DEP

Laurita, una más de la familia

"Se nos ha ido la chica lista y tenaz de sonrisa impagable que no dejó escapar ningún tren porque siempre estuvo en la estación"

Por mucho que me esfuerce, no encuentro en mi memoria una salida de tono o una confesión más o menos escandalosa de Laurita Valenzuela (la conocí cuando todavía era Laurita). Tampoco recuerdo que hablara mal de nadie jamás y, lo más difícil en este país lenguaraz y siempre entretenido en murmuraciones, que nadie hablara mal de ella. No jugó en la liga de las maledicencias ni de los secretos envenenados que corrían en voz baja en la noche golfa de Madrid como gran divertimento. “¿Sabes? Eres sor Laura”, le dije una ve en coña. “No me conocéis”, respondió. Es posible, pero eso es algo que ya no tiene remedio: quizá todos nos morimos siendo unos perfectos desconocidos.

Cuando iba a entrevistar a la mujer que hacía ganchillo sabía que no me iba a regalar un gran titular. Primero fue la hija deseada, luego la esposa ideal y después la madre perfecta, y creo que se sentía cómoda encerrada en ese cliché. “Es lo que soy o lo que quisiera ser: una más de la familia”. “¿Y si un día guión exigiera que te desnudaras?” “No lo aceptaría. Es algo que no me gusta a mí y que no le gusta a mi marido. Y además, en la mayoría de los casos del cine actual, el guión no lo exige; lo exigen el productor, el director, la cosa comercial, ya sabes”.

​Soñó con ser médico, pero la carrera era demasiado larga y en la familia no había dinero para tanto. Sentía aversión a las matemáticas, fue secretaria y archivera, dominaba el francés, pero a los 21años tenía lo que entonces consideraban unas medidas de escándalo (89-64-90) y era alta. Aunque ella se viera “larguirucha, flaca y desgarbada”, alcanzó las pasarelas y como modelo ganaba, a principios de los 50, 1.500 pesetas al mes. Ya estaba en la estación, pero el tren que cambió definitivamente su vida fue cuando en una fiesta conoció al actor José Luis Ozores y este le dijo: “¿Por qué no pruebas en la televisión?”. “¿Y eso qué es?”, preguntó ella. Empezaban las emisiones en pruebas.

​A Laura le gustaba recordar aquellos viejos tiempos en blanco y negro, cuando hizo un casting en el Paseo de la Habana y el bailarín al que tenía que presentar se cayó en medio de la actuación y ella salió del paso improvisando con naturalidad. Tenía una sonrisa impagable, dijeron, pero la naciente TVE pagaba muy poco: 300 pesetas al mes. “Los directivos—me contaba—se inventaron un plus y me pagaban 40 duros más como afinadora de pianos, y no hace falta que te diga que yo no he afinado un piano en mi vida”. También le divertía contar las muchas veces que barrió el plató con Jesús Álvarez. “Éramos cuatro gatos”.

Laura Valenzuela
Laura Valenzuelalarazon

​Era sexy dentro de un orden, sin molestar al mujerío de entonces que tomaba el té con pastas en Embassy, a las devotas esposas de los prebostes del franquismo siempre dispuestas a denunciar un escote excesivo o una pierna fuera de lugar. “Yo siempre he sido atractiva dentro de un orden”, decía Laura sonriendo, coqueta. Cuando José Luis Dibildos, productor y guionista, la llamó para contratarla, ese día, maldita sea, no estaba su secretaria en la oficina. “Tendrás que volver mañana”, le dijo. “Ni hablar—dijo Laura poniéndose a la máquina de escribir—, dícteme usted lo que sea”. Y así firmó para varias películas, sin esperar, no fuera que la ocasión se malograra.

​Ese fue su segundo tren. El tercero llegó, al trantrán, cuando Dibildos se enamoró de ella. “No fue un flechazo—me contaba—, nos fuimos gustando poco a poco”. Como su abuela le había dicho que se cuecen los matrimonios para toda la vida. Él le dejó claro que no tenía ninguna intención de casarse. “Yo le contesté que muy bien, pero ya caerás, me dije para mí misma”. Cayó tras un aparatoso accidente de coche camino de Marbella. José Luis estuvo un año convaleciente y, después de ver cerca la muerte, no pudo negarse a la insistente petición de matrimonio de Laura después de trece años de noviazgo. Hubo ultimátum: “O te casas o se acabó”. Además, la actriz y presentadora ya estaba embarazada de tres meses: se casaron en marzo del 71 y en septiembre nacía Lara.

​Su vida de casada no fue “La historia de O”, creo: Dibildos era un noctámbulo empedernido que trabajaba toda la noche escribiendo y leyendo guiones junto a su inseparable “Mus”, su cocker, fumando y aislado en el ático de la casa. Se acostaba a las siete de la mañana y se levantaba a las tres de la tarde, más o menos. Sólo se veían durante el día, y poco, algo que algunas mujeres escasamente apasionadas hubieran considerado el ideal para una vida conyugal libre, larga y sosegada, no sé si feliz. Mas no faltaron quebrantos: el cáncer de tiroides de Lara, la muerte de José Luis (un infarto, algo poco apropiado en el hombre tranquilo que era, impasible hasta en sus noches de casino sentado a la ruleta) y luego, el cáncer de mama de ella. Se operó en Houston, y cuando los médicos le comunicaron que no había metástasis, se fue a un restaurante español a homenajearse con unos callos.

​En fin, se nos ha ido Laurita, la chica lista y tenaz de sonrisa impagable queno dejó escapar ningún tren porque siempre estuvo en la estación. Una más de la familia, sí