El voleón
España y el waterpolo, un idilio que dura más de 30 años
El palmarés de la selección masculina resulta hasta exiguo si se le compara con el de la selección femenina
La imagen más icónica de los Juegos de Barcelona no fue la de Fermín Cacho, Cristo triunfante en el tartán, ganando un oro en los 1.500 metros que, libra por libra, es todavía hoy la más meritoria hazaña de la historia del deporte español. Ni tampoco, ese mismo 8 de agosto por la noche, el mar de banderas rojigualdas tremolando en el Camp Nou (Catalonia is Spain) cuando un gol de Kiko doblegó por fin a los correosos polacos o la alegría de su paisano José Manuel Moreno, chiclanero de Ámsterdam ataviado de astronauta para volar sobre una extraña bicicleta, inaugurando el medallero de los anfitriones al tercer día de competición, el 27 de julio, cuando el aficionado más impaciente comenzaba a desesperarse.
Si, más de treinta años después, la memoria tuviese que archivar solo un recuerdo de aquella quincena mágica, quedaría solo grabada la última medalla sumada por España, una plata tras haberse bañado trece veces en oro, pocos minutos antes de que Peret pusiese al mundo entero a rumbear desde Montjuïc. En las Piscinas Bernat Picornell, la selección dirigida por Dragan Matutinovic, un sargento de hierro croata, disputó durante tres prórrogas y más de horas una final contra Italia a la que el calificativo de dramático no haría justicia. Terminó la estrella española tiñendo el agua de rojo con la sangre que manaba de su ceja y ganaron por un ajustado 9-8 los transalpinos, pese al apoyo fervoroso de una hinchada liderada desde el palco de autoridades por Juan Carlos I y la Familia Real en pleno, convertidos en hooligans para la ocasión.
España se enamoró aquella tarde del waterpolo, un deporte marciano hasta la eclosión del fabuloso Manuel –ahora Manel– Estiarte, que era apodado «el Jordan de las piscinas»; y los y las waterpolistas llevan más de tres decenios devolviendo el cariño en forma de triunfos, empezando por el título olímpico que sí conquistaron cuatro años después en Atlanta, donde hacía más falta porque la cosecha dorada había empezado a menguar. Nueve medallas mundialistas y cinco continentales atesora el equipo nacional masculino, un palmarés meritorio, pero exiguo si se compara con el de la selección femenina.
Presente en el programa olímpico desde Sídney 2000, las mujeres empezaron a practicar el waterpolo de alto nivel con el cambio de siglo y España se unió a la élite con el subcampeonato europeo de Málaga en 2008 donde ya estaba Maica García ganando la primera de sus medallas. Desde entonces, acumula trece metales en grandes campeonatos internacionales en quince años: lo que es casi siempre a pesar de que una de esas plazas en el podio está casi reservada de antemano por Estados Unidos, que batió a las «Guerreras del agua» en las finales olímpicas de Londres y Tokio. En París 2024, donde ya tienen plaza segura tras ser segundas en el Mundial del verano pasado, toca desquite.
La tarea no será sencilla para las mujeres que adiestra Miki Oca, exitoso seleccionador ahora después de mandar al poste el tiro que podría haber forzado la cuarta prórroga en la final de Barcelona 92. El nivel del waterpolo femenino mundial se ha densificado y media docena de selecciones se mueven en un estrecho margen de un gol, el que en la élite separa la gloria del chasco.
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