Galapagar
El calvario de los vecinos de Iglesias y Montero: “Tienen hasta niñero para los perros”
«Aquí antes votaban poco a Iglesias, ahora nadie. Nos hacen sentir como unos delincuentes, todo el día pidiéndonos la documentación. Nos han fastidiado la vida», protestan los lugareños
La bienvenida a la Wisteria Lane de Podemos la da la Policía, algo muy diferente a lo que ocurría en la glamurosa zona residencial de las televisivas «Mujeres desesperadas». Aunque aquí tampoco faltan intrigas ni féminas al borde de un ataque de nervios. Eso sí, su motivo es otro. Nada más poner un pie en la vía pública de la urbanización de La Navata donde residen Pablo Iglesias e Irene Montero, dos agentes de paisano acuden hacia los viandantes para exigirles su documentación. Los vecinos que caminan por la calle observan con resignación «el paripé». «Estamos obligados a solicitar la documentación de todas las personas que pasan por la calle», dice un agente para después fotografiar el DNI y carnet de prensa de un servidor y el del fotógrafo que me acompaña. ¿Se lo piden a todo el mundo? «A eso ya no le podemos contestar, pero si le agradecería que me indicara el motivo de su presencia», dice el policía. «A eso tampoco le puedo responder, agente». Dicho lo cual y con el permiso de la autoridad, comenzamos a caminar por la idílica urbanización Riomonte mientras un grupo de niños juegan, corren y gritan en las inmediaciones de la vivienda del matrimonio de Podemos. «Luego dicen que les molesta cuando los vecinos ponen el himno de España, pero los gritos de estos chavales no», dice una vecina que pasea con su perro.
Dos años después de que el ex vicepresidente y la ministra de Igualdad se mudaran a este chalet de Galapagar, en la sierra norte de Madrid, y en medio de la campaña para las elecciones de la Comunidad de Madrid a las que Iglesias se presenta como candidato, LA RAZÓN visita este tranquilo enclave para testar la opinión de sus residentes ante los comicios y analizar cómo ha cambiado su apacible vida desde que estos políticos decidieron mudarse allí y con ellos, la revolución.
Justo enfrente de la casa del «marqués de Galapagar» (como ya han bautizado al líder morado) vive Isabel, que nos atiende mientras prepara la comida para confesar que lo que ha vivido durante estos años es una auténtica pesadilla: «Todo son inconvenientes, es un incordio tenerle aquí al lado. Llevo casi 30 años en esta casa y nunca lo había pasado tan mal. Cada dos por tres nos piden la documentación, si viene alguien a visitarle lo mismo le tienen retenido un rato hasta que confirman sus datos. Todo son problemas, así que con esta situación cómo va a haber alguien que quiera votarle, lo que queremos es que se vaya», dice la vecina. A ella también le han obligado a quitar la música que tenía puesta en su casa «porque molestaba al señor Iglesias, nunca en la vida me había ocurrido esto».
“El meadero, en su jardín”
Este es el sentir general de lo que podría denominarse el «front row» del Paseo de Riomonte, es decir la hilera de casas frente a la de Iglesias. En una de ellas está Ana Colinas, que limpia con determinación la vegetación indeseada de la acera: «Me tienen harta, no sé por qué no se quedó en Vallecas. Nos han puesto ahí enfrente la garita de la guardia civil que es horrible y, además, un urinario. ¿Te parece normal? ¿Por qué no mete el meadero en su jardín? Sinceramente no le queremos aquí, es un incordio, te diría que el 90% de los vecinos estamos hasta la coronilla. Nos hacen sentirnos unos delincuentes, siempre con la Policía encima por su culpa», relata la mujer.
De hecho, a su hijo en más de una ocasión, cuando va a visitarla le ponen pegas porque en su DNI no indica que esta es su residencia: «¡Pero si es la casa de sus padres! Me pongo mala, de verdad. La que tendría que vivir aquí es la Ayuso, con ella seguro que no tendríamos estos problemas», dice Ana, quien lamenta que, además, no les permitan poner la bandera de España en su casa: «Mi marido lo lleva fatal, como ves ningún vecino la tiene puesta y antes algunos la poníamos en el interior de nuestra finca, pero nada, ahora no nos dejan», protesta.
En lo que también coinciden los lugareños es en lo poco que se les ve a los «mandamases» de Podemos por la zona «y aun así la guerra que nos dan». «En alguna ocasión se les ha visto paseando por el campo, pero poco. A quien sí se les ve es a la niñera que cuida de los tres niños y al «niñero» de los tres perros que tienen. David, el encargado de los animales, suele sacarles con frecuencia y luego ayuda a su compañera con los tres hijos en los paseos con el carrito», nos cuenta J., otro vecino que nos pide que no publiquemos su nombre.
Él describe que en esta zona ya había pocos simpatizantes de Podemos antes de que llegara el matrimonio, «pero ahora muchos menos. Fíjate, uno de los vecinos de enfrente de su casa era del partido, de Podemos» y ahora es de Más Madrid, de hecho, cuando se separaron Iglesias y Errejón puso bien grande la pancarta durante unos días para que el otro lo viera, era curioso». Este hombre que pasea con sus perros asegura que su día a día se ha visto «totalmente alterado, hasta he tenido que sacar la basura escoltado por los agentes porque no te dejan que vayas solo, no sé qué pensarán que vamos a hacer. Todo esto que vivimos los que residimos cerca de su vivienda es un calvario, antes estábamos tan a gusto, en la naturaleza».
De hecho, muchos lamentan que ni Montero ni Iglesias hayan mandado una carta a los miembros de la comunidad de vecinos de esta urbanización, conformada por 110 chalets, para pedir disculpas por las molestias causadas: «No es que quiera que nos pidan perdón, pero sí que entiendan que nos han fastidiado».
“Ni han pedido disculpas por las molestias”
En una de las juntas que hubo en junio, cuando los residentes debatían sobre si abrir la piscina y cómo hacerlo respetando las medidas covid, este propietario quiso dejar constancia de su malestar: «No te creas que ellos se han personado en alguna ocasión, nada. Mandan a la mujer que vive en la casa que tienen a su derecha para que vote por ellos y así se ahorran las quejas». Y otra cosa añade este madrileño: «Esto es un no parar de ir y venir de coches oficiales y nos tienen abarrotada la calle. Por no hablar de las constantes obras que están haciendo. Desde que se mudaron no han parado, lo último que creo que han hecho ha sido la reforma del tejado y antes, el garaje. Han convertido esta zona en otra habitación y en una biblioteca. Lo que ocurre es que la casa no es muy grande y supongo que intentarán ganar espacio al máximo. Lo que sí es enorme es el jardín. De hecho, todos los jueves viene el jardinero a arreglárselo», añade.
Un poco más alejados del «punto caliente» de Riomonte, pero todavía en La Navata, Mercedes, que acaba de salir de hacer la compra en Supercor, donde nos cuenta que ha coincidido en varias ocasiones con los Iglesias-Montero, dice que «a mí no me han generado ningún problema. Viven enclaustrados en la casa porque si salen los vecinos se la lían y le acosan». Según ella, si les dejaran, harían vida normal: «Mira, de hecho ya han ido a visitar varias veces el colegio de La Navata para llevar a sus hijos, son gente como cualquiera», puntualiza. «¿Vecinos normales?», responde indignada Yolanda cuando le consultamos si comparte la opinión de esta vecina: «Con unos vecinos normales no se nos cortaría la calle cada dos por tres. Mi suegra, de 94 años, no podía ni pasar con el tacatá. Es indígnate», sentencia.
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