Segunda vuelta
Perú elige entre su pasado de corrupción y el miedo al socialismo radical
Keiko Fujimori, acusada por la Fiscalía, y Pedro Castillo, un maestro de izquierdas, se disputan la presidencia peruana
Entre Guatemala y guatepeor. Esa parece ser la disyuntiva para los 25 millones de peruanos llamados a las urnas en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del domingo.
Perú, hastiado por años de corrupción e inestabilidad política, y castigado por la pandemia como pocos, con la mayor tasa de mortalidad reconocida del mundo, cuenta las horas ante una votación que se presenta de lo más apretada.
Por un lado, Pedro Castillo, candidato del partido Perú Libre, que se autodefine como marxista-leninista. Castillo es un maestro de escuela rural del empobrecido departamento de Cajamarca que dio la gran sorpresa en la primera vuelta al convertirse en el candidato más votado cuando no figuraba en ninguna apuesta.
De Castillo se conocía hasta entonces poco más que su papel como sindicalista en una huelga de docentes de 2017, pero en las últimas semanas las encuestas le han situado como el probable próximo presidente de Perú.
Por el otro, Keiko Fujimori, veterana de la convulsa política peruana y heredera del controvertido legado del fujimorismo. Acusada formalmente de corrupción por la Fiscalía, que pide para ella 30 años de cárcel por financiar ilegalmente a su partido con dinero de la constructora brasileña Odebrecht, Keiko se ha convertido en la inesperada última esperanza para los muchos peruanos que temen que una victoria de Castillo empujaría a su país por la senda ruinosa del comunismo que tan bien conocen otros países en la región, como Venezuela o Cuba.
La ventaja de Castillo parece haberse reducido en la última semana de campaña, quizá por ese temor, azuzado a conciencia por la campaña de Fujimori, y los sondeos indican que 5 millones de indecisos tendrán la clave de la victoria. En un país donde el voto es obligatorio, muchos votarán sin entusiasmo.
“Será un final de fotografía que nos retrata como país en crisis”, opina en su columna semanal el periodista César Hildebrandt. “Hay que elegir entre la heredera de una mafia de asesinos y ladrones y el representante de una izquierda primordial que no sabe hasta hoy qué programa de gobierno será el definitivo en caso de llegar a palacio”, añade.
La candidata Fujimori no ha dudado en acusar a su rival de vínculos con el terrorismo de Sendero Luminoso, que dejó cerca de 70.000 muertos y un trauma aún no resuelto en Perú. Aunque no ha presentado pruebas, la creciente crispación y lo incierto del resultado han elevado la tensión hasta extremos inusitados en Perú, hasta el punto de que en los últimos días han circulado en las redes sociales supuestas irregularidades no probadas al estilo de las que alentó Donald Trump en Estados Unidos, y nadie descarta que el candidato menos votado se niegue a reconocer su derrota, un escenario al que los peruanos están poco acostumbrados
El experto español Luis Martínez-Betanzos, observador electoral de Naciones Unidas, le dijo al diario “El Comercio”, que “nunca se había visto tanta desinformación en Perú”, en su opinión, un intento de “erosión a la credibilidad” de unos organismos electorales que se cuentan entre los más fiables de América Latina.
Castillo se ha esmerado en el cierre de la campaña por convencer al electorado urbano, el que más teme a una posible deriva radical, de que no llevará a Perú por la vía del socialismo autoritario de Venezuela. Pero sus propuestas recuerdan mucho a las que llevaron a Hugo Chávez al poder allí. Entre ellas, la elaboración de una nueva Constitución y “recuperar la riqueza” nacional, a su juicio ilegítimamente explotadas por las multinacionales.
“Catástrofe para Perú”
La mayoría de los medios locales y muchos empresarios no se creen sus promesas de moderación. “Un gobierno de Castillo podría ser catastrófico para el Perú”, comenta el analista Jaime De Althaus.
El miedo a un hipotético giro al comunismo con Castillo le ha granjeado a la desacreditada Keiko apoyos impensables hasta hace poco, como el del premio Nobel Mario Vargas Llosa, durante años detractor frontal del fujimorismo, que pidió el voto para ella como “mal menor”.
Y, sin embargo, el inesperado frente común de los círculos intelectuales, políticos y empresariales en torno a Keiko podría tener el efecto contrario al deseado. “Fue demasiado descarado esta vez como todos se pusieron detrás de Keiko para frenar a Castillo”, comenta Mariana Risco, una estudiante de Lima. Para muchos peruanos, sobre todo en el Perú más rural y deprimido, el descrédito del clan Fujimori es mucho mayor que el temor a la incógnita que representa Castillo.
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