El personaje
Feijóo, el capitán de un nuevo rumbo
En el PP todos lo ven como un «Mesías» redentor y respiran aliviados bajo ese lema tan repetido de unidad y experiencia
Indiscutido e indiscutible. Alberto Núñez Feijóo, el gallego del eterno retorno a Madrid, el hombre calmado, el pacificador, es ya presidente del Partido Popular por aclamación absoluta. Pese a decir que no cree en salvadores, lo cierto es que todos en este congreso extraordinario le veían como un «Mesías» redentor. Esa invocación de ¡Alberto sálvanos! era un clamor entre los barones regionales, dirigentes y militantes tras la cruenta lucha fratricida que asolaba al partido. El lamentable asunto del espionaje a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, fue el detonante final de una larga batalla de Pablo y Teo, esa «pareja de chiquillos», contra los cuadros territoriales.
Y una vez más, el gallego Núñez Feijóo, el capitán tranquilo que cosió un día las costuras rotas del PP en Galicia tras la etapa del «gran patrón» Manuel Fraga, con cuatro mayorías absolutas a sus espaldas, aterrizó para suturar heridas y aglutinar las filas zurradas de una organización política esencial para España. Lo ha hecho, precisamente, con un gran equilibrio regional como lo demuestran el nombramiento de Cuca Gamarra en la Secretaría General y los tres hombres claves en su «núcleo duro»: el malagueño y «cerebro» de la Junta andaluza Elías Bendodo, el extremeño José Antonio Monago, defenestrado por el «casadismo», y su paisano de La Coruña Diego Calvo.
Viene Alberto Núñez Feijóo con la cultura del pacto, pero sabe que con Pedro Sánchez lo tiene muy difícil. Ya lo ha comprobado tras la cumbre de presidentes autonómicos en la isla de La Palma, donde Sánchez se comprometió a una bajada de impuestos y nada más volver a Madrid hizo todo lo contrario. La palabra de Pedro Sánchez vale menos que una aguja en un pajar y en este sentido el gallego, fino desconfiado por naturaleza, lo tiene claro.
Feijóo no es sólo el capitán de un nuevo rumbo, sino también de otro mundo político porque éste ya no da más de sí. Los españoles viven ahogados por los impuestos, sometidos sin respiro a salvajes inspecciones fiscales, con unas clases medias y empresas empobrecidas, entre el caos de una huelga con racionamientos, largas colas para surtir gasolina, bajo los vaivenes de un gobierno de coalición que hace aguas, mientras los cuates comunistas despilfarran dinero público por doquier y se llenan los bolsillos.
En efecto, esto ya no da más de sí, España está agotada por una crisis con el peor gobierno de su historia. Frente a ello, el líder del Partido Popular tendrá que recuperar la confianza, austeridad, eficacia y buena gestión que presidieron los ejecutivos de sus antecesores José María Aznar y Mariano Rajoy.
Dicen en su entorno que Alberto puede hacerlo, recuperar el voto de la derecha que emigró desencantada hacia Vox, el centro que se quedó en casa y hasta los socialistas sensatos aterrados por la deriva social-comunista, intervencionista a tope, de Pedro Sánchez. Hace treinta y dos años, también en Sevilla, José María Aznar prometió llevar al PP al poder. Entonces muy pocos creyeron en él.
Ahora, el gallego de mirada ladina y profunda asegura que ha venido a ganar las elecciones y gobernar: «No he venido sólo a dirigir un partido, sino a servir a España». Estas palabras provocaron la mayor ovación del auditorio, porque Núñez Feijóo tiene el reto de devolver la dignidad a España, a una Nación milenaria que Pedro Sánchez ha humillado hasta las cachas, entregado a unos socios comunistas, separatistas y bilduetarras con el único objetivo de mantenerse en La Moncloa.
Este es, sin duda, el peor momento para Sánchez, con una legislatura quebrada y una crisis sin precedentes que no sabe cómo afrontar. El paquete de sus últimas medidas económicas es pan mojado, inservible, rechazado por los empresarios y autónomos que crean empleo, bajo el silencio cómplice de unos sindicatos subvencionados. Ante este panorama, Alberto Núñez Feijóo representa la esperanza de un país desolado, maltratado pero fuerte. Es el líder que ahora necesita España, con el horizonte de una tierra prometida como hizo Aznar hace treinta y dos años. Sevilla tuvo que ser, y Sevilla puede volver a ser.
