Jorge Vilches
Frankenstein sonríe a Tamames
Nunca la solución a un problema interno puede ser a costa de la imagen de las instituciones.
El problema no es que Tamames no tenga razón, es que esta moción de censura no es seria. En una democracia liberal donde se guarda un respeto al espíritu y a la letra de la ley no se malbarata una figura constitucional como la moción. Esto es así especialmente cuando quien la presenta alega que la situación es mala y que urgen soluciones extremas. La respuesta, por tanto, debe estar en consonancia con el argumento, y no alegrar al censurado como va a ocurrir.
Vox tuvo la ocurrencia de la moción para ganar protagonismo en su oposición al sanchismo tras el fiasco en Andalucía y la espantada sonora de Macarena Olona. Se entiende, pero nunca la solución a un problema interno puede ser a costa de la imagen de las instituciones. No es patriótico ni responsable.
La victoria del PP de Moreno Bonilla por mayoría absoluta convirtió a Vox en irrelevante en Andalucía. La posibilidad de que esta solución se extendiera asustó mucho a los de Abascal. Si los populares se convertían en la opción más eficaz para echar al PSOE, el proyecto de Vox se iría por el sumidero.
Los «voxistas» empezaron a dar tumbos. Sacaron toda la artillería contra Feijóo para dar a entender que su PP era igual que el PSOE. «Solo queda Vox» repitieron de forma insistente en las redes con ese tono victimista y visionario tan cansino. Rocío Monasterio, a la desesperada, montó el numerito a Ayuso y se negó a aprobar los presupuestos autonómicos. La idea era mostrar la diferencia con el PP, recobrar pulso y que la gente no olvidara que Vox, en su opinión, guarda la esencia de la batalla cultural contra la izquierda.
En esta deriva, los «cabeza de huevo» de Vox tuvieron una «idea brillante». Para construir la imagen de que la verdadera confrontación es entre Sánchez y Abascal había que presentar un candidato «independiente». Así se oiría, pensaron, una «propuesta nacional» frente al sectarismo del presidente. Sondearon a varios políticos retirados, que se negaron, y luego surgió la ocurrencia por puro descarte. Quedó a la postre un plan tan absurdo que es difícil abordarlo con seriedad.
Pensemos una cosa: si Tamames pronunciara ese discurso filtrado con intención siendo diputado de Cs –que es lo que le pega–, Vox lo criticaría con dureza. No hay nada en la conferencia que nos va a propinar el catedrático que encaje con el ideario de la formación de Abascal. Me refiero a los ejes básicos de Vox: unidad nacional con el rechazo a las autonomías, el combate a la «ideología de género», y la cultura de la vida frente a la cultura de la muerte. El resto de cuestiones, como la ecología, no mueven hoy al electorado de Vox.
Tampoco va a presentar el candidato una «propuesta nacional», sino exclusivamente personal. Dirá que la situación en España es intolerable según su particular parecer, con el que muchos pueden coincidir, y pedirá elecciones anticipadas. Si ese discurso hubiera sido el resultado del consenso entre varias formaciones, como el PP, Vox, Cs, UPN y otros, y no el resumen del próximo libro de Tamames, todavía tendría sentido. Esa disociación entre la propuesta del candidato y el procedimiento y sentido de una moción; es más, entre el discurso de Tamames y el que hará Abascal, da una meridiana noción de la torpeza.
Mientras, los dirigentes del PSOE y de Podemos se disputan la gloria del día. Todos quieren lucirse en la respuesta a la moción. Unas piden protagonismo por ser mujeres, como Belarra y Montero, a pesar de que no saben definir a la mujer. Otros ya están preparando la batería de insultos y risotadas. Sánchez tendrá que contener su estilo parlamentario agresivo y burlón cuando se dirija a Tamames, y se soltará contra la oposición. Nos esperan dos días de esperpento general, y felices para Frankenstein
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