Éibar

Las ventas de agua en Ermua se triplican por el temor a la contaminación de los manantiales

La desconfianza continúa en las tres localidades de la tragedia , mientras que piedra a piedra y con perros buscan a Joaquín y Alberto en el vertedero

Por mucho que se quiera trasmitir normalidad, al llegar a Ermua se siente qué algo sucede. Las calles están semi desiertas; algunos vecinos pasean con mascarillas, y otros cargan litros y litros de agua. En las puertas de los portales cuelgan mensajes oficiales que transmiten tranquilidad, pero en los muros abundan otras que piden la dimisión algún responsable político. Hace ya 14 días que el derrumbe del vertedero de “Verter Recycling", en el que se detectaron residuos tóxicos, además de orgánicos, truncó la tranquilidad de los vecinos de Ermua.

“Yo antes no compraba agua embotellada”, dice Auri mientras carga con dos garrafas de agua de cinco litros cada una. “Yo no me fío. Prefiero comprar que beber la del grifo como hacía hace dos semanas. Del supermercado de la calle principal de la localidad sale también Eva. Va cargada con agua. “Tardaron tanto en decirnos lo del aire, que desconfiamos”, aseguran a LA RAZÓN. Se supone que los vecinos ya pueden consumir agua del grifo, pero al carecer de información oficial prefieren tomar medidas, y no poner en riesgo su salud.

Los vecinos muestran su preocupación y miedo. El carnaval se suspendió y los niños no juegan al aire libre. Según nos dicen “lo hace en un parque cubierto para evitar la exposición al aire”. Tampoco se sale de vinos ni se celebra el carnaval. “Este año, que hace buen tiempo, nos tenemos que quedar en casa”, se lamenta Eva.

Aunque hayan pasado días y la calidad del aire es mejor que cuando sucedió el derrumbe y el posterior incendio, la incertidumbre y el desconcierto se respira en las calles. La colina sobre la que está construido el vertedero está a solo unos metros en línea recta. De hecho, el trasiego de camiones, excavadoras y trabajadores que entra y sale de la instalación es constante.

Varios hombres vestidos con trajes blanco, muy similares a los usados cuando se manipulan armas biológicas o químicas, trabaja sobre el derrumbe que invadió la AP-8, cortándola durante horas el pasado 6 de febrero. El objetivo: que los trabajos en el vertedero no influya en la estabilidad de la autopista.

Buscan los cuerpos de Joaquín y Alberto

En otra pista se observan las excavadoras donde desde primera hora de este miércoles buscan en el vertedero derrumbado a los dos trabajadores desaparecidos. Las labores de búsqueda se centran cerca de la carretera de acceso al vertedero, donde estaba la báscula, puesto que todos los indicios apuntan a que los operarios se encontraban en ese lugar en el momento del desprendimiento.

Hasta el lugar, se han desplazado varios perros, que acompañan a los equipos de rescate. Varios testigos sitúan a Joaquín Beltrán y Alberto Sololuze en los alrededores de una caseta en la parte alta del vertedero, pero desde allí se pudieron desplazar hasta 30 o 70 metros por los movimientos de tierras registrados.

Cada día se mueven 1.000 toneladas de residuos en unos 40 camiones. Las excavadoras primero remueven la tierra y la trasladan a otra cantera que está al lado del vertedero. Es ahí donde piedra a piedra se trata de encontrar a los dos operarios que fueron sepultados hace ya dos semanas.