Rebeca Argudo
«El lejano recuerdo del 56» y otro estilo político
El debate de la moción de censura nos ha permitido comprobar la distancia que existe entre el nivel actual de la política y el deseable
Entraba en el hemiciclo Ramón Tamames, encantado, un poco Norma Desmond quizá, agarrado con una mano al bastón y con la otra, al ujier, saludando a todos: a los ministros que ya se encontraban allí y hasta a Rufián. Se sentaba junto al pasillo, en la segunda fila, justo detrás de la bancada azul, y empezaba el debate de la moción de censura con apenas unos minutos de retraso. Con envidiable paciencia y resignación, mucha más de la esperada y de la exigible, aguantaba Don Ramón: el discurso de Abascal (que empezaba atizando a la prensa al más puro estilo podemita), la réplica de Sánchez (con traje azul, no Klein, sino mono de trabajo, porque él es el pueblo), la contrarréplica de Abascal (que le señalaba el no haber contestado y hacer propaganda), la contracontrarréplica de Sánchez (persistiendo en lo suyo), la recontrarréplica de Abascal («ha vuelto a hacerlo, Señor Sánchez. Estaría bien que escuchase») y la requeterrecontrarréplica de Sánchez (que necesita tener la última palabra, como los niños mimados).
Más de dos horas y media después, por fin, era él quien tenía la palabra. Desde el escaño, con voz algo cansada pero segura, empezaba con «el lejano recuerdo del 56» de la llamada rebelión estudiantil de la que formó parte y por la que acabaría en la cárcel de Carabanchel, y de aquellos compañeros junto a los que «compartió retiro en prisión», cuando «se suspendió el llamado Fuero de los Españoles, y en aquel recinto carcelario quedamos marcados de por vida; en pro de trabajar por la libertad y la democracia».
Desde la tribuna le escuchaba precisamente, atento, uno de ellos, su amigo Sánchez Dragó, y su mujer, Carmen. Irene Montero masticaba chicle con la boca abierta, se estiraba el vestido (morado), se atusaba el pelo y miraba el móvil. A veces lo hacía todo a la vez. Ironizaba Tamames en algún momento con que «estarán todos algo cansados, pues no es la primera intervención» y aprovechaba para señalar que «hay que ser más breves», «no repetir argumentos» y tratar de no confundir conceptos. El discurso de Tamames fue un virtuoso ejercicio de contabilidad gubernativa en el que subyacía uno, agudo y certero, de contabilidad moral, la disección casi entomológica del hacer y el desfacer de Sánchez. «¿Tienen los problemas de España solución?», se preguntaba. «Sería importante no perder de vista cuándo se jodió España», se contestaba él mismo, arrancando alguna risa. Ni por respeto ha sido aplaudido su intervención por ni uno solo de los diputados que no pertenecen al grupo que presentaba la moción.
Hacía entonces Sánchez uso de su derecho a réplica y, como es marca de la casa, lo hacía de manera desmedida e indecorosa de la ausencia de límite en el tiempo. Una hora y cuarenta minutos de interminable perorata en la que incluso se ha permitido leer algún dato directamente de su móvil (un poco como si en un examen te soplaran desde fuera las respuestas), hablar a Abascal por persona interpuesta y atizar al PP. Le ha reprochado a Tamames haber dicho que España era una autocracia, pero ni siquiera lo había dicho: aparecía en el borrador que se filtró pero no en el discurso final y a alguien se le ha pasado tacharle esa línea al presidente.
"20 folios preparados..."
No ha podido resistirse el profesor y ha pedido la palabra, arrancando carcajadas con su espontáneo: «Que usted venga con un tocho de 20 folios preparados…». Y es que tampoco esta vez había réplica, sino propaganda y ataque: acababa de inventar Sánchez la moción de censura a la moción de censura.
Y fue después de esta intervención cuando hemos podido disfrutar de un Tamames en toda su grandeza, virtuoso en la réplica y la improvisación. Su voz ya no era débil ni temblorosa, era firme y rotunda. Su respuesta era rápida, ágil e inteligente, repreguntaba a Sánchez en todo lo que este había evitado responder (lengua española, sedición, malversación, corrupción…), citaba de memoria, a sus 90, a Goya, a Asimov o a Séneca. Bromeaba con envidiable buen humor con el filtrado de su discurso y la respuesta preparada de Sánchez, con los excesos de los tiempos. Hasta en la tribuna de periodistas estallaba algún aplauso entusiasta que ha sido acallado rápidamente por el ujier, que recordaba que no se nos permite hacerlo.
La moción, gracias a un Tamames libre e independiente, ya ha valido la pena, sea cual sea el (previsible) resultado: nos ha permitido comprobar la distancia entre el nivel actual de la política y el deseable. Y nos ha demostrado que este último es posible: lo hemos visto en cada una de sus intervenciones.
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