Soria ¡Ya!
Ángel Ceña, el “Floridablanca de Soria”, enamorado y colchonero
El líder de Soria Ya lleva una vida corriente: «Amo lo sencillo: gimnasio, lectura, cine, familia y cenas con los amigos»
Tiene dos tías solteras a las que esto de que el sobrino se presentase a las Cortes de Castilla y León les dejó algo intranquilas. «¡Ay, Ángel! Con lo inmensamente tranquilo que vives, ¿qué necesidad tienes?», cuenta que le dijeron. Ángel Ceña, líder de Soria ¡Ya! y desde ahora nuevo procurador, atiende a LA RAZÓN y tratamos de descubrir su perfil más personal. Al escucharle, imaginamos a las enlutadas mujeres de devoción santurrónica de esa Soria mística de Machado, caminando cuando el sol va declinando hacia su rosario.
Soria sigue siendo la tierra gélida en la que el poeta aprendió a sentir a Castilla, «que es la manera más directa de sentir a España», la misma en la que repartía aprobados, aprobadillos y aprobadejos entre sus alumnos, nunca menos. Ceña hace en ella malabares en medio de los que achuchan por entrar y los que no quieren salir. Las tías no vuelven de su asombro viéndole rodeado de cámaras y micrófonos a todas horas, pero les convence su discurso: «Si al final no lo hace nadie, esto se queda sin hacer».
Cuatro de cada diez sorianos le dieron su respaldo en las urnas. La ciudad está más bulliciosa que de costumbre y los bares se alborotan con tertulias. Él apenas ha tenido tiempo de digerir tanta adrenalina. Habla un lenguaje sencillo y espontáneo, tan sobrio que a algunos les resulta desaborido. Pero su pensamiento es profundo. Dice que mantiene una visión romántica e ilusionista de la política: «Al estilo del mundo ilustrado, con reformas, reestructuración y modernización». Uno de sus referentes es Floridablanca, un hombre hecho a sí mismo comprometido con la monarquía y los ciudadanos. Y advierte: «No me gusta la confrontación ni la soberbia. Es lo único que puede sacar el lado áspero de mi carácter».
Tiene 54 años y ejerce como funcionario del Cuerpo Superior. Es un hombre menudo y viste vaqueros y camisa. Discretamente elegante, prudentemente feliz, exasperadamente comedido. Ha hecho de la naturalidad el complemento de su política. Una vez terminados sus estudios en los escolapios de Soria y el Instituto Antonio Machado, se licenció en Derecho y en Historia por la Universidad de Valladolid. «En esa etapa conocí a mi mujer, Teresa, con la que llevo 27 años de matrimonio. No hemos tenido hijos, pero sí diez sobrinos a los que amo y malcrío. Todos están viviendo con emoción estos días», dice sonriente.
Horario de funcionario
Es el segundo de cuatro hermanos, aunque la hermana que le sigue falleció. También su padre murió hace ocho años y asegura que, igual que a las tías, le habría costado entender por qué este giro vital. Se levanta a las 6:30, tiene horario de funcionario y su vida transcurre corriente: «Amo lo sencillo: gimnasio, lectura, cine, familia, paseos por el monte con mi mujer y alguna cena con amigos. Me agrada leer a Lorenzo Silva o Pérez-Reverte y estoy enganchado a Andrea Camilleri desde que descubrí su particular sentido del humor, una cualidad que echo en falta en la política española». También le gusta el fútbol y se confiesa colchonero y numantino. «Cuando el Atlético llega a la final en la Champions, me gusta ir al estadio, pero no me considero fanático», asegura.
En la mesa es el comensal perfecto y reconoce que su suegra está encantada: «Me gustan todos los platos que prepara. Disfruto igual con unos huevos fritos que con un menú con estrella Michelin». ¿Y algún defectillo? «Sí, claro –responde–. Soy incapaz de arreglar chapuzas en casa». Las urnas han dado un vuelco a esa apacibilidad. Lo intuyó la noche en la que arrancó su campaña en el frontón de Arenillas, con la tradicional pegada de carteles. En política nadie le esperaba y ha llegado, tomando a su autor de cabecera Pérez Reverte en «La reina del Sur», «de pronto, no con estruendo, ni con señales importantes que lo anuncian, sino deslizándose imperceptible, del mismo modo que podría no llegar». Ni siquiera ha tenido tiempo de tomar aliento, pero ha descubierto algo de sí mismo: «Soy mucho más sociable de lo que imaginaba». Aunque aún no conoce la impostura, según pasan los días se va desprendiendo de modestia y de ese carácter sobrio y cabal tan castellano. Se expresa con más agudeza, pero sin dejar que lo esencial se le vaya de las manos.
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