Viena

El aviso austriaco

Restos del cartel electoral del ultra Norbert Hofer en una calle de Viena
Restos del cartel electoral del ultra Norbert Hofer en una calle de Vienalarazon

Nunca antes unas elecciones presidenciales austriacas habían despertado tanto interés fuera de las fronteras de la República alpina. Y no era para menos. Tras ganar contra todo pronóstico la primera vuelta del 24 de abril, Norbert Hofer, un ingeniero aeronáutico de 45 años, partía como favorito para convertirse en el primer presidente ultraderechista de un país de Europa occidental desde los años cuarenta. ¿Cómo ha llegado Austria, un pequeño y rico país de 8,5 millones de habitantes y un paro que no llega al 6%, a asomarse al abismo?

La respuesta hay que buscarlo en primer lugar en el sistema político de la II República austriaca, nacida tras la liberación de la ocupación nazi en 1945. Durante estas siete décadas, Viena ha sido un placentero remanso de estabilidad en el que el Partido Socialdemócrata (SPÖ) y el Partido Popular (ÖVP) se han repartido el poder y los cargos en instituciones y empresas públicas. Ni siquiera los austriacos han disfrutado de un aburrido bipartidismo, pues durante medio siglo ambas formaciones han compartido el Gobierno en forma de Gran Coalición.

Esta falta en la práctica de alternativa política ha hecho crecer a otros partidos a izquierda y derecha para aglutinar el hartazgo y cansancio de los electores. A la izquierda, hace treinta años nacieron Los Verdes, cuyos buenos resultados en los sondeos nunca se han visto acompañados de éxitos electores. Prueba de ello es que Alexander Van der Bellen fue derrotado en la primera vuelta pese a que las encuestas preveían su victoria. En la derecha en cambio, la válvula de escape ha sido el Partido Liberal (FPÖ), que de la mano de un nostálgico de las SS hitlerianas, Jörg Haider, ha crecido exponencialmente hasta competir de tú a tú con socialistas y conservadores.

La derrota por sólo un puñado de votos del candidato ultra tampoco era una sorpresa. Más bien se trataba de un hipótesis realista a la vista de las citas electorales celebrados en Austria tras la avalancha de refugiados de Oriente Medio del pasado verano. Entonces, muchos ciudadanos no comprendieron la decisión del Gobierno del socialdemócrata Werner Faymann de secundar la política de puertas abiertas abrazada por la canciller Angela Merkel. El calendario electoral convirtió las elecciones en Alta Austria (región fronteriza con Alemania) en septiembre en la primera oportunidad para que los ciudadanos expresaran su inquietud. ¡Y vaya si lo hicieron! El FPÖ logró un 30% de los votos, el mejor resultado de su historia y muy cerca de los conservadores, que fueron los más votados. Ya en octubre, la elección del alcalde de Viena, conocida como la ciudad roja por haber sido gobernada ininterrumpidamente por la izquierda desde 1945, volvió a poner de manifiesto que la derecha populista, xenófoba y antieuropea había llegado para quedarse. El alcalde socialdemócrata, el veterano Michael Häupl, tuvo que dejar el resto para vencer al candidato del FPÖ, el mismísimo líder del partido, Hans Christian Strache, que centró su campaña en culpar a los refugiados del aumento del paro y la criminalidad.

La situación austriaca no es ni mucho menos una excepción en Europa. Muy por el contrario, partidos similares a los de Strache encabezan los sondeos en Países Bajos o crecen como la espuma en Alemania, Francia o Suecia. El desprestigio de las formaciones políticas tradicionales, el rechazo a la inmigración, la inseguridad económica y el miedo a la globalización forman un cóctel perverso que beneficia a aquellas formaciones que ofrecen soluciones fáciles a problemas difíciles. Mientras el resto de partidos no ofrezca respuestas a los problema de los ciudadanos, éstos seguirán votando a los extremistas (tanto de izquierdas como de derechas) en busca de la inseguridad perdida.

pgarcia@larazon.es