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«Los nuestros»: ¿La familia ya no nos sirve para casi nada?

La dramaturga Lucía Carballal se consolida como directora escénica en el Teatro Valle-Inclán con una obra que ahonda en los vínculos familiares y en nuestra relación con el pasado

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Después de estrenar el año pasado «La fortaleza», una autoficción que le permitía reflexionar sobre la relación que tuvo con su padre, la dramaturga y directora Lucía Carballal vuelve a abordar el tema de la familia, ahora en clave de ficción pura, en «Los nuestros», una coproducción del Centro Dramático Nacional y el Teatre Nacional de Catalunya que levantará mañana el telón en el Teatro Valle-Inclán de la capital.

La muerte de una mujer mayor en su piso de Madrid provoca que una disgregada familia judía se reúna para cumplir con el Avelut, un rito que obliga a los miembros vivos, en señal de duelo, a convivir y dejar de lado el mundo durante siete días. Convocados por Reina, la hija mayor (a quien da vida Mona Martínez), acudirán al encuentro, entre otros, su hijo Pablo (Miki Esparbé) y su pareja Marina (Ana Polvorosa), que viven en Londres; también su hermana Esther (Manuela Paso) con sus hijos; y Tamar (Marina Fantini), una prima de Pablo afincada en Tel Aviv con la que prácticamente ninguno tiene contacto.

«En el caso de esta familia, la muerte de la abuela supone también la muerte de un legado que tiene que ver con una manera determinada de ver el mundo, con un pasado en Tánger e incluso con un dialecto propio», explica Carballal. Y es a partir de la pérdida de ese legado cuando los personajes tendrán que encontrar la forma de resignificar el concepto de familia y de seguir juntos o separados. Según su autora, el conflicto de «Los nuestros» reside en la confrontación de las dos opciones o posibilidades que se abren para los personajes: «Por un lado, la brecha con la herencia que supone esa muerte puede moverlos a un cambio con nuevas oportunidades de futuro, con nuevas formas de ver las cosas; por otro, la pérdida de todo ese pasado se traduce en pena y desorientación». Reconoce Carballal que le preocupa «la relación que tenemos con el legado y con algunos aspectos tradicionales que parecen abocados a desaparecer en la sociedad actual».

La individualidad

Pero ese conflicto entre pasado y futuro que atraviesa la obra desemboca inevitablemente en otro: el que hay entre lo individual y lo colectivo; entre lo personal y lo comunitario. Un asunto que no escapa al análisis de la directora: «Estamos cada vez más acostumbrados a los vínculos que podemos elegir, es decir, a la gente que elegimos para que forme parte de nuestra vida. La familia, por el contrario, representa lo que no escogemos, lo que parece ineludible y será a muy largo plazo. Es algo que no está hoy de moda porque no nos permite escapar. Cuando tratamos de dejar atrás algo, la familia se empeña en devolvérnoslo una y otra vez, demostrando que hemos de estar en permanente diálogo con nuestro propio origen para evolucionar». Ella misma amplía esta idea en el dosier de la obra: «Desde hace mucho, todo se mira desde el prisma de la individualidad. Las ideas nuevas y vibrantes, en todos los ámbitos, son aquellas que potencian lo particular del yo, el rasgo identitario propio y diferencial. Así que la tesis de que, en general, a todos nos pasan las mismas cosas tiene un aire algo pasado de moda. Tan pasado de moda como muchas tradiciones que mantenían cohesionada a la comunidad. Por eso, porque estamos tan lejos de los rituales, he imaginado un espectáculo en el que una familia lleva uno a cabo, incluso sin comprenderlo del todo, incluso negando su utilidad. Presiento que solo el hecho de estar ahí juntos, compartiendo un espacio, repitiendo algo que muchas generaciones han realizado antes, puede ser revelador».

Sin dar soluciones de ninguna clase, e invitando a que sea el espectador quien obtenga las suyas, la obra, cuya directora define en lo que concierne a su género como «un drama con mucha ironía», aspira a hacernos pensar en «lo que significa pertenecer y lo que significa emprender un camino propio; todos bregamos con el determinismo y nos preguntamos hasta qué punto estamos marcados para siempre o no por nuestra propia familia. No creo que haya una respuesta: ese interrogante nos acompañará siempre». Aunque empezó su carrera teatral exclusivamente como dramaturga, Carballal viene a confirmar con «Los nuestros» un afianzamiento sin vuelta atrás en la dirección escénica. «Creo que este será ya el camino habitual; estoy permitiendo que crezca mucho en mí esta faceta, y me siento muy a gusto con ella –reconoce–. Mi intención no es ser meramente la persona que pone en escena mis textos, sino que me interesa cada vez más el espectáculo como totalidad, y eso tiene que ver con ir desarrollando poco a poco un lenguaje escénico personal. Ello hace que los textos se flexibilicen y se pongan más al servicio de las ideas escénicas». Y, con una risa que no sé si es signo de un proyecto ya en ciernes, confiesa: «Te diré que también me veo dirigiendo textos de otras personas».