Reina de corazones
Un «The Crown» con mantelería para Isabel Preysler
Estrena un documental en que el que late la esencia de la mujer que lleva décadas siendo portada de las revistas
Isabel Preyslernos cita en su casa para ver un adelanto del documental «Isabel Preysler . Mi Navidad» que estrenará Disney el próximo 5 de diciembre. Aunque en la residencia hay un cierto trasiego y los allí presentes nos ponemos a charlar como si no nos hubiéramos visto nunca, hay un silencio que se impone por encima del ruido. Pareciera que allí se habla en voz baja aunque se grite. Al cabo, estamos en un templo y vamos a observar lo que tiene que contar la sacerdotisa de la Prensa rosa. Uno fisgonea la firma del Miró que preside la sala, y la de otros grabados más que interesantes, hasta que aparece ella. Delgada, guapa, amable. Relajada. Está en su casa y acostumbrada a recibir. No habría nada de lo qué extrañarse. Dejad que estos niños se acerquen a mí. Y nos acercamos con el propósito confesado y no conseguido de atrapar el misterio de su figura. Tal vez el secreto esté en que no hay ningún misterio. Quién sabe.
Ha posado mucho para los fotógrafos pero no habíamos visto cómo se maneja Isabel Preysler en el formato que hizo popular al relevo, a su hija Tamara, o sea, el de la imagen en movimiento y, muy importante, la voz. De alguna manera, Isabel Preysler ha pasado de ser una estrella muda a una sonora, como en su momento Greta Garbo. En aquel Hollywood algunos actores tuvieron que dejar el cine. No le auguro lo mismo, más bien todo lo contrario.
Navidad nostálgica
La Navidad de Isabel Preysler, que es a lo que fuimos, es, en el fondo, la de todo el mundo, un momento en el que uno quiere ser feliz pero que, según pasa el tiempo, se vuelve cada vez más nostálgico, incluso triste, porque se da la puñetera casualidad de que hay personas que un día fueron el centro de la celebración y hoy no están. Por eso los anuncios de turrones pretenden hacernos llorar. Es un momento para el recuerdo. El de los hijos que se fueron. Y muy especialmente el de Miguel Boyer. Aquella relación, que fue una bomba mediática de dimensiones nucleares en la época, a lo Oppenheimer, supura todavía una historia de amor y es ahí donde uno siente que detrás de los maquillajes y los lujos existe una mujer tan fuerte como vulnerable, pues antes que esta película hubo otras cintas, caseras, que no cobran importancia hasta el que tiempo nos pone en nuestro sitio. Incluso a ella.
Uno imagina, por dejar volar la imaginación y confundir tal vez la realidad con el deseo, que este «Isabel Preysler. Mi Navidad», podría ser un piloto de un «The Crown» de Puerta de Hierro. Al cabo, Isabel es una reina en lo suyo y ha conseguido una saga que aguantaría más de una temporada. Lo malo aquí es que la protagonista no desea que se la conozca más allá de lo estrictamente necesario y si un alma no quiere ser descubierta permanecerá encerrada en su jaula de oro.
Uno se lleva la sensación de que hay dos cosas que pueden definir al personaje. Por un lado, esa nostalgia no esperada que la convierte en mortal por encima de hieratismos y superficialidades, y, espero, no hacer spoiler, el público tal vez no espera.
Las mantelerías
Estamos ante un personaje que muestra una medida intimidad. Y por otro, la importancia está en los detalles, las mantelerías. En un tiempo de usar y tirar en el que no es pecado de lesa humanidad usar el cubierto inapropiado o encargar servilletas de papel, un poco más monas, prero servileltas de papel al cabo, que luego hay mucho que limpiar, Isabel Preysler no defrauda da en la preparación de su Navidad. Ahí está el secreto, en que el común de los mortales come en casa como si estuviera en un episodio de «Juego de tronos». En ese sentido, Preysler es una extraterrestre que conserva un protocolo que al cabo es parte de su negocio.
Solo un detalle que tampoco revela el conjunto de lo que verán los espectadores pero que les reultará ilustrativo para mi teoría: las iniciales bordadas son otra concesión al paso del tiempo porque las que compartía con Julio Iglesias ya no están, las de Carlos Falcó tampoco. Al final, una servilleta nos lo deja claro: IP. Ella sola. Su marca no necesita de compañías. Porque Isabel Preysler es, en el guion y en la realidad, lo que esperas y lo que no. Tal vez el misterio esté en ese público que sigue escudriñando cada mueca para descubrirla.
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