Explosión

Dos años de la tragedia impune en el puerto de Beirut

La sociedad civil libanesa se resiste a pasar página de un drama que costó la vida a 224 personas y dejó 7.000 heridos sin que las investigaciones hayan dado aún con los responsables

Los silos del bloque norte del puerto de Beirut, que fueron destruidos por una gran explosión en 2020, se han incendiado debido a los granos fermentados
Los silos del bloque norte del puerto de Beirut, que fueron destruidos por una gran explosión en 2020, se han incendiado debido a los granos fermentadosHassan AmmarAgencia AP

Dos años después de la explosión registrada en los silos del puerto de Beirut, que costó la vida a 224 personas y dejó 7.000 heridos según los últimos datos de las asociaciones de víctimas, la desolación que emana del lugar –el domingo pasado se hundieron además dos de los silos que quedaban en pie y ardían desde hacía semanas- es la misma que sigue embargando a los beirutíes y el conjunto de los libaneses. La tragedia, cuyo recuerdo está aún muy vivo en los vecinos, sigue sin tener responsables.

Con todo, en una ciudad donde se acumulan los memoriales de víctimas de uno y otro conflicto y los restos de tragedias con firma y sobrevenidas, el recuerdo de las víctimas está presente. Las efigies de los 224 fallecidos adornan el entorno de la plaza de los Mártires, centro de todas las protestas en la ciudad y de la mítica calle Damasco, que hizo de línea verde entre el Beirut oeste musulmán y el este cristiano durante la guerra civil (1975-1990).

La capital libanesa acogerá esta tarde varias marchas y concentraciones de recuerdo a las víctimas del mortal estallido, una de las mayores explosiones no nucleares de la historia. Todas desembocarán a las cinco de la tarde, hora de la explosión, junto al monumento escultórico dedicado al emigrante libanés que, con su hatillo, mira al Mediterráneo y da la espalda a la madrastra Fenicia a pocos metros del puerto. La primera de las marchas partirá del Palacio de Justicia de Beirut y la segunda del jardín Samir Kassir. Otro grupo de ciudadanos partirá de una de las sedes de los bomberos, según recogía el diario local “L’Orient-Le Jour”.

Las secuelas de la explosión de 2.750 toneladas de nitrato de amonio peligroso almacenado de manera incorrecta son más que visibles en toda la zona próxima al puerto. Los edificios dañados por la tragedia del cuatro de agosto de 2020 se suman a los que fueron afectados –desde destruidos a marcados como quesos Gruyère- durante la guerra civil. Junto a ellos emergen otras construcciones modernas, a menudo residenciales de alto standing, como queriendo olvidar y reclamar que Beirut es capaz de renacer y hacerlo a lo grande.

No en vano, el pasado domingo acabaron hundiéndose dos silos de cereal situados en el puerto beirutí que sobrevivieron a la explosión, dejando tras de sí una polvareda que afectó a los barrios más próximos al puerto durante las horas siguientes. Aunque no pocos ciudadanos lo ponen en solfa, las autoridades libanesas –que han avisado de que otras construcciones podrían colapsar- aseguran que no hay peligro para la salud de los vecinos de Beirut. No han hecho falta las piquetas municipales –las construcciones ardían desde hacía semanas- para que colapsaran, como pretendían las autoridades libanesas. Enfrente, los movimientos que exigen justicia hacia las víctimas se oponían alegando que la desaparición de las construcciones borrará más huellas para hipotéticas investigaciones futuras.

Sin confianza en las autoridades

Dos años después de lo ocurrido, no existe aún ningún responsable penal de lo que la versión oficial califica de negligencia. El problema sectario de un país dividido entre cristianos, musulmanes chiíes y musulmanes suníes obstaculiza además la investigación ante un poder y unas autoridades fragmentadas de acuerdo a líneas confesionales.

En Mar Mikhael, uno de los distritos más animados del Beirut oriental, Armenak Nakeshian, de 77 años, nos relata cómo salvó la vida de milagro pues a la hora de la explosión, las cinco de la tarde, se encontraba en su casa y no en la pequeña tienda de productos de oficina de su propiedad. Sin embargo, su hijo no corrió la misma suerte: “Tuvo hasta 500 heridas en toda la espalda por impacto de piezas de cristal. Por suerte salió adelante y puede seguir trabajando”.

Como otros beirutíes, no alberga ninguna esperanza ni simpatía por las actuales autoridades libanesas. “El Gobierno es muy malo. No han tenido ni una palabra de apoyo, ni una ayuda económica para nosotros”, lamenta a LA RAZÓN. Su comercio quedó totalmente destruido.

Unos metros más arriba, en la calle Armenia, el epicentro de la legendaria vida nocturna del Beirut más vitalista, el responsable de una papelería ironiza a este periodista mientras le muestra una galería de fotografías del interior de su negocio tomadas en la tarde del cuatro de agosto de 2020. “¿Responsables de lo ocurrido? Creo que Napoleón Bonaparte o Hitler, sí, uno de los dos. Bienvenido a Líbano”.

“Yo estaba en casa cuando oímos una explosión fortísima. Recuerdo haber mantenido la calma pero mis dos niñas pequeñas rompieron a llorar. El primer pensamiento que tuvimos fue un bombardeo de Israel en la ciudad”, admite a LA RAZÓN Daniel, taxista residente en Burj Hamud, uno de los barrios del este de la ciudad de mayoría cristiana (y en este caso predominantemente armenia).

Dos años después de la tragedia, una más de la historia de esta ciudad y a pesar de la gravísima crisis económica que vive el país, la capital de Líbano ha renacido. En esta ocasión, una parte organizada de la ciudadanía seguirá exigiendo justicia con el deseo de que las divisiones sectarias y banderas no sean, por una vez, obstáculo.