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“El encanto de una hora”: Merecido y necesario homenaje a Benavente ★★★☆☆

Carlos Tuñón sube a la escena del Español un tipo de teatro que no es que esté precisamente de moda pese a su calidad
Luz Soria
La Razón

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Autor: Jacinto Benavente. Director: Carlos Tuñón. Intérpretes: Jesús Barranco y Patricia Ruz. Teatro Español (Sala Margarita Xirgu). Hasta el 13 de noviembre.
Que, de todos los teatros públicos y privados de la capital, solo el Español –y de manera bastante tímida– haya querido recordar a Jacinto Benavente este año, en el centenario de la concesión de su premio Nobel, da buena muestra del catetismo que impera hoy en el panorama teatral –sujeto a superficiales modas creativas que mañana serán bastante ridículas– y del desprecio, asociado a un supino desconocimiento, por nuestros clásicos y por la literatura dramática. Y así pasa lo que pasa, que el nivel literario de muchos de los escritores dedicados al teatro en la actualidad –obviamente hay honrosas y esperanzadoras excepciones– es casi de chiste.
Aunque todavía se repitan una y otra vez los mismos tópicos desfavorables cuando se habla del teatro benaventino –probablemente porque quienes los señalan ni siquiera lo han leído–, lo cierto es que el autor de Los intereses creados fue un renovador del lenguaje y la dramaturgia –es él quien introduce el modernismo en los escenarios de nuestro país– y un fino, elegantísimo escritor –con una precisión gramatical fuera de lo común– que, si bien evolucionó hacia estructuras más convencionales y encuadres más realistas –pues advirtió, a su pesar, que eran los únicos que entonces admitían el público y la crítica–, jamás perdió su poética mirada sobre el mundo, ni la ironía y la clarividencia para censurar a las clases dominantes en la sociedad de su tiempo.
De lo vanguardista que llegó a ser Benavente da buena muestra su primer libro publicado, que es el Teatro fantástico (1892) al que pertenece esta memorable pieza titulada El encanto de una hora. Ya de entrada, no cabe sino alabar la perspicacia y el buen gusto de Carlos Tuñón por haberse fijado en esta primera etapa del teatro benaventino, hoy prácticamente olvidada, y por haber tenido la valentía de poner en pie una obrita aparentemente insignificante y no muy fácil de escenificar con el objetivo de mostrar el rico y hermosísimo sustrato que se esconde en ella.
La función tiene como protagonistas a dos figuras de porcelana –interpretadas por Patricia Ruz y por el siempre estupendo Jesús Barranco– que cobran vida durante una hora, tiempo exacto al que ha ceñido Tuñón la representación. En ese intervalo, los dos personajes discurren, con un verbo exquisito, sobre la fragilidad y la belleza de la existencia, sobre el aburrimiento y el anhelo de lo irreal, sobre el deseo y la incertidumbre y aun sobre la posibilidad de un más allá. Aunque, en su particular puesta en escena, se mantiene fiel a ese maravilloso espíritu fantástico que pide el texto, el director ha optado, no obstante, quizá tratando de facilitar el acercamiento del público a la historia, por introducir algunas acciones que permitan aligerar el peso literario y por dramatizar más de lo conveniente –esta es la mayor tacha que presenta el montaje– unos diálogos cuya esencia es ante todo reflexiva. En este sentido, la amabilidad sustituye al escepticismo a la hora de afrontar algunos parlamentos y eso debilita un poco el esplín poético, tan bien aquilatado por Benavente, que caracteriza la estética modernista.

Lo mejor

La valentía del director para poner en escena un tipo de teatro que no es que esté precisamente de moda pese a su calidad.

Lo peor

El tratamiento de algunos diálogos, a los que se ha quitado parte del peso lírico que tienen.