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Lola Flores: Mujer de poder que pudo contarlo
Se cumplen 25 años de la muerte de la artista
Hace 25 años que murió una de las mujeres más modernas y gitanas que ha tenido España. Lola Flores fue poderosa y sexual más que ninguna estrella del pop por muy provocadoramente que “perreen” y empoderada como una ministra. Aun siendo mestiza, además, era racial. Hija de payo y apenas nieta de gitano por parte de madre, Lola hizo germinar la fuerza telúrica de los genes calós como se hace en los tiempos modernos. Por voluntad.
¿Alguien tiene un “gitanómetro” a mano? Voluntad de vivir y también de narrarlo. Porque Lola Flores desfiló por el precipicio unas cuantas veces y no tuvo el menor problema en contar sus padecimientos con ánimo lorquiano, ya fuera violencia de género, sexual o pobreza. Primero, fue valiente por querer ser artista en los años 40 en España, cuando eso equivalía a una condena por el puritanismo: “Lolita Flores Ruiz. Imperio de Jerez. Bailes y canciones”, decía su primera tarjeta. Segundo, porque en el camino de serlo no se achantó ni con hombres ni mujeres y dispuso de su cuerpo como le vino en gana. Luchó mucho por “tablaos” de su tierra, se educó en el escenario, pero la cosa no daba lo suficiente y su familia vendió el bar que regentaba para ir a Madrid tras el sueño de Lola.
Ella tuvo un primer aborto del Niño Ricardo fruto de amores clandestinos. Juan Valderrama la conoció en Madrid, en la calle del Barco, cuando fue a hacer una prueba con el guitarrista. Sin embargo, no salió bien y separaron sus caminos. Ricardo se fue con Valderrama y Lola por su cuenta. Como dice Juan Ignacio García Garzón en la biografía de la artista (‘Lola Flores: el volcán y la brisa’), “tras ese amor contrariado, la estrella, con familia acuciada económicamente y tal vez secretamente despechada en asuntos del corazón, decide, con medida frialdad, a conciencia, de forma muy calculada, poner precio a su virtud para terminar de pasar apuros. Dejaba de ser una jovencita con ardores de pasión para hacerse, de golpe, una mujer que barajaba la cifra que podían alcanzar sus encantos si encontraba el postor adecuado”. De forma que lo sucedido con el Niño Ricardo, es decir, un embarazo no deseado, no se iba a volver a producir. “Al llegar a Madrid, recibí una invitación y acudí a un restaurante con un hombre que bebía los vientos por mí. Yo no estaba dispuesta a dejarme querer si no era por alguna compensación de dinero, eso lo tenía muy claro”, contó la artista después. Ese hombre, efectivamente, estaba loco por ella y era muy rico.
Por 50.000 pesetas
Se trataba de Adolfo Arenaza, un empresario de antigüedades que tenía mucha mano para conseguir que los curas de los pueblos le vendieran a buen precio las tallas, retablos e imágenes de sus iglesias en un momento en que nuestro patrimonio no gozaba de protección ni aprecio. Ella misma relató después cómo se vendió y lo hizo con la frente muy alta, en la miniserie ‘El coraje de vivir’ dirigida por su amigo Luis Sanz.
Arenaza llegó a ofrecerle todo. Los lujos y comodidades de su casa para que fuera a vivir con él, sus riquezas que eran bastantes, a cambio de que se quedara al servicio de sus instintos. Pero ella, hábil, le sacó 10.000 duros en metálico con los que rescatar a sus padres y devolverles el dinero de la venta del bar y la financiación de un espectáculo. Consiguió que Arenaza pagase a Manolo Caracol como acompañante del montaje.
En el programa para televisión, Lola también habló sobre su tóxica relación emocional con Caracol, su ídolo artístico y del que estaba ciegamente enamorada, y del trato violento que ejerció contra ella. Así que, antes de casarse con Antonio González Batista, El Pescaílla, tuvo una vida sentimental intensa, incluso con una relación pública y tumultusosa con un futbolista, Gerardo Coque, que dejó al Atlético de Madrid y a su mujer plantados por irse con la artista de gira por América. Lola Flores tenía aprendida la lección y se casó con el El Pescaílla cuando ya era millonaria. Seguramente, para no sentir jamás la dependencia que tuvo con Arenaza o Caracol, ya había sacado partido a su contrato para ser estrella de cine y triunfado en medio mundo como la Faraona.
Después, en la Transición, los tiempos no fueron fáciles para la copla. Ella se sobrepuso y recuerden lo que escribieron de su arte en el ‘New York Times’, en 1979: “No canta ni baila, pero no se la pierdan”. Le dijo a Jesús Quintero: “¿Sabes por qué yo estoy guapa? Porque el brillo de los ojos no se opera. Porque lo que sientes por dentro te sale a flor de piel. Cuando estás vacío o vacía, vives. Pero no te sale a flor de piel la belleza”. Una hermosura, la suya, por voluntad.
Su naturaleza dio momentos impagables (como cuando perdió un pendiente en directo y detuvo su actuación en televisión) y otros por los que pagó (cuando casi mendigó una peseta a cada español para sufragar su deuda con Hacienda) y por supuesto cuando nos pidió quererla de lejos en la boda de Lolita: “Si me queréis algo, irse” fue lo que dijo aunque en la memoria ese “algo” se haya diluido.
Después de luchar contra el cáncer nada menos que 25 años sin permitir que le amputasen un pecho, la enfermedad se la llevó dos semanas antes que a su hijo Antonio. Y le dejó el nombre artístico, como mujer moderna que era, a su familia. A su propia dinastía. Nada de ir en segundo lugar. Eso, con Lola no iba.
“Los políticos se sustituyen”
Durante su carrera, algunos reprocharon a Lola Flores que fuera complaciente con el régimen franquista, a lo que solía responder que ella, primero, cantaba en su país, que era España, y, segundo, que era solo “lolaflorista”.
Cantó ante Franco en La Granja (dicen que cada 18 de julio), pero también apoyó la huelga de actores en 1975 que puso en jaque al régimen e incluso pagó la fianza a Rocío Dúrcal que le evitó la cárcel. Joan Manuel Serrat recordaba que, en una ocasión, “tuve problemas con alguna gente con la que no coincidía y me defendió jugándose su prestigio”.
Lo cierto es que, con el tiempo, trató de eliminar la asociación que había entre ella y el franquismo por sentirse más segura para hacerlo y por convencimiento. Y nunca quiso acercarse a los políticos: “La tranquilidad que me queda es que los que me han hecho daño o los políticos que me han hecho daño, serán sustituidos. Yo no tengo sustituta. Yo me moriré siendo Lola Flores”.
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