Jubileo
El cordón sanitario real a Meghan y Harry
Aunque han tomado partido en uno de los eventos más importantes para la Corona, la Misa de Acción de Gracias celebrada en honor a la reina Isabel II, fueron sentados en segunda fila. Reconciliación, sí, pero manteniendo las distancias
El servicio religioso que se celebró ayer en la Catedral de St. Paul por el Jubileo de Platino de Isabel II fue un concierto donde el artista principal brilló por su ausencia. A sus 96 años, la monarca canceló su asistencia al sufrir «algunas molestias». Pero, para qué engañarnos, todo el mundo estaba más pendiente de los teloneros: Harry y Meghan Markle. Los duques de Sussex –porque ya no son royals, pero conservan ciertos privilegios– protagonizaban su primera aparición estelar en el Reino Unido tras la polémica entrevista concedida el año pasado a Oprah Winfrey donde, entre otros titulares, acusaron a la Familia Real de racista y a Kate de hacer llorar a Meghan antes del día de su boda.
Había, por tanto, especial interés en ver cómo sería el reencuentro con los duques de Cambridge. Era la primera ocasión en la que «los cuatro fantásticos» –como se les llamaba en los días de gloria– coincidían en un mismo acto desde la fatídica misa en la Abadía de Westminster aquel 9 de marzo de 2020, uno de los momentos más incómodos que se recuerde en la historia reciente, con permiso de todos los escándalos que persiguieron a Lady Di.
Los Sussex ya habían comunicado públicamente en aquel momento que rompían sus vínculos con Palacio y la tensión se masticaba en el ambiente. Las caras de Guillermo y Kate eran todo un poema. Por un instante, los Windsor fueron como el resto de las familias mortales, incapaces de maquillar las desavenencias.
Había especial expectación por ver si aquella escena se repetiría. Sin embargo, la milimétrica coreografía de protocolo consiguió ayer evitar que los hermanos y las cuñadísimas tuvieran que cruzarse o siquiera mirarse porque fueron sentados en extremos opuestos.
Mientras que Kate y Guillermo ocuparon la primera fila como protagonistas, junto al heredero al trono, Carlos, y Camilla; los Sussex fueron sentados en segunda fila junto a las hijas del apestado príncipe Andrés, alejado de la vida pública tras el sonado escándalo de abusos sexuales que él siempre ha negado. Se suponía que Andrés –del que siempre han dicho es el hijo favorito de la soberana– iba a asistir a la ceremonia religiosa, pero un positivo en covid le obligó a cancelar cita. Nunca un test había sido más oportuno.
La segunda fila para Harry y Meghan tiene toda su metáfora. Pero tienen que asumir, al fin y al cabo, su nuevo rol.
Su llegada, eso sí, fue apoteósica. Al bajar del Rolls Royce –porque el bus que transportaba a sus primos parece que no les cuadraba– a ella se la vio especialmente nerviosa ante la reacción que pudiera tener el público. No hubo grandes abucheos, pero tampoco grandes aplausos. Aunque Meghan no dejó de lucir esa sonrisa de Hollywood tan perenne.
Y, por supuesto, en ningún momento se soltaron de la mano. Es algo que choca contra el protocolo y que, según dicen, desagrada completamente a la propia reina, sobre todo teniendo en cuenta que estaban dentro de un templo religioso. Pero para los Sussex nunca son suficientes todas las muestras de afecto que puedan intercambiarse en público.
Al terminar la ceremonia, fueron los grandes ausentes en la recepción que el alcalde de Londres ofreció luego en Guildhall. Se fueron corriendo a Frogmore Cottage, la gran casa en Windsor que la reina les regaló por su boda, la misma que fue reformada con 2.8 millones de libras pagadas con erario público para ser habitada tan solo unos meses. Tras el «divorcio» con la Familia Real, eso sí, tuvieron que devolver la cuantía.
Según la prensa, allí están alojados estos días junto a su hijo Archie –de 3 años– y la pequeña Lilibet, a la que pusieron en nombre en honor a Isabel II y la que nadie de la familia aún conoce. Es muy posible que la reina aproveche la ocasión para poder estar con su bisnieta porque no parece que vaya a participar ya en ninguno de los actos programados hasta el domingo. Pero que haya o no reunión con el resto de los Windsor es un misterio.
En definitiva, si ha habido algún tipo de acercamiento familiar con los Sussex ha sido a puerta cerrada. Y si las hostilidades continúan, al menos, no han ensombrecido el Jubileo. Ese era el gran objetivo que se había marcado Palacio: que nada de lo que digan o hagan pueda eclipsar a la monarca.
Pero incluso su «silencio» se ha convertido en noticia. La pareja no posó en el balcón de Buckingham el pasado viernes, pero fue invitada a ver el famoso desfile militar desde la antigua oficina del duque de Wellington con vistas a Horse Guards. Y allí fueron fotografiados jugando con las primas segundas pequeñas de Harry a las que cariñosamente les mandaban guardar silencio en medio de la ceremonia. ¿Mensaje oculto? ¿A nosotros también se nos ha dicho que no hablemos estos días? Quien quiera leer entre líneas, que lo haga. Las malas lenguas aseguran que en Buckingham se quiere mantener distancia porque cualquier contacto que tuvieran estos días podría ser utilizado para el documental que, según la prensa americana, están preparando sobre su vida con Netflix, cual Kardashian. La ansiada fumata blanca, por tanto, tendrá que esperar.
Boris Johnson, recibido entre grandes abucheos
El «premier» Boris Johnson tiene un problema con los trajes y los chaqués. Siempre da la sensación que le quedan grandes. Suman puntos a esa imagen caótica cuyo emblema inconfundible es una melena que alborota a propósito. El chaqué, sin embargo, pasó a un punto completamente secundario por los grandes abucheos con los que fue recibido a su llegada a la catedral de St. Paul. No es algo con lo que contara, a juzgar por la cara de asombro que no pudo ocultar al subir las grandes escalinatas acompañado de su mujer, Carrie, impoluta con un vestido rojo con tocado. La pareja se casó el año pasado en lo que supone el tercer matrimonio para el líder tory.
Johnson pensaba que iba a tener un respiro en medio de la presión que sufre por el escándalo del «Partygate». Pero quedó patente que los ciudadanos no le perdonan las fiestas celebradas en Downing Street en plena pandemia. Y la reacción del público no es algo que vaya a pasar desapercibido el Partido Conservador, que la próxima semana podría forzar una moción de confianza sobre su liderazgo. Lejos de dar carpetazo al asunto tras recibir una multa por parte de Scotland Yard al romper la normas –el primer jefe de Gobierno en la historia del Reino Unido en ser sancionado por violar la ley–, deberá enfrentarse ahora a una investigación por posible desacato. Y si se demuestra que mintió a Westminster, se podría forzar su dimisión.
Los problemas no quedan ahí. Los tabloides aseguran que su matrimonio con Carrie no pasa por su mejor momento. Durante el desfile militar del viernes, fue muy comentado su lenguaje corporal exento de cualquier muestra de afecto. Así que no fue casual que se dieran la mano ayer al entrar en la catedral.
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