El personaje

Edmundo Bal, un oasis bajo la tormenta

Fue de los pocos «riveristas» que mantuvo la confianza de Arrimadas tras la salida de Albert

Fue de los pocos «riveristas» que mantuvo la confianza de Arrimadas tras la salida de Albert.
Fue de los pocos «riveristas» que mantuvo la confianza de Arrimadas tras la salida de Albert.PlatónIlustración

Es el candidato de la moderación, la voz que clama en el desierto entre tanta crispación. Edmundo Bal Francés es en esta bronca campaña de los comicios madrileños una especie de llanero solitario que reivindica el centro político, el consenso y el espíritu de diálogo. Nacido en Huelva, pero educado en el colegio agustino de Nuestra Señora del Buen Consejo, en la Ciudad Universitaria de Madrid, el aspirante de Ciudadanos aprendió los valores de la Orden: sensatez, defensa de los principios y opiniones propias con sosiego, sin imposiciones ni palabras altisonantes. Está por ver si en medio de la tensión, el enfrentamiento, la manipulación violenta y el populismo exacerbado, su conducta le sale rentable en votos. Pero de momento, a Edmundo se le llena la boca de reclamar una política dialogante, una vocación centrista para la que piensa sigue habiendo hueco. «Aborrezco los extremos», dice el candidato de la formación naranja que se define como «un oasis bajo rayos y truenos de una tormenta electoral».

Heredó el nombre de Edmundo de su abuelo materno, funcionario de Hacienda al igual que su padre, de quienes aprendió la vocación de servicio público. Se licenció en Derecho en Madrid y realizó las duras oposiciones para Abogado del Estado, logrando una plaza con tan solo veintiséis años. De brillante carrera jurídica, se dio a conocer como responsable penal de la Abogacía del Estado con dos casos sonoros: la denuncia por delito fiscal a varios futbolistas estrella como Lionel Messi, Cristiano Ronaldo o José Mourinho, y su actuación en el «procés» independentista catalán. En diciembre de 2018, la directora del servicio jurídico del Estado, Consuelo Castro, le cesó fulminantemente por orden de la entonces ministra de Justicia, Dolores Delgado, al negarse a rebajar el delito de rebelión a sedición, lo que permitía a Oriol Junqueras pasar de una pena de veinticinco años a tan solo doce. En aquel momento Bal denunció las presiones políticas y dejó su puesto con una rotunda frase: «No soporto coacciones y mentiras».

Pero hete aquí que un año después, en marzo de 2019, el entonces gran líder de Ciudadanos, Albert Rivera, anunció el fichaje de Edmundo Bal para las generales. Durante aquella campaña se presentaba como «El cesado», en referencia a su lapidaria destitución por parte de Lola Delgado y «bicha negra» jurídica de los líderes separatistas. En el momento de la gloria naranja salió elegido diputado entre los cincuenta y siete diputados de Cs, pero tras la debacle posterior que propició el abandono de Rivera, humillado a tan solo diez escaños, Bal logró quedarse como portavoz adjunto en el Congreso. Y fue de los pocos «riveristas» que mantuvo la confianza de Inés Arrimadas,quien le retuvo como mano derecha y portavoz en la Cámara Baja durante su ausencia por embarazo. En la travesía del desierto de los naranjas, Bal ha ejercido un perfil siempre dialogante y transversal. Se define monárquico, de centro-izquierda, amigo de socialistas como Felipe González o populares compañeros de carrera como el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida.

Con esa silueta extremadamente delgada, un perfil de rostro afilado, una barba algo rifeña y un corte de pelo drástico aconsejado por sus asesores, Edmundo Bal está felizmente casado con otra abogada de profesión y es padre de dos hijos, a quienes dice haber educado con total libertad. «En casa hay democracia, nunca se chilla ni hay imperativos», asegura. El mayor estudia Filología y la pequeña Derecho. El 12 de marzo de 2020 pasó una de sus peores etapas al contraer el coronavirus, un aislamiento que le hizo meditar sobre la vida y la muerte, pues se define creyente aunque poco practicante, y le impidió una de sus mayores aficiones, el atletismo. De siempre, salía a correr todos los días ocho kilómetros, algo que ahora, y sobre todo tras dos operaciones de menisco, tiene ya restringido. A lo que no renuncia es a su enorme afición por las motos. Tiene dos que son su pasión, una BMW y otra Harley Davidson, con la que le gusta perderse por la sierra madrileña.«Soy motero», dice con orgullo el candidato de Cs, quien también tiene una faceta «rockera» de primera magnitud, no solo como espectador, sino también como tocante de batería a la perfección.

En este aparatado, entre sus grupos favoritos figuran Led Zeppelin, AC/CD y Metállica, lo que combina con música clásica, en especial Beethoven y Juan Sebastián Bach. Pero su gran afición oculta es la literatura histórica, en especial los textos de la Roma y Grecia clásicas, dónde ha viajado a menudo. Para ejemplo, es un fervoroso de las andanzas de Marco Didio Falco, el letrado detective en época de Vespasiano. Y su última adquisición, los libros del autor escocés Ian Rankin, estudioso del proceso de autodeterminación en Escocia. Otra de sus aficiones es la repostería, que practica cuando tiene tiempo en su propia casa. Los postres de merengue y el dulce de manzana, aseguran sus amigos, se le dan de cine sin un solo riesgo de ganar peso por un metabolismo genético y mucho ejercicio controlado

Ahora, en esta recta final de campaña, Edmundo Bal afronta el reto de o todo, o nada. O Ciudadanos logra superar el umbral del 5%, que le permita entrar en la Asamblea madrileña, o desaparece por completo. Para unos, es un partido de felones, interesados y traidores, como lo prueba la última moción de censura en Murcia. Para otros, es un remanso electoral que introduce calma en una campaña polarizada y unos partidos enfrentados. Muchos no olvidan las traiciones y deslealtades de Ignacio Aguado contra su presidenta, Díaz-Ayuso, en el gobierno de Madrid. Ni la bajada de pantalones de Inés Arrimadas en La Moncloa ante Pedro Sánchez para intentar sobrevivir. Hoy por hoy, el horizonte electoral de Ciudadanos ha pasado de ser la gran esperanza blanca a un futuro incierto. Pero Bal no tira la toalla y lo tiene claro: «Seremos decisivos».