Aniversario
Carmen Cervera: «Después del barón Thyssen, no he vuelto a amar a ningún hombre»
«Tengo una inquietud sin límites», afirma la baronesa Thyssen que cumple 80 años. La mujer que triunfó en Hollywood y vive sin remilgo aristocrático por y para el arte, abre su corazón a LA RAZÓN, en exclusiva
Si un profano tuviera que vestir a Carmen Cervera, acertaría con la seda. Elegante, natural, resistente, tenaz y nada resbaladiza. Habría que buscar la luminosidad del blanco puro para acentuar la alegría del rojo de Kandinsky, el amarillo del mango de «Mata mua», su cuadro preferido, o el bailoteo de colores de un atardecer en Mas Mañanas, su paraíso particular en San Feliú de Guixols. Aquí, por cierto, vimos a su hijo Borja echar los dientes, hace más de cuatro décadas. El tiempo huye.
La baronesa Thyssen cumple 80 años y atiende a LA RAZÓN con su afabilidad habitual, a pesar de que las preguntas se desbordan. «Estoy bien –avanza–, contenta de cumplir años, con la serenidad que da la perspectiva del tiempo vivido y las experiencias acumuladas». Estampar su viaje vital en unas líneas es tan complicado como tratar de visitar el museo Thyssen en tres cuartos de hora. Sólo el citado y emblemático «Mata mua» exigiría una jornada completa, sobre todo porque su destino final, el palacio madrileño de Vistahermosa, simboliza el temperamento de esta mujer y la pasión que le pone a todo cuanto emprende. «Tengo una inquietud sin límites, ganas de trabajar y la ilusión de seguir creando e imaginando», justifica.
Si hojeamos las revistas sabremos mucho de ella, pero siempre nos quedaremos en lo superficial. Fue desinhibida en los decentes años setenta. En los noventa, con turbante y bañador o con diseños de alta costura, nos retrató los veranos marbellíes, cuando todo se hacía en demasía. Come sano y con moderación, aunque no se priva de una mariscada si la compañía es buena.
Vive sin remilgo aristocrático y es de admirar la gracia con la que combina un exquisito satén con sus renombradas gomas de pelo o «scrunchies», si nos ponemos encopetados. Sonríe cuando lee eso de que prescinde de las peluquerías, más cuando se insinúa que obedece a una especie de yuyu o aprensión supersticiosa. Fue la quinta esposa del actor Lex Barker y la quinta del barón Thyssen. Con el primero se casó en Ginebra, el 6 de marzo de 1965, y vistió un vestido de Pedro Rodríguez, amigo de Cristóbal Balenciaga. Ella tenía 22 años y él, 46. Pudo codearse con las estrellas de la época dorada de Hollywood: Rock Hudson, Frank Sinatra o Cary Grant. Lex falleció de un ataque al corazón ocho años después. De 1975 a 1978 vivió un desafortunado matrimonio con Espartaco Santoni, un productor venezolano con fama de donjuán. Tita afirmó que fue nulo porque él nunca se separó de su esposa.
«Sus ojos lo dijeron todo»
Cuando conoció al barón Hans Heinrich von Thyssen, había cumplido 40 años y él, 60. Hubo flechazo y se convirtió en su gran amor, el definitivo. «No hubo palabras: los ojos lo dijeron todo. Algo me llevó a intuir que la felicidad que busqué a lo largo de mi vida podía estar al alcance de mi mano», confesó Henri en sus memorias. La boda se celebró el 16 de agosto de 1985. Esta vez Tita vistió un traje rosa y blanco de la colección de alta costura de Balmain y tuvo como padrino a Luis Gómez-Acebo, marido de la Infanta Pilar.
El 27 de abril de 2002, el barón falleció de forma repentina a causa de una insuficiencia cardiorrespiratoria. Han pasado 21 años y sigue siendo el amor de su vida: «Amo mucho y con intensidad siempre, a mis hijos, a mis amigos, al arte y a la vida. A una nueva pareja, no. Una vez que falleció, lógicamente ese amor se hizo más espiritual y por ello diferente, pero no quiere decir que se rebaje, ni mucho menos que desaparezca», detalla con voz clara.
Por muchos detalles que desvele, la baronesa es reservada y domina su propio cosmos impenetrable. ¿Cómo lo equilibra con el interés mediático? «He intentado siempre comprender y respetar el trabajo de periodistas y medios de comunicación, pero a la vez quiero preservar espacios necesarios de intimidad y discreción», responde. Sus líneas rojas son conocidas y, como dice, «tienen que ver con todo aquello que afecta a lo más íntimo y personal que todo ser humano tenemos, si bien puede ser mutable según los momentos y circunstancias que nos tocan vivir». En esa tesitura, entre el silencio y la cortesía, se mueve ahora que el nacimiento de Ana Sandra, la nieta de Ana Obregón, ha vuelto las miradas a ella. En 2006, nacieron sus hijas mellizas, Carmen y Sabina, por gestación subrogada y la paternidad nunca ha dejado de ser motivo de dimes y diretes que se han reavivado en las últimas semanas. «Lo importante –opina– es proteger y cuidar la nueva vida que ha nacido y estoy segura de que Ana le dará toda la felicidad que necesite».
Tener hijos como se desea
En cuanto a conjeturas y enjuiciamientos, piensa que «a veces no somos conscientes del sufrimiento y trascendencia que esos juicios pueden provocar y de la injusticia que generan. Deberíamos esforzarnos en juzgar menos y comprender más».
La baronesa fue también madre soltera de su hijo Borja y solo reveló la paternidad, Manolo Segura, al cabo de los años. «Una debe tener un hijo cuando lo desee», confesó entonces. Fue adoptado por el barón Thyssen, dejándole una espléndida herencia y un legado que trasciende lo económico, motivo de algunos conflictos. La baronesa entiende el arte tal y como lo vivió con su marido, desde una dimensión espiritual y confiando en su capacidad para mejorar al ser humano. Es el empeño que ha inculcado a sus tres hijos y la principal herencia que quiere transmitir. Lo explica con entusiasmo, firmeza y absoluta confianza: «Borja es ya un buen coleccionista con grandes cualidades para el arte. Las niñas están en proceso de aprendizaje. Sabina en concreto tiene muy buenas aptitudes con todo lo artístico.
Carmen es estudiosa y tenaz. Espero que todos quieran y disfruten con el arte y la cultura». Por encima de todo, le importa «que valoren la necesidad del esfuerzo para conseguir los objetivos que se propongan, la honorabilidad en sus comportamientos y el respeto hacia todo aquel que encuentren en su camino». Si le dejan pedir un deseo por su cumpleaños, Tita lo tiene claro: «Creo que nos vendría bien a todos mayores dosis de generosidad y recuperar principios y valores que han sido fundamentales en nuestra historia para el progreso de las sociedades y de las personas», reflexiona.
Se siente afortunada de llegar hasta aquí con familia y amigos con lealtad, sinceridad y decencia. «Cualidades que para mí son importantes», destaca. Habrá celebración familiar y quizá en la intimidad llore de emoción al abrir su álbum biográfico. «Es verdad –reflexiona– que la vida ha sido generosa conmigo, pero también han existido momentos duros, sacrificios y fracasos, sí también fracasos. Pero cada noche, cuando mi casa está en calma y ha terminado la jornada, doy gracias a Dios por ese día, por las cosas buenas que he disfrutado a lo largo de mi vida y de lo que me han enseñado las no tan buenas».
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