“Juana de Arco en la hoguera”: Marion Cotillard llena de horror el Teatro Real
La producción que contempla el Teatro Real de la obra de Arthur Honegger viene precedida por “La damoiselle élue” de Debussy
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Para el director escénico Alex Ollé el mito de Juana de Arco sigue igual de vigente entre “entre crisis económicas y crisis de identidad, entre la radicalización política y la reaparición de corrientes ultraconservadoras que amenazan el futuro”. Estrenada como oratorio el 12 de mayo de 1938 en Basilea, “Jean d’Arc au Bûcher” fue pensada, por el pío Paul Claudel y el sólido Arthur Honegger, para la escena, a la que accedió en junio de 1941 en Lyon. Es así como tiene auténtica significación y como permite poner de manifiesto el abigarrado lenguaje dramático del compositor suizo, síntesis de elementos hijos del oratorio, de la ópera, del teatro y aun del cine.
Músicas atonales, modales, disonancias y consonancias, melodías de contagiosa amenidad vienen manejadas con una soltura y una sapiencia sensacional por la mano creadora, con episódicos recuerdos a Stravinski o, en estética distinta, a Orff. Números corales, recitados arcaicos, declamados solemnes aparecen diestramente engarzados y envueltos, cuando la ocasión lo pide, en cierto sentido el humor, con lo que el colorista conjunto llega a alcanzar una singular dimensión narrativa. Los dos personajes principales, Juana y el Hermano Dominique, son hablados. Se establece una clara dicotomía entre lo narrativo y lo lírico y, por decirlo así, visionario, a cargo de la Virgen María. A destacar el papel que cumplen las ondas Martenot, tan queridas por Honegger.
En la producción ahora contemplada en el Real “Juana de Arco” viene precedida por “La damoiselle élue” de Debussy, escrita para soprano, “mezzo” y coro femenino, que ilustra un poema de Dante Gabriel Rossetti. Nació entre 1887 y 1888 y se revisó en 1902. Una elección que da sentido a la puesta en escena, en la que la “damoiselle” “vuela como un alma que asciende a la presencia de Dios. De algún modo es el alma de Juana tras su ejecución en la hoguera, en el instante en que, después del horror, halla la paz”; como explica el propio Ollé.
El escenario de la obra debussyana, que musicalmente no tiene demasiado que ver con la de Honegger, es vestido aquí, en la parte superior del escenario, sobre una estructura metálica bastante fea, por colores vivos y atuendos de un amarillo estridente, lejos de la paz beatífica que parece se debería vivir en esos estratos celestiales. Ollé llena la parte inferior de gente menesterosa, la salida de una epidemia y de una guerra horrorosa, una jauría variopinta y cruel, que compone imágenes de gran fuerza y que, sin tener nada que ver, nos recordó algunas escenas del Bosco.
En medio de las desgarradoras viñetas se sitúa la espiritual figura de la santa, que aquí es interpretada con apasionada verdad, plenitud de acentos, con una dicción ejemplar –adecuadamente amplificada- por la actriz Marion Cotillard, de timbre más bien opaco y desleído pero manejado con una fuerza y expresividad admirables.
A su lado estuvo espléndido Sébastien Dutrieux en el papel del Padre Dominique. Camilla Tilling dejó oír su clara y espejeante voz en su papel de Doncella en la obra de Debussy, que tuvo un buen contrapunto en el oscuro timbre de Enkelejda Shkosa, narradora aquí y Catherine en Honegger. La límpida voz de Sylvia Schwartz dio expresión a la Virgen. Charles Workman se lució en el desagradable papel de Porcus y en otros tres, en repartición que alcanzó asimismo a otros intervinientes. Las hordas, con muchos de los personajes masculinos luciendo un pene artificial (en busca de un impacto visual y bárbaro más potente), fueron excelentemente manejadas y movidas.
Para que la función, con las pegas expuestas, tuviera une efectividad musical, se contó con la expresiva y maleable batuta de Juanjo Mena, que supo distinguir entre los suaves contornos preimpresionistas y delicadísimos, necesitados de una paleta de colores muy característica de la “Damoiselle”, y los contrastes y variedad de estilos y de escritura de “Jeanne d’Arc”. Modeló y moduló a una orquesta y a un coro atentos y precisos, a unos admirables Pequeños Cantores de la JORCAM y a unos solistas muy adaptables. El éxito fue rotundo.