El personaje

Irene Montero: Hacia el disparate legislativo

La ministra de Igualdad ha perpetrado un auténtico bodrio legislativo que genera rechazo en sectores jurídicos, sanitarios y científicos

Irene Montero
Irene MonteroPlatónIlustración

Se ha saltado con descaro el informe del Consejo General del Poder Judicial para poder tramitar la Ley del Aborto por el procedimiento de urgencia en el Congreso. La ministra de Igualdad, Irene Montero, ha perpetrado un auténtico bodrio legislativo que genera rechazo en sectores jurídicos, sanitarios y científicos. Como «todo un disparate» califican la norma en la mayoría de estos colectivos ante una ley que permite a adolescentes menores de dieciséis años interrumpir su embarazo sin el permiso paterno. Además, la ministra amenaza a los médicos que se declaren objetores y obliga a las comunidades autónomas a establecer un registro, en plan policía política. Como si España no tuviera otros graves problemas, Montero se erige sobre unas leyes radicales como la de Garantía de Libertad Sexual, más conocida como «la ley del solo sí es sí», que revela un embrollo jurídico de campeonato. «Ninguna mujer tendrá que demostrar que hubo violencia o intimidación para que se considere agresión», clamaba la dirigente morada desde la mesa del Consejo de Ministros. Bajo un lío de indemnizaciones, abogados expertos vaticinan que con esta ley habrá una cascada de denuncias falsas.

Para colmo, alguna triquiñuela permitirá rebajar las penas a los violadores del grupo La Manada, según ha dicho su propio abogado. El texto pasa por encima de la presunción de inocencia, de forma que basta únicamente la palabra de la denunciante. Pero Irene Montero se crece en su discurso de garantías sexuales, la ley trans o el aborto que, en opinión de expertos, transgreden principios sanitarios, éticos y morales. Un discurso extremista radical, para desviar la atención de una podemita instalada ya en la más pura casta que tanto denunciaba. Está claro que pisar moqueta, coche oficial y poder la han cambiado. De activista radical en las calles, a ministra del Gobierno de España. De pantalones vaqueros y «chupa» de cuero, a modelitos en estilo «pijo-progre». De panfletos antidesahucios, a posar en las revistas del corazón. Y de denunciar a la casta, a formar parte de ella.

Es la gran metamorfosis sufrida por Irene María Montero Gil, número dos de Podemos, ministra de Igualdad con sonoras meteduras de pata que llevaron al PSOE a ningunear su primera Ley de Igualdad y Diversidad Sexual presentando en el Congreso otro texto alternativo. Con escasa formación profesional y nula experiencia de gestión, en ningún país serio de nuestro entorno una mujer como ella habría llegado a ser ministra. Pero aquí cuanto más mediocre, mayor ascenso político. Nacida en Madrid, hija de un empleado de mudanzas y una educadora, Irene Montero presume en su currículum de haber estudiado Psicología y trabajar de cajera en una tienda de electrodomésticos. Durante cinco años vivió en Chile y a los quince se afilió a las Juventudes Comunistas. Su entrada en Podemos se produce en 2014 de la mano de Rafa Mayoral desde la plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), dónde eran activistas. Su subida fue rápida como miembro del Consejo Ciudadano, diputada y jefa de gabinete de Pablo Iglesias. Como portavoz en el Congreso fue un desastre y sus intervenciones en la tribuna se recuerdan plagadas de errores.

De temperamento histriónico y lenguaje excesivo, entre los críticos entonces liderados por Íñigo Errejón y la ex pareja del adorado líder, Tania Sánchez, era conocida como «La papagaya». Pero Iglesias rompió con ella y formalizó su relación con Irene. Fue entonces cuando se convirtió en madre de dos mellizos prematuros, Leo y Manuel, y una tercera hija, Aitana. La pareja inició su ascenso social y llegó la polémica del chalet de Galapagar, que les forzó a consultar a las bases de Podemos su permanencia en la dirección. Muchos dicen que hubo un fraude de campeonato en las votaciones favorables, similar a los nombramientos de la Asamblea Ciudadana de Vistalegre II, los contratos turbios con la consultora Neurona, la financiación irregular y las conexiones con el régimen chavista de Venezuela.

Pero Pablo e Irene, que este verano difundieron unas fotos con sus hijos y el mar azulado al fondo, han hecho caso omiso de todo y han seguido con su cambio de vida, integrados en esa casta que denunciaban. La pareja ha tenido un revés judicial al no prosperar sus denuncias por acoso contra un vecino de Galapagar y el movimiento feminista tradicional reniega de las leyes de la ministra de Igualdad por traicionar sus principios. Nada es ya lo que fue. Hasta una de sus escoltas denunció a Irene Montero por vulneración de derechos y obligarla a tareas de recadera fuera de sus obligaciones, como limpiar la casa, comprar comida para los perros o hacer de chófer de la familia.

Las lindezas de la señora ministra, una vez instalada en su despacho oficial que ha llenado de altos cargos y asesoras, algunas declaradas lesbianas como Boti García, Directora de Diversidad Sexual y LGTB, o Isa Serra, muy bien pagadas, han sido muchas: «Soy conservadora en las relaciones sexuales». «Pablo no es un macho alfa». «Soy heterosexual, pero he probado de todo»... Un rosario de perlas dialécticas que revelan su falta de formación y escasa preparación intelectual.

En el Gobierno hace tándem con su íntima amiga, la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra, ambas declaradas enemigas de la titular de Trabajo, Yolanda Díaz. Con un notable cambio físico, Irene Montero ha posado en varios semanarios del corazón con vestidos de alta costura, elevados tacones, bien maquillada y peinada, mientras su parejase pasea por las tertulias, la señora ministra perpetra leyes impresentables, se enfrenta al Poder Judicial y desprecia las críticas. Frente a todos, Irene Montero se crece.