárquica que, al final, las situaciones que protagonizan terminan envueltas en aquello de lo que huían: la impostura.
De tal modo que sus preocupaciones, sueños y cavilaciones resultan, no pocas veces, empalagosos, demagógicos o afectados. Como ha ocurrido en otras propuestas de naturaleza similar que hemos visto esta misma temporada, algunos mensajes con presunto trasfondo real, que tratan de reflejar presuntas conductas normalizadas, son verdaderos disparates: ¿cómo es posible que una chica menor de 26 años diga que pasó su infancia escuchando el Cara al sol? Aún me sigo preguntando dónde demonios lo escuchaba, salvo que una nueva secuencia temporal, tal y como le explicaba Doc a Marty Mcfly en Regreso al futuro, haya dado lugar a una realidad alternativa en la que ella pasó su infancia.

Lo mejor

Al menos las directoras saben reírse de sí mismas y de su propuesta en algunos momentos.

Lo peor

Que dos creadoras con notable talento hayan desaprovechado aquí la oportunidad de hacer una gran obra producida por el CDN.