Jorge Vilches

Rodeados de estadistas

Legislar es difícil, y no se puede dejar en manos de ideólogos arrogantes

Irene Montero, Ministra de Igualdad y el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, durante la sesión de control al gobierno en el Congreso de los Diputados.
Irene Montero, Ministra de Igualdad y el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, durante la sesión de control al gobierno en el Congreso de los Diputados.Alberto R. RoldánLa Razón

Decía Harold Laski, un socialista de hace cien años, que para que una democracia parlamentaria funcione es necesario que los dos partidos que se disputan el poder tengan un universo político común. Trasladado esto al funcionamiento de un gobierno de coalición, y aplicado al caso español, el resultado es para echarse a llorar. Lo único que une al PSOE y a Podemos es el amor desenfrenado al poder y el odio a la derecha. No hay más.

Es la prueba de que la ruptura del bipartidismo, por muy imperfecto que fuera, no nos ha traído una mejor democracia. El gobierno de coalición no es ejemplo de convivencia, sino de mezquindad y egoísmo, de adanismo y negligencia. Lo vemos cada día. El Ejecutivo es una trifulca constante en la que cada parte calcula cómo hacer daño a la otra, o se quita de en medio para no mancharse, como Pedro Sánchez.

Este bodrio gubernamental es el resultado de haber repudiado lo que parecía «viejo», como los gobiernos monocolores y las mayorías absolutas. Nos machacaron con la falsa idea del progreso y la modernización pero su único objetivo era tomar el poder y mandar. Quisieron una democracia moral, y se han cargado el Estado de Derecho con sus leyes mal hechas. Legislar es difícil, y no se puede dejar en manos de ideólogos arrogantes.

El PSOE solo tiene un objetivo en lo que queda de legislatura: colocar a Sánchez en el ámbito internacional. Para eso necesita silenciar la bronca, centrar el conflicto en sus diferencias con la derecha, y que el presidente pose en reuniones extranjeras.

En su mentalidad gramsciana y bolivariana, Podemos no participa del Gobierno de España, sino que ha conquistado posiciones en la guerra. Por eso sus leyes tienen el objetivo de crear conflicto, no de resolver problemas. Podemos encuentra su fuerza en la lucha y el ruido. Sin visibilidad, piensan, no son nada. Tratan de marcar agenda, aunque apeste y se cobre víctimas, como en sus leyes estrellas del «solo sí es sí» y «Trans». Evacúan leyes para restregárselas en la cara a una parte de España. Más claro: no gobiernan, sino que hacen activismo.

La ruptura del gobierno, por tanto, no llegará a iniciativa de Podemos hasta que no sea aconsejable según su concepto de guerra política. Ahora, con la manija de las leyes en la mano, están en su mejor momento. Hasta Ione Belarra ha conseguido eclipsar a Yolanda Díaz, que pide algún tipo de protagonismo después de que la subida del salario mínimo haya pasado desapercibida.

Los podemitas tensarán la cuerda con el PSOE todo lo que puedan. Como diría ZP: «Nos conviene que haya tensión». La gobernanza importa un higo. A partir de aquí extremarán las diferencias en lo que más duele a Sánchez: las leyes ideológicas referidas al género, y la posición internacional. Cada norma aprobada es el resultado de una amenaza al PSOE, sobre todo desde que ERC y Bildu han declarado que su socio preferente es Podemos.

La gente de Pablo Iglesias, que es quien manda, apunta al flanco fuerte del partido socialista: el voto de las mujeres. Un torpedo en la línea de flotación de ese gran contenedor electoral del PSOE puede ser la perdición de Sánchez. Los podemitas han conseguido que esas votantes consideren que el presidente las está fallando.

El mismo sentido tiene la posición de Podemos con la guerra en Ucrania. Los podemitas piden que los ucranianos se rindan y cedan los territorios a Putin. Alegan que dar armas a Zelensky es belicista. Esta estrategia putinista es demoledora para un Sánchez acoplado a la pactada solución europea de ayuda militar. Pero un presidente enfrentado a sus ministros y que no hace crisis de gobierno es ridículo, y no podrá aprovechar la pasarela de la presidencia del Consejo Europeo. Quizá sea el momento elegido para romper, porque moleste la proyección internacional de Sánchez. Estamos rodeados de estadistas.