El análisis

Buenismo de casa bien

Con la mitad de la población en contra, la amnistía no solo no es moral, sino que además es una estupidez

Un niño observa la intervención telemática de Puigdemont en el mitin central del partido JxCAT, en Amer, Girona.
El expresident y líder de JxCat, Carles Puigdemont, sería el principal beneficiado por una amnistíaGlòria SánchezEuropa Press

Suelen ser gente de clase social elevada, lo cual explica que no les preocupe mucho la desigualdad. Al fin y al cabo, es lógico: si existiera una verdadera igualdad social se verían obligados a someter a examen ante el público su papel y su exacto lugar en la sociedad. Les oirán decir estos días cosas como que la amnistía es una necesidad democrática de toda España para seguir avanzando. La voluntad de quedar bien, de no quedar manchado por la indecencia moral de su patrocinio de la desigualdad les preocupa mucho. Por eso hacen unos tremendos ridículos intelectuales, construyendo los argumentos más traídos por lo pelos que imaginarse pueda para justificar lo que necesitan hacer por su propio interés. Como no son precisamente unas lumbreras, al final solo consiguen un conglomerado de argumentos falaces, los cuales no tienen ningún contacto con la realidad que claramente ven los ciudadanos de a pie, y que son fácilmente rebatibles.

Para que realmente se dieran las condiciones de que la amnistía fuera una necesidad para el país, en primer lugar no tendría que haber empate. En la transición era la inmensa mayoría quien quería una amnistía, no solo unos cuantos como ahora y no la querían solo por puro interés para retener el poder en una votación de investidura decisiva. Por tanto, el bien común, la necesidad colectiva, queda objetivamente descartada con el empate de las últimas elecciones. Con la mitad de la población en contra, la amnistía no solo no es moral, sino que además es una estupidez. Algo casi exactamente tan estúpido como haber querido declarar la independencia de un territorio con la mitad de la población de ese territorio en contra del proyecto. Dado que lo que conocemos de epidemiología nos indica que el cretinismo no se contagia simplemente a través del contacto de unas negociaciones para la investidura, cabe inferir que el problema en uno de los interlocutores es de hipocresía. Necesitan hacer algo indecente para sobrevivir y quieren hacerlo sin reconocerlo. En otras palabras: la desigualdad inducida es indecente y ellos quieren pasar por decentes. No deberían preocuparse tanto por esa apariencia de decencia. Cuando, de joven, mi generación vino a querer romper con el puritanismo sexual de los sacristanes, también a mis amigas que buscaban la libertad sexual las llamaban indecentes. La diferencia –la gran diferencia– es que a ellas no les preocupaba quedar bien. No eran hipócritas al respecto. Si lo que hacían se suponía que era pecado, reconocían que les gustaba.

Por todo esto, es enormemente razonable estar en contra de la de la amnistía, ya que nadie ha conseguido suministrar las pruebas necesarias y suficientes para demostrar que es una necesidad objetiva. Lo cabal, mientras no se demuestre su bondad necesaria, es estar en contra, dada la mancha de desigualdad antidemocrática que conlleva. Intentar hacer creer que esa manera de pensar (contraria a la amnistía), tan sensata y mesurada como otra cualquiera que se guíe por la prudencia, es indicativa de ser un fanático resulta intelectualmente ridículo. Por si fuera poco, en muchos de los discursos que sostienen esa supuesta necesidad democrática de la amnistía se pinta a sus contrarios como sectarios de la bandera española, vestidos como los tercios de Flandes y que, por el solo hecho de opinar mesuradamente, son esbirros de una monarquía en supuesta decadencia. Decir cosas así es no tener muchas luces. Yo, por ejemplo, no soy monárquico, pero esta amnistía en concreto me parece una injusticia. Y como yo hay muchos españoles. Quererlos satanizar es la peor de las indecencias. Y lo es porque la más repugnante de las indecencias es la intelectual. La honradez intelectual es algo que hemos de exigirle a cualquier cerebro sano. ¿Qué fantasmas ocultan estos argumentadores en su víscera pensante? Con enorme generosidad, vamos a llamarla cerebro solo en virtud de su ubicación. ¿Quieren perpetrar una injusticia? Háganlo. Hemos presenciado ya varias seguidas últimamente. Hemos visto incluso a energúmenos populistas apretándose los genitales desde palcos oficiales. Si desean que Moncloa se parezca al palco de Maradona tienen la posibilidad de ensayarlo. Pero no intenten justificaciones intelectuales para las que no están capacitados, ni piruetas dialécticas que acaban en sonoro trompazo.