Jerusalén
El fenómeno integrista de las “judías talibán”
Un barrio de Jerusalén aglutina a un colectivo fundamentalista de mujeres que visten con burka y siguen normas severas
En pleno corazón de Jerusalén, jóvenes laicos disfrutan de pintas de cervezas internacionales en el mítico pub musical «Hataklit» (el disco). Al girar la esquina, un local con la bandera arcoíris atrae a los jóvenes de la comunidad LGTBI, pulmón de libertad en una ciudad mayormente tradicionalista. Pero caminando apenas dos minutos, al cruzar la calle Ha’nevim, el transeúnte se sumerge en un universo paralelo. A la entrada del barrio ultraortodoxo de Mea Shearim, se colocan vallas a la entrada del Sabbat, el día de descanso judío. Los miles de jaredim –temerosos de Dios–, apuran el viernes al medio día a hacer las últimas compras.
Entre ellos, destaca un llamativo colectivo: mujeres cubiertas absolutamente de pies a cabeza, con velos cubriendo sus rostros y un burka corporal de color negro. Se las conoce como las «judías talibanes». «Los mandamientos de las mujeres son especiales. Rezar, o ser bondadosos, es de hombres y mujeres, pero la modestia es algo más nuestro», contaba bajo anonimato al medio Ynet una integrante de la conocida como «Secta del Burqa Jaredí». Se trata de una minoría incomprendida y discriminada en Israel, que despierta recelo incluso dentro de ciertos sectores ultraortodoxos, proclives a un precavido aperturismo a la vida moderna.
En los accesos a Mea Shearim, vistosos carteles en blanco y negro advierten: «no entren al barrio con vestimenta inmodesta». Aquí viven los sectores más extremistas de la ortodoxia judía, que defienden postulados abiertamente antisionistas. Cuando Israel celebra su «Día de la Independencia», son habituales las quemas de banderas nacionales: defienden que los judíos tendrán derecho de vivir en esta tierra solamente cuando el Mesías descienda del más allá.
La reportera Ariela Shtrenbaj se infiltró en el seno de esta comunidad bunkerizada. «Me abrieron sus puertas y corazones, y descubrí un mundo oscuro y retorcido», apuntó en su investigación. La protagonista del video reportaje cuenta que es una tendencia relativamente nueva. Su madre fue de las primeras en ir totalmente cubierta por las calles de la ciudad santa, y la miraban mal por tapar a sus hijas. «Yo me cubro así incluso para ir a dormir. Está escrito: así los niños serán más bondadosos, y obtendremos mayores logros. Así lo escribieron los tzadikim (justos), y por ello creo que esa es la verdad que deseo», proclamó mientras cambiaba los pañales a su bebé.
Es su modo de perseguir la mayor modestia y santidad posible. Sus ojos son invisibles. A ojos del resto, parecen fantasmas andantes. Están presentes también en otros municipios ultraortodoxos, como Bet Shemesh. Según coinciden varios medios locales, empezaron a extenderse a principios de los 2000. Miriam, otra «judía talibán», se aísla con sus tres hijos, dentro de un minúsculo apartamento, del resto de la comunidad jaredí. «Solamente tengo permitido ir a rezar a la sinagoga en Sabbat», explica. Cuando decidió cubrirse con el oscuro burka, los colegas de su progenitor cuestionaron la decisión de su hija.
«Mi padre todavía no lo termina de entender, pero lo que decide Dios es para nuestro bien», consideró. Mientras los varones dedican incontables horas al estudio y discusión de la Torá, la misión esencial de ellas es salvaguardar la modestia. «Está escrito que había mujeres que lo llevaban todo el tiempo, y fueron bendecidas con mucha santidad, modestia y silencio. Es un nivel del que todavía estoy alejada», consideró Miriam, mientras a su lado andaban dos niñas de apenas cinco años cubiertas de arriba abajo. Según ella, visten las opacas telas con alegría. En su camino semanal a la sinagoga, busca el camino más discreto y la hora menos transitada. Pretende evitar posibles encuentros callejeros con hombres, a pesar de que cuidan estrictamente los códigos estéticos. En el interior del centro de culto, decenas de mujeres de negro –que parecen clones–, recitan salmos con devoción.
Con su estilo de vida radical y aislacionista, evitan que sus hijas vivan experiencias infantiles tan comunes como una excursión escolar, un chapuzón en el mar, o un viaje en tren o autobús con sus amigas. Jamás serán expuestas a las características de un cuerpo humano descubierto. La única arriesgada salida es huir, lo que supone una desconexión de por vida de sus familias.
Muchas, especialmente quienes proceden de familias jerosolimitanas asentadas hace varias generaciones, siguen conservando el Yiddish –idioma de los judíos centroeuropeos- como lengua madre. No emplear el hebreo es otra vía de rechazo al moderno estado de Israel. Algunas, no obstante, reivindican que «hay diferencias entre nosotras, no somos todas tan radicales».
Pero el columnista Eran Baruj se sobresaltó tras un paseo por Bet Shemesh, donde vio a una «judía talibán» paseando un carrito de bebé. «La modestia es un valor importante de una cultura. Pero lo que vi es absurdo. Se borra la identidad y hay un obsesivo miedo por la sexualidad y represión del deseo». Y prosiguió: «esto genera problemas mentales e inseguridades con el propio cuerpo. Y ni entro en cuestiones como formar parejas sanas y relaciones sexuales. Es una fórmula que asegura la tragedia».
En el sector ultraortodoxo son recurrentes las imágenes trucadas para borrar a ministras en gabinetes de gobierno, o la ausencia de imágenes femeninas en carteles publicitarios. Pero las integrantes de esta secta van más allá. «Cuando me casé, no quería que otras personas me vieran, soy solo para él. Tras cubrirme del todo, me sentí protegida», explicó otra joven sin identificarse. Y tras divagar sobre su rol en este planeta, concluyó: «Me visto como nuestras matriarcas hace siglos. La modestia nos conecta a nuestras raíces».
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