Opinión
La muerte asistida de Occidente
Un Occidente infantilizado como nunca quiere creer que la guerra solo se libra en Ucrania, que el enemigo es solo Rusia
Un Occidente infantilizado como nunca quiere creer que la guerra solo se libra en Ucrania, que el enemigo es solo Rusia y que la crisis económica actual es el precio qué hay que pagar por hacer lo correcto. Mientras tanto las preguntas importantes siguen sin respuestas: ¿Por qué luchamos? ¿Contra quién luchamos? ¿Qué estamos defendiendo? ¿Cómo se gana la guerra? ¿Cuáles son las verdaderas causas de la crisis económica?
Esta guerra tiene décadas y el campo de batalla es el mundo entero. Es una revancha del eje antioccidental, gestada desde su derrota simbolizada con la caída del muro de Berlín. No fue el fin de la historia, como se dijo, sino el comienzo de un nuevo ciclo que nos cogió desprevenidos. En términos hegelianos se pudiera explicar con la dialéctica del amo y el esclavo, en la que el victorioso se frustra en su ocio, mientras que el derrotado termina haciendo cultura para liberarse. La tesis occidental sometió a su antítesis, sí, pero la negación de la negación creó esta síntesis perversa que enfrentamos ahora. Aquel comunismo que generó genocidios en Rusia y China el siglo pasado, que secuestró media Europa y desestabilizó América Latina, ha mutado a una especie de autoritarismo presuntamente capitalista, pero aún así totalmente iliberal y antidemocrático. Un eje de tiranía al fin, que necesita destronar la hegemonía de la cultura occidental, madre de la democracia liberal y los derechos humanos universales e individuales. Paradigmas estos que son los que están en juego.
Esta vez el enemigo está también dentro de nosotros, porque somos parte de la síntesis. Prueba de ello es lo antioccidental que se han convertido los populismos tanto de izquierdas como de derechas en este siglo. Por un lado la cultura Woke que censura y cancela sin presunción de inocencia ni debido proceso a cualquiera que represente la cultura occidental tanto en el presente como en el pasado. Y por otro lado, el discurso anti globalista que propone volver a sociedades cerradas de nacionalismos excluyentes, denigrando de la universalidad que ha generado la cultura occidental con el cristianismo, el capitalismo, el pensamiento científico y los derechos humanos. En ambos casos se propone una retirada cultural, un abandono a la tesis original del liberalismo y la ilustración.
La guerra contra Rusia pudo haber servido para colocar las cosas en su sitio y para unirnos frente al enemigo común que hace tiempo nos infiltró, estimulando esos populismos antioccidentales con Fakes News, ciberataques y demás. Pero ahora pasado el tiempo de moda “trending” de la etiqueta en redes y el emoticón de la bandera de Ucrania, la opinión pública comienza a matizar la invasión rusa. Es como si el plan original del victimismo ante una invasión rápida se hubiera truncado por la resistencia heroica del pueblo ucraniano, y ahora que el conflicto se alarga, comenzamos a preferir la rendición antes que intentar ganar la guerra de verdad: “Total, ahí hablan ruso y las pretensiones de Putin son lógicas porque se sentía amenazado”.
La cultura Woke lejos de cancelar a Putin, prefiere sugerir que Europa está cayendo en una trampa de Estados Unidos, dedicando mucho más centimetraje a una sentencia de la Corte Suprema de ese país que al genocidio que se produce todos los días en suelo europeo. Siempre el malo debe ser occidental. Igualmente repetimos diariamente la posverdad de que la inflación y la crisis económica es culpa exclusiva de la guerra (como si no hubiera habido pandemia), con lo cual por argumento en contrario culpamos de nuestros males al apoyo a Ucrania. Y el fantasma de la retirada de Afganistán rondando.
Casi nadie parece entender la relación entre los derechos de los que goza, con el sistema político que los garantiza: la democracia liberal. Igualdad de género, diversidad sexual, libertad de expresión y cualquier otro derecho individual (que no colectivo) es producto de la democracia, se ha consolidado y amplificado solo en democracia. Tampoco nadie parece dispuesto a condenar la ausencia de esos derechos en poblaciones como la rusa (por ejemplo), ni mucho menos a reconocer la lucha que esos pueblos oprimidos libran por su libertad, a costa de muerte, persecución, cárcel y exilio. Hay incluso quienes niegan la relación entre éxodo y libertad, reduciendo el fenómeno migratorio a cuestiones estrictamente económicas, quitándole toda responsabilidad a las tiranías de origen para endosarle la culpa a las sanciones de Occidente. Porque la culpa tiene que ser siempre de Occidente.
El caso es que defender la democracia liberal hoy en público es una tarea que raya en la imprudencia, como si se tratara de un discurso carca conservador de quien se aferra a un pasado que perdió vigencia. Aquel cinismo legitimador de tiranías a la distancia, tan común a la hora de hablar de países subdesarrollados donde para algunos la democracia liberal y los derechos humanos son privilegios totalmente prescindibles y hasta inconvenientes, finalmente se convirtió en complejo y comienza a aplicarse también dentro de un Occidente que se odia a sí mismo. Una cultura agotada que no quiere seguir siendo dominante y por eso se auto destruye. El amo deshumanizado. Una auténtica eutanasia cultural.
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