La crónica

Montero rompe al PSOE por la ley que libera a violadores

Las presiones crecientes para que se corrija la norma chocan con el muro de Moncloa: Sánchez antepone la protección formal de la coalición

La ley del «solo sí es sí» ha destapado la caja de Pandora dentro de la coalición de gobierno y dentro del PSOE. Podemos ha conseguido imponer su agenda minoritaria, de trinchera, incluso en el ámbito del feminismo, que es un terreno sobre el que el socialismo reivindica la autoría de su colonización. Y esto amenaza con abrir una herida en el PSOE que, más allá de la tensión interna y de la división que está alimentando, puede acabar por hacer un agujero electoral al partido de Pedro Sánchez.

En el equipo de campaña no pasan por alto la importancia del voto femenino en el granero socialista. Y la agenda de Podemos en este Ministerio, igual que en los otros que ocupa, no suma en el orden de las prioridades que tradicionalmente ha abanderado el PSOE. El runrún del malestar dentro del Gobierno y del PSOE con la gestión de Igualdad y con los efectos de la ley del «solo sí es sí» es cada vez mayor.

No habrá motín porque el férreo control del partido que ejerce Sánchez no ha dejado ningún resorte vivo para el debate. Pero la relevancia de las renuncias que está haciendo el PSOE para mantenerse en el Gobierno, desde el punto de vista de su identidad, traslada, inevitablemente, una responsabilidad al conjunto. Al que levanta la voz, se la callan, como ocurrió esta pasada semana con el presidente de Aragón, Javier Lambán, y el silencio acorta cada vez más la capacidad del partido para recuperar las esencias que está cediendo al Gobierno progresista.

Esto preocupa, y mucho, internamente. Aunque también han tomado nota de la llamada que desde la cúpula socialista hicieron para presionar a Lambán y forzarle a retirar las declaraciones críticas con el presidente: daban a entender que el liderazgo de Pedro Sánchez y su etapa al frente de Moncloa no estaban siendo buenos para España. No fue una rectificación voluntaria, y en el PSOE quedó todavía más claro que al que saca la cabeza, se la cortan.

Detrás de las divisiones y de los problemas que se le acumulan al PSOE aparece siempre detrás la sombra de Pablo Iglesias, exvicepresidente y exsecretario general de Podemos. Convertido hoy en el primer activista contra la coalición, Iglesias ha conseguido lo que pregonaba como un objetivo de gobierno cuando estaba todavía en la oposición: el deterioro institucional y debilitar a su principal adversario político, el PSOE, con una agenda demasiado radical en algunas materias para una fuerza socialdemócrata.

Ahora bien, la ruptura del socialismo con los morados no viene, como se temía inicialmente, ni por el tema territorial, ni por las alianzas, ni por políticas de Estado como la de Defensa o incluso Interior. El problema más grande viene por el ala feminista del partido y por las leyes impulsadas por el Ministerio de Igualdad. Desde el PSOE acusan a la ministra de Igualdad de dividir al feminismo con su agenda «queer» y de imponer unas prioridades ideológicas que no son las del feminismo, y que está dejando de lado las causas verdaderamente importantes para las mujeres, como la conciliación, la brecha salarial o el empleo. La ley del «solo sí es sí» ha sido la última gota que ha hecho estallar la convivencia entre la cuota morada y la parte socialista del Gobierno. Con Yolanda Díaz, a lo suyo, en su propia burbuja y centrada en salvar la plataforma Sumar de las embestidas de Pablo Iglesias. En el flanco socialista culpan a la ministra del drama que supone que un «Gobierno progresista y feminista» tenga que cargar con la responsabilidad de las excarcelaciones anticipadas de violadores, condenados con sentencia firme, por la aplicación de la nueva horquilla de penas que recoge la legislación de Irene Montero.

Una vez que el Tribunal Supremo no ha frenado las revisiones de sentencias a agresores sexuales, el partido vuelve a exigir que se corrija la norma. Pero en esto, como ocurre con el resto de discrepancias que se acumulan en la organización socialista con respecto a la gestión de Moncloa, todos hablan fuera de micrófono, pero nadie se retrata en público erigiéndose en portavoz del enfado con la situación creada.

Las estructuras territoriales temen que el desgaste por esta cuestión vaya a más, y que les penalice también en las urnas de mayo, por lo que señalan que la mejor solución sería activar un procedimiento rápido de corrección de la horquilla de penas, que se ha demostrado que está mal diseñado. Pero Sánchez ya ha elegido salvar la coalición de gobierno, aunque en la práctica esté rota y sólo sea un escaparate desde el que Moncloa aspira a mantener la ilusión en la mayoría de investidura actual, la única alternativa que le queda al PSOE para poder seguir en el poder.

Para Podemos, o mejor dicho, para Pablo Iglesias, tocar la ley es una línea roja. De hecho, ha encontrado en esta norma, que abre la puerta antes de tiempo a agresores sexuales, la excusa para recuperar el discurso más radical y demagógico, en el que se mezclan los ataques desmedidos contra los jueces, contra la oposición y contra todo el que se atreva a cuestionar a la ministra de Igualdad. El presidente del Gobierno teme la furia de Iglesias y por eso en este asunto, como en otras controvertidas cuestiones, ha optado por llamar a capítulo a los suyos y cerrar filas con un mensaje y con una estrategia morada que provoca sarpullidos a los silentes socialistas. Sánchez no ha enmendado los ataques a los jueces ni tampoco, hasta ahora, ha reaccionado contra la acusación de Montero al PP de que es un partido que instiga la «cultura de la violación».

El presidente y su equipo sólo tienen una obsesión en la cabeza en estos momentos, que es cómo salvar a Yolanda Díaz de la política destructiva de Pablo Iglesias. Todas las demás polémicas las ven transitorias, y sin los efectos dañinos que sí intuyen en ellas altos cargos del partido, e incluso algunos ministros. La obsesión de Moncloa se justifica en que están convencidos de que si miman a Yolanda Díaz pueden favorecer que la vicepresidenta sea la muleta que les sostenga en el Gobierno después de las próximas elecciones generales. Si Yolanda Díaz se hunde, las cifras no dan al PSOE para continuar en el poder porque son votos de izquierda que se perderían en la abstención antes de caer en el saco socialista. La crisis tiene tal envergadura que en realidad, a día de hoy, la convivencia ya sólo existe entre Sánchez y Díaz porque los demás puentes han sido dinamitados, y en el PSOE reniegan incluso de la decisión del jefe del Ejecutivo de haber dejado en manos de Podemos la cartera de Igualdad. Las presiones a Moncloa, no obstante, están condenadas al fracaso, porque por encima de todo Sánchez siempre situará la estabilidad formal de la coalición. La tesis de Moncloa es que si hay que romper, que sea Pablo Iglesias el que rompe y asume el coste de haberse cargado el experimento de gobierno conjunto. Desde el poder, resistir el cabreo interno es fácil, más aún siendo el que decide las listas y señala en las demás decisiones orgánicas. Ahora, si las elecciones generales dejaran al PSOE fuera del poder, el «sanchismo» tiene detrás tal ejército de cadáveres no enterrados bien que debería andarse con cuidado, aunque en el PSOE den por descontado que si el hoy presidente quisiera continuar como secretario general en la oposición, no habría quien le moviera la silla.