
Análisis
El PSOE, un partido en espera
El presidente ha activado la maquinaria por lo que pueda pasar, a la espera, una vez más de cómo se desarrollen los acontecimientos

El PSOE es un partido en espera. Nadie se mueve, todo está congelado. Pero las conjeturas corren como la pólvora. El secretario general, Pedro Sánchez, dice estar convencido de que no le estallará una caja B, porque nunca la habido.
Pero lo cierto es que a medida que se conocen detalles de la investigación de la Guardia Civil a José Luis Ábalos y al resto de trama Koldo, crece la inquietud. Todos quieren creerse al líder, pero también se creyeron a Santos Cerdán y, por el momento, les salió rana. Sánchez arrancó el curso, en septiembre, y metió la quinta de precampaña.
El presidente ha activado la maquinaria por lo que pueda pasar, a la espera, una vez más de cómo se desarrollen los acontecimientos. Pero sería absurdo negar que por dentro, quienes no comulgan con él, quieren moverse. El presidente de Castilla–La Mancha, el socialista Emiliano García–Page, es uno de ellos. En los últimos días ha incrementado su presencia mediática.
No quiere que nadie olvide que él es una voz distinta a la del aparato «sanchista» que querrá decir muchas cosas cuando llegue el momento. Mientras, se suceden comidas y los encuentros de la «vieja guardia», en las que se aborda qué pasará el partido cunado Sánchez no esté.
Pero tienen que esperar, porque Sánchez sigue. No solo eso, la mayoría de los socialistas de antaño no conocen la estructura actual del partido, completamente vertical y sin apenas contrapesos internos al poder del secretario general. Ya no hay corrientes críticas ni familias. Y no parece que eso vaya a cambiar.
El presidente perjura que volverá a ser el candidato en las próximas elecciones. El banquillo socialista está marcado por el jefe. Es él quien decide quién calienta en la banda, quién sale y quién entra. Y, de nuevo, será él y solo él quien gane o se estrelle. Las encuestas, pese a que todas le sacan de Moncloa por la suma de PP y Vox, sitúan al PSOE con un suelo de más de 100 escaños. Vox sube y eso es un problema para el PP, pero una oportunidad para Sánchez, que intenta replicar la estrategia que le permitió seguir a los mandos del país: el miedo a los ultras.
Aunque dentro del PSOE con amplios conocimientos demoscópicos avisa de que ese factor ya no contribuye tanto como antes a la movilización de los progresistas. El PSOE, en verdad, ha decidido tirar por la calle de en medio. Si hay escándalos que salpican al entorno del presidente, lo mejor es no hablar de ellos y centrarse en la acción de Gobierno. Moncloa quiere que la conversación pública gire alrededor de los temas de los que cree que puede sacar rédito: la guerra en Gaza, la confrontación con Donald Trump, el aborto, el 50 aniversario de la muerte de Franco.
En plata: la guerra cultural. Pero el futuro judicial se antoja complicado. Por delante, la mujer y el hermano de Sánchez, el fiscal general y las derivadas de la trama que campó por el Ministerio de Transportes a sus anchas. Todo el entorno, personal y político de Sánchez está acorralado. En el partido no olvidan que Ábalos y Santos Cerdán fueron las manos derechas del presidente por mucho que ahora les despachen blandiendo la firmeza con la que actuaron nada más trascender los casos. Y eso será, una vez más, lo que haga cuando acuda al Senado.
El presidente se sentará para explicar, en teoría, de dónde sale el dinero con el que su partido sufragó los gastos de representación que pagó en efectivo durante años a toda la dirección del partido y a quienes, como contó este diario, «tuvieran entidad» dentro de la organización.
Pero nada parece afectar al líder. Sánchez despachó el envite de Alberto Núñez Feijóo con desprecio. En el PSOE no temen que el líder vaya a salir mal parado de la cita en la Cámara Alta, confían en su capacidad para desactivar la ofensiva del PP. Pero, como dicen algunos socialistas, una cosa es un diputado del PP y otra los papeles de la UCO y de los juzgados. Y ahí es donde está la espera.
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