
Crítica
La boda de Jeff y Lauren o el triunfo del lujo y la ostentación
Venecia ha sido el controvertido escenario del enlace del fundador de Amazon

Hace unos días, le propuse a un amigo fotoperiodista freelance oriundo de Vanecia, experto en cubrir la vida cultural y social del Véneto trufado con preciosos safaris fotográficos alimenticios, que me hiciera una crónica sobre la boda de Jeff Bezos y Lauren Sánchez para el suplemento EGOS que sale los sábados en este periódico. Mi idea era sencilla: que alguien desde el terreno relatara, con inteligencia crítica, ese espectáculo nupcial que durante días secuestró la laguna y los titulares. Pero me sorprendió su negativa. «Todo lo que quieren es una loa sin pensamiento. Discúlpame». Y no supe si hablaba de Bezos o de nosotros, pero entendí la advertencia. Así que aquí va el relato que él no quiso escribir, en homenaje a su negativa: sin censura, sin adulación, sin miedo.
Ayer domingo acabó la boda de las bodas con una exclusiva fiesta de pijamas, tras la ceremonia celebrada el viernes en la isla de San Giorgio Maggiore, donde casualmente reside mi amigo el fotoperiodista. Entre los invitados captados subiendo a los taxis acuáticos rumbo al festival de celebraciones estaban Oprah Winfrey, Gayle King, Leonardo Di Caprio, Kendall Jenner, Kris Jenner, Orlando Bloom, y Brooks Nader. Lo que ocurrió en Venecia en junio de 2025 no fue un enlace al uso: fue una exhibición de poder en plan boda medieval de alianzas entre reinos, una concentración de capital, una puesta en escena de la riqueza desbocada que ya no pretende ser elegante, ni simbólica, ni siquiera alegre. Una celebración en la que lo importante no fue el amor, ni la unión, ni la belleza, sino el precio de todo. El evento duró cuatro días y costó, según estimaciones, entre 46 y 76 millones de dólares. Esa cifra no incluye el yate con el que llegaron, el «Koru», una embarcación de 500 millones de dólares que flota por el Adriático como si el océano fuera un escaparate Disney. Tampoco contempla las donaciones «filantrópicas», que se hicieron.

Bezos desembolsó 3 millones de euros para restauraciones culturales en Venecia, más otro millón extra para ONG locales. Un gesto que sería noble si no fuese una propina equivalente al 0,0017 % de su fortuna, una cifra ínfima si se compara con lo que gastó en flores. Porque sí: la floristería y decoración costó entre 1 y 3 millones de dólares. El vestido de la novia, firmado por Dolce & Gabbana, rondó el millón de euros, al que se sumaron otros 20 atuendos de alta costura, pendientes y collares valorados entre 3 y 5 millones de dólares, y un anillo con un diamante rosa de 20 a 30 quilates, que costó al menos 2,5 millones. Un diamante que ni siquiera brillaba más que los flashes del séquito de fotógrafos , por el que pagaron hasta medio millón de dólares solo en grabación y posproducción.

Para alojar a sus invitados, Bezos alquiló cinco hoteles de lujo enteros. Más de 90 aviones privados aterrizaron en el aeropuerto Marco Polo durante esos días, mientras una flotilla de 30 taxis acuáticos recorría los canales como si de góndolas para millonarios se tratara. En vez de romanticismo veneciano, lo que se respiraba era dióxido de carbono y perfume de diseñador.
Marcar territorio con billetes
Y por si fuera poco, la celebración incluyó entretenimiento musical de lujo (se rumorea que durante estos días han cantado Lady Gaga, Beyoncé y ¡carajo!no han resucitado a Queen o a John Lennon de milagro), con un presupuesto que osciló entre 3 y 5 millones de dólares, más otro millón para el catering. Todo tenía una etiqueta, un precio, un sponsor implícito. No se trataba de amar o ser amados: se trataba de marcar territorio con billetes. El gobernador del Véneto, Luca Zaia, lo resumió con entusiasmo: «Un regalo para Italia». Esa frase condensa el estado actual de las cosas. En un país con más de dos millones de pobres absolutos, donde los jóvenes emigran por falta de oportunidades, la llegada de Bezos fue tratada como una bendición. Pero ¿qué tipo de bendición necesita una ciudad como Venecia? ¿Otra demostración de que puede ser alquilada por millonarios?
Nada de esto niega su derecho a casarse como quieran. Pero sí cuestiona la necesidad de convertirlo en una performance de dominación. En una época marcada por el colapso ecológico, las desigualdades y la fragilidad democrática, un espectáculo así no puede leerse como neutral. Es un mensaje que dice: «Podemos hacer lo que queramos, dónde queramos, con quién queramos. Porque tenemos más que tú. Porque este mundo es nuestro». Mi amigo tenía razón: no hacía falta una crónica, hacía falta una crítica. Aquí está.
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