«No vengo a insultar a Pedro Sánchez, vengo a ganarle». Esta frase resume a la perfección el estilo de hacer política de Alberto Núñez Feijóo. Este orensano de profundas raíces con su tierra ha decidido apostar a todo, quiere ser el líder de la paz, con un partido unido, abierto, sin trifulcas internas. «Política de adultos», que diría su paisano Mariano Rajoy.
Como un capitán calmado frente a la tormenta que le espera, aseguran quienes bien le conocen sabedores de que el reto no será fácil, ante un partido devastado que ahora empieza a recuperarse en las encuestas. El «Efecto Feijóo» comienza a funcionar, devuelve la confianza a unos electores muy desencantados y pone nerviosos a los «gurús» de La Moncloa.
Con una brillante gestión en la presidencia de la Xunta de Galicia, sin alharacas, sin un gran séquito y sin perder el contacto con la gente, llevó al gobierno gallego un aire de modernidad, un sentido práctico de la política para solucionar problemas alejado de pompas y desorden. Es lo que piensa aplicar ahora como presidente nacional del Partido Popular y candidato a la presidencia del gobierno de España. Con un núcleo de hombres y mujeres con experiencia de gestión, que considera vital para trasladar a los españoles la estabilidad que logró en Galicia como una de las comunidades autonómicas más solventes frente al caos de mareas populistas en el bloque de izquierdas.
Nacido en la aldea orensana de Os Peares, siempre estuvo muy pegado al «terruño», aunque forjó su experiencia de buen gestor en Madrid como presidente del Insalud y Correos. «Soy de un pueblo pequeñito, o sea, nada estirado», comenta con sorna. En la eterna lucha entre los de la «boina» (dirigentes sin salir nunca de Galicia) y los del «birrete» (más ilustrados y con puestos en Madrid) alcanzó el equilibrio y pacificó el partido.
Eterno soltero de oro durante muchos años, «el matrimonio no es mi negocio», decía con buen humor, mantiene ahora una vida familiar estable y discreta junto a Eva María Cárdenas, una gran ejecutiva y madre de su único hijo. Dicen que tras unos días de meditación personal y familiar, se decidió a dar el paso ante la crisis de su partido y de España. Tomó el nuevo rumbo tras pasear por la ría de Vigo, su adorada playa de Samil y la comida de un buen pulpo «a feira» en Oms con su entorno más cercano.
«La política está sucia», confesaba en privado a sus íntimos sobre los casos de corrupción. Antes de su cuarta mayoría absoluta las ofertas en la esfera privada le llovían como el «sirimiri» gallego. Pero en medio de la tormenta política del Partido Popular se lo dijo una noche a su mujer: «Esto me sigue mereciendo la pena». Y en compañía de su inseparable colaboradora de hace décadas, Mar Sánchez, dio el salto y se vino a Madrid.
En el partido respiran aliviados bajo ese lema tan repetido: unidad y experiencia. El gallego Alberto Núñez Feijóo piensa que a la política, y sobre todo al gobierno, se viene ya aprendido y con los deberes hechos. Es su advertencia para no caer en «niñerías» y hacer una gestión de altura, no de guardería de párvulos.
Como buen gallego es desconfiado, observa mucho y habla poco. «Pienso mucho lo que digo, pero digo siempre lo que pienso», afirma con puro estilo galaico. Para el presidente Pedro Sánchez es el tercer líder del PP a quien se enfrenta, tras Mariano Rajoy y Pablo Casado. Si como dice el refrán a la tercera va la vencida, todos hoy le ven como el líder necesario.
Treinta y dos años después de su histórica refundación, el Partido Popular pasa ahora página con Alberto Núñez Feijóo. Con sencillez de paisano y seguridad de mando, entre el poder y la gloria solo aspira a lo primero al servicio de España.
✕
Accede a tu cuenta para comentar