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Carlos Hipólito salda una deuda histórica con el "Burro"

Bajo el sello de AY Teatro, el actor hace un repaso por los asnos que han llenado las páginas de la literatura mundial
Carlos Hipólito metido en el papel del burro-juglar
Carlos Hipólito metido en el papel del burro-juglarDavid Ruiz

Madrid Creada:

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Álvaro Tato guarda en la estantería de su casa uno de esos vicios inconfesables. «Nunca o pocas veces lo he contado»... Una balda en la que se apiñan decenas de burros «de todo tipo»: «De cestería, pisapapeles, de peluche, de plástico, del belén...», enumera. Lo que comenzó «como una broma», reconoce el autor y poeta, «se convirtió en una especie de animal totémico».
En su caso, la culpa se la echa al Platero de Juan Ramón Jiménez (JRJ), «como en el de todos los amantes de los asnos literarios»; sin embargo, para su colega-socio en AY Teatro (también en Ron Lalá), Yayo Cáceres, la pasión llegó ya en sus orígenes en Argentina: «Siempre ha tenido un montón de amor por los equinos», explica Tato sobre el director del montaje.
Y tampoco es que estos dos necesiten muchas excusas para levantar una obra, pero en esta ocasión la encontraron en ese «burrismo» compartido. Motivo suficiente para cantar y contar la vida rural perdida a través del folclore de los sucesivos borricos de la literatura. «Investigas a Lope y sabes hasta dónde llegarás; en este caso no –cuenta Tato–, aquí di con un monje medieval, como fray Anselmo de Turmeda, quien en su Disputa del asno responde con lucidez a la pregunta de qué nos puede enseñar este animal de nosotros mismos». Es una de las muchas referencias de un texto que va, entre otros, de El asno de oro, de Apuleyo, a la Piel del asno, de Perrault; pasando por Cervantes, Shakespeare, Ovidio o, por supuesto, el Platero de Jiménez. Un picoteo por diferentes pollinos que se unen sobre el escenario en el cuerpo de Carlos Hipólito, que desarrolla un solo con catorce personajes que le exigen recordar las maneras de aquel Historia de un caballo: «Es todo muy físico».
Comenta Álvaro Tato que siempre ha sentido la «conexión» con este animal y de ahí que Burro llegue al Reina Victoria de Madrid convertido en pieza teatral. «Tengo una historia de amor con él», resume el autor de este cuento sobre un borrico atado a una estaca en sus últimos momentos, «pero este burro de nuestro espectáculo ha vivido siglos y ha visto y sabe todo lo que se ha escrito y cantado sobre ellos. Entonces habla y nos cuenta y su sombra le atiende y contesta a veces y así pasan sus días bucólicos pero cargados de sabiduría y dolor. Queríamos hacerlo, sonábamos con hacerlo y enternecernos y conmovernos porque, al fin y al cabo, todos y cada uno de nosotros llevamos un Platero en el corazón», explican.
Pero que este animal haya sido uno de los grandes aliados en la historia del hombre no significa que se le haya tratado bien, e Hipólito lamenta lo sucedido: «Todo el alegato que hace este burro-juglar es una denuncia de cómo el ser humano le hemos tratado. Ha vivido en un régimen de esclavitud, como si fuera una herramienta», confiesa el actor. «¡El “working class” [clase obrera] de los animales!», salta un Tato que señala a «la profunda metáfora» sobre el ser humano que se expone en la función: «En toda su complejidad y contradicción». «Cuanto más miras y estudias al burro, ves que es el que carga y construye las civilizaciones. Ha sido el motor de la agricultura durante muchos años».
Esfuerzo titánico que no le ha librado de la fama de perezoso o torpe, o ese otro tópico que le señala como bobo, «pese a ser uno de los animales terrestres más inteligentes, con una memoria emocional enorme», recuerda Hipólito.
Es por todo ello que AY Teatro se toma esta pieza casi como un perdón a una especie: «Yo creo que tenemos mala conciencia porque se le ha pegado muchos palos. Este texto me reafirma en la idea de que la raza humana, por muy superior que se crea, es estúpida», sostiene el intérprete. Tato sentencia: «Es el animal más vilipendiado por el hombre y, pese a que hasta nuestros abuelos estuvo muy introducido en el día a día, cada vez está más apartado a los refugios y menos en la calle. Sí nos quedan los villancicos [Arre, borriquito, Hacia Belén va una burra...] o el “burro amarrado” de El último de la fila. No sé si como despedida está bien mirarle a los ojos y revisar su historia».
  • Dónde: Teatro Reina Victoria, Madrid. Cuándo: hasta el 18 de febrero. Cuánto: de 20 a 28 euros